por Gregorio Lywer
Luis, ¿por qué antes me amabas y ahora quieres matarme..?
Marta en Museo del Horror.
Socorro, socorro…
Despierta lentamente, pesando en liberarse,
muñeca atada con retales de alambre…
Karvoh y DJ Rune.
Caminar entre las tumbas como experiencia burguesa post-moderna, como otra representación de la sombría Nada que nos regrese al polvo. Ya no significa mucho dar esos paseos melancólicos entre los sepulcros de antaño, ya no es como fuera en los tiempos de Byron, Poe o incluso en los del frenético Lovecraft, sin embargo, aquí sigo, caminando entre los muertos.
Como alguien ya mencionara en algún otro texto sobre el cementerio [de mascotas] San Fernando, se encuentran en estas tumbas inscripciones retorcidas sobre hombres que pelearon guerras de independencia y quizás algunas otras abstractas batallas. Todas estas funestas luchas plasmadas en sepulcros fueron pérdidas, obviamente; el presente nos confronta y nos hace mirar ese pasado como un sueño, como otra realidad que le perteneció a otros hombres. Así persigo los pasos de los fantasmas, de pura celebridad (anónima) momificada de un México que se perdió en el tiempo.
Después del recorrido de mis piernas entre los féretros, damos paso al recorrido de la mirada, nos adentramos en una joya del cine mexicano que fuera exhibida por el festival Macabro, para deleite de sus perros del mal, digo, de su público oscuro. Aquella noche el festival nos recetó la película Museo del Horror (1964) de Rafael Baledón, pieza que nos rememora la cinta clásica de horror estadounidense House of Wax (1953), protagonizada por Mr. Vincent Price y dirigida por André De Toth.
Nada como llegar hacia la carpa de Macabro, ese amado festival que de tantas inauguraciones me ha privado, buscar un lugar adecuado, sentarse a buena distancia de la pantalla, destapar mi termo de café (lleno de Whiskey) y disfrutar de una buena cinta antigua.
La trama habla de una creatura de la noche, un merodeador que padece una monomanía insaciable, el ansia de matar. En las primeras escenas nos convertimos en testigos del secuestro de una guapa mujer [quizás una prostituta adicta al opio como le gustaban al tío Jack (el destripador)], que camina solitaria por un cementerio. El excepcional delincuente brota de la oscuridad para capturar a su presa, la cara de este insólito villano revela una fisonomía grotesca o quizás un antifaz.
A través de la película podemos adentrarnos en un México que intenta ser ese misterioso London after midnight (1927) de Lon Chaney o quizás el violento París de Murders in the Rue Morgue, del Dupin más poético. La aventura gira en torno de algunos clichescos protagonistas: Luis (Joaquín Cordero), Marta (Patricia Conde), Dr. Raúl (Julio Alemán) y Carlos López Moctezuma como el paradójico profesor Abramov, personaje sombrío del cual se espera más y termina siendo menos, mucho menos. El encanto involuntario de este relato consiste en que por momentos se pierde entre la cursi telenovela de triángulo amoroso que traen entre manos nuestros héroes: Marta, Luis y el joven Dr. Raúl y el thriller de detectives.
Marta es una rubia boba y ridícula. Una chica curiosa, bella y joven, que busca probar su feminidad burguesa (calca de ese mundo europeo decimonónico que desconoce) retando al mal; es un símbolo caduco de muchas divas románticas, detalle que la película no deja de explotar. Luis es un actor frustrado que después de una lesión se dedica a moldear heroínas trágicas en un oscuro teatro estilo victoriano, es el psicópata taciturno que persigue una funesta monomanía asesina, quizás a causa de alguna frustración sexual. En algún punto de la cinta creí que el profesor Abramov y Luis se volverían amantes pero creo que mi instinto de detective viajó demasiado rápido y no, nada de eso. El tercer hombre de este thriller, es el médico que se consagra a ilógicos experimentos con cuerpos putrefactos, mientras al mismo tiempo, como el Poe de Berenice ansía ser purificado por la belleza de la joven Marta, a quien conoce desde niña. Bien puede notarse hasta aquí que todos los personajes de este circo del horror son estereotipos tomados de los relatos románticos al estilo Frankenstein de Mary Shelley y obras por el estilo.
Luis se nos devela como el monstruo misterioso que por las noches se disfraza para salir a conseguir víctimas. Su móvil es completar su colección de heroínas trágicas entre las que ya tenemos a la Margarita de Fausto, a Electra y Hedda, la protagonista de Ibsen, entre otras. Emulando a la película House of Wax, Luis crea sus estatuas inmortales a partir de los cuerpos de mujeres reales, “que alguna vez tuvieron vida”. Pero como es de esperarse en el desesperanzador cine mexicano de los 60 (a menos que se tratase de Buñuel), lo maligno y lo retorcido siempre terminará sucumbiendo ante el aburrido y convencional “Bien”. Un discurso progresista y aburrido se interpone entre el villano exquisito y sus asesinatos al estilo Thomas de Quincey. En un final muy esperado, el heroico Dr. Raúl vencerá a Luis, el asesino artista, el escultor del crimen. La tristeza se apodera del final, la hermosa Marta, en un gesto perversamente simbólico y buñueliano (aunque involuntario), es manoseada por el detective que persigue al ladrón y después por el médico, Raúl, su amado eunuco.
Para un bebedor de imágenes y besador de conceptos abstractos, los finales tristes en películas mexicanas de antaño, exquisitamente kitsch, siempre tendrán un toque nostálgico: como la muerte de Drácula en la película de Tod Browning, la de Frankenstein, en el filme de James Whale y tantas otras… Como recordar los besos de una mujer que nos ha dejado o de algún territorio que se ha visitado desde la memoria, así me pasó con esta cinta. La mirada sólo se cancela en el beso cremoso de la imagen blanco y negro que resbala desde la pantalla para con ello dar paso el ensueño cinematográfico.
La película ha concluido, me subo el abrigo (hace algo de frío), me calo el sombrero, pienso en la sonrisa de la actriz Patricia Conde que a su vez me evoca otras sonrisas del delirio, tomo mi termo de whisky y me retiro de San Fernando, embriagado de cine, tambaleándome torpemente entre tumbas e imágenes.
01.08.13