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El cine a modo IV.1. ¡Ah, de la cinefilia poética!

Primer período: el exquisitazgo


por Praxedis Razo



Como salido de la mejor película de la nouvelle vague (grítenme, piedras del campo, a ver si me pueden convencer de cuál sería), como si fuera un personaje monstruoso de la mejor ficción literaria de los años sesenta en México (bajo esa perspectiva, siempre me ha parecido que es el gran proyecto de la llamada generación de la ruptura), como si de uno de los mejores animales empalabrados se tratase, surge, lánguido y violento a la vez, en la cosmogonía de las letras (el mundillo libresco, pues), José Carlos Becerra, un arquitecto y poeta tropical (nacido el 21 de mayo de 1936 a orillas del río Grijalva y muerto el 27 de mayo de 1970 en los despeñaderos del amanecer en el Estrecho de Otranto) cuya obra literaria se emparejó exactamente a la década prodigiosa del 60, que amó al cine y se propuso encontrar un sentido poético a esa relación, que hasta la fecha es poco abordada por escritores, muy bien acabada por otros pocos (el extraordinario cuento La tumba india, “al margen de Fritz Lang”, de José de la Colina, y el experimento valiosísimo de Daniel González Dueñas, Las visiones del hombre invisible, son un ejemplo de los límites altísimos a los que lo literario puede llegar a través del cine).

Ya desde su segundo libro –casi se le podría considerar el primero por situaciones editoriales–, Relación de los hechos (ERA, 1967), Becerra expuso con timidez su gran pretensión de construir poemas a partir de películas, en ese momento primerizo como un pretexto literario nomás. Así, titula al tercer cuadernillo (de cuatro) de dicho libro “Las reglas del juego”, y ahí se pueden leer por lo menos tres poemas provenientes del cine (aunque aún tengo mis dudas sobre otros poemas anteriores que sigo estudiando):

“El fugitivo”, título de la discreta gran película de John Ford del mismo nombre (1947), un poema que podría partir de la sola imagen de cualquier huidizo personaje, sin embargo delata su fuente en su inscripción semántica del western (“y la inocencia se disuelve en un puñado de arena que levantan las pisadas de las cabalgaduras”), y por supuesto en el tema fordiano por excelencia (“soy el falso profeta que nadie esperaba”).

“El pequeño César”, uno de los imprescindibles del cine gangsteril, ópera prima de Mervin LeRoy, mejor ponderado por su injerencia en el proyecto de El Mago de Oz (extraordinarios vv.aa. 1939), será el título que sirva a Becerra para hablar líricamente de la impotencia del ser exiguo a partir del manejo mitológico de la palabra César que le llega, por entero, del filme de 1931. Todo el poema se basa en una acción –un cuadro de merienda– interiorizada hasta el paroxismo, y siempre se logra vislumbrar la maquinaria cinematográfica que opera en él de manera sutil: “Algo de eso comprendiste, / desconfiabas de tu deseo, pero era tu saliva la que brillaba en los dientes de tu deseo”, versos que detonan imágenes de la película que encumbró al gran Edward G. Robinson.

Y, claro está, el poema que corona a esa sección capitular de Relación de los hechos, “Las reglas del juego”, le debe toda su hermosura al genio de Jean Renoir –aunque extrañamente se presenta en plural (la película de 1939 se llama simplemente La règle du jeu)–, ese gran baile-summa-histórica de mascaras clasista, en manos del poeta mexicano se trastoca en una suerte de introducción a la metamorfósis nocturna del hombre, pero que depende de la decadencia social retratada por el filme, y para muestra, los radiantes primeros versos: “Cada uno debe entrar en su propio degĂĽello, cada uno retocando su respiración, / cultivando sus excepciones a la regla, sus moluscos solares, / haciendo sus abstinencias más inclementes y más diáfanas / porque la luz debe romperse allí, la eternidad debe dejar caer un guijarro en ese gemido”.

Obviamente, los poemas de este primer período becerrista son muy independientes de las películas de las que emanan. Con la consigna de ser tan autorreferenciales como elegantes y reflejar experiencias comunes, su entera comprensión sólo se puede dar bajo la luz del proyector de cine. A lo largo de dos entregas más de este Cine a modo se irá poniendo en evidencia el decantado de la cinefilia en sus poemas. No se las pierda, lector: próximamente Bogart y Chaplin serán objetos poéticos en estado puro.


12.03.12

Praxedis Razo


Un no le aunque sin hay te voy ni otros textículos que valgan. Este hombre gato quiere escribir de cine sin parar, a sabiendas de que un día llegará a su fin... es lo que más le duele: no revisar todas las películas que querría. Y también es plomero de avanzada. Mayores informes y ofertas al 5522476333. ....ver perfil
Comentarios:
12.03.12
Cuauhtémoc P-M. dice:
El lirismo de Becerra, algunas veces, y subrayo, algunas, está proyectado en una pantalla de vértices difusos, donde todo nace o muere, la luna, la noche, la mujer, el silencio. Como si todo fuera tomado en el escape de sí mismo, para cumplir la regla del juego de la poesía, claro, en "Las reglas del juego". ÂżA poco no?
19.03.12
Paxedis dice:
De acuerdo, pero en la década de vida que tuvo escribiendo poesía, esas algunas subrayadas cada vez más se van convirtiendo en una constante. En "El cine a modo IV.2" ya se dejan ver las orbital maestras de Becerra.
comentarios.