por Paulina Abril Vázquez Reyes
Arrobadora es la palabra para describir la sensación tras terminar de ver este filme que Bertrand Mandico nos ofrece con tan ilimitada soberbia.
El primer largometraje de este cineasta nos transporta al momento de la suscitación de un crimen atroz. Enmascarados tras una libertad turbulenta, cinco chicos burgueses desatan su libido, convirtiéndose así en responsables de la violación y muerte de su maestra de literatura, situación por la cual se verán reunidos con El capitán, quién tendrá la ambiciosa tarea de domesticarlos.
Con esta premisa iniciamos un viaje, relatado a modo de cuento fantástico en el que vamos conociendo a estos chicos encarnados en cuerpos femeninos, que performancean la masculinidad para dejarnos claro que son hombres a través de su lenguaje corporal tosco y agresivo, sus voces graves y su andar retador, (apegándonos a la teoría de Judith Buttler, sobre la performatividad del género y su construcción como hecho social y no como rol natural).
Esta manera de explorar el género a través del cuerpo nos involucra en una narrativa que se desboca constantemente hacia una fantasía erótica, la cual paulatinamente reivindica como un atributo y sinónimo de poder el concepto de la feminidad. El filme logra envolvernos de tal forma que los límites entre el género y el cuerpo se desdibujan, para conseguir una observación mucho más profunda de los personajes que vemos en pantalla. Dejamos de ver hombres o mujeres y comenzamos a ver personalidades, emociones, pensamientos de seres humanos, de chicxs salvajes que se emancipan de sí mismos y logran lo imposible: comprenderse a través de la experiencia de ser el otro.
Es quizá el constante brillo de las joyas y cristales que destacan de entre los grises tétricos o esas imágenes grotescas y fascinantes que embeben nuestra atención hasta la enajenación, lo que distingue y hace excepcional a esta cinta. Las miradas profundas que nos penetran desde la pantalla hasta la butaca, los sonidos estruendosos e intensos, así como la música a cargo de Pierre Desprats y Hekla Magnúsdóttir combinados con ese pestilente aroma a ostiones que casi podemos percibir, hacen de la experiencia, que de pronto transmuta al color, una delicia sensorial que no tiene comparación.
El uso de distintos formatos de grabación y las superposiciones exquisitas de texturas y paisajes, así como las atmósferas creadas a partir de la sensación etérea de las plumas que embotan a la playa nocturna, trastornan la percepción del tiempo y del espacio y desnudan nuestros propios deseos. La fotografía de Pascale Granel aunada a la cuidadosa edición de Laure Saint-Marc son sin duda un regalo que potencia al guión y destaca las magníficas actuaciones de Pauline Lorillard (Romuald), Vimala Pons (Jean-Louis), Diane Rouxel (Hubert), Anaël Snoek (Tanguy), Mathilde Warnier (Sloane), Sam Louwyck (el capitán), Elina Löwensohn (Séverin / Séverine) y Nathalie Richard (profesora de letras).
Pocas veces se logra una poiesis que dé como resultado un proyecto tan íntegro. Bertrand Mandico ciertamente ha dado un paso seguro, firme y contundente hacia el espectro del largometraje dejando con Lxs Chicxs Salvajes una genuina intriga por adentrarnos a explorar la obra de este fascinante director.
17.07.19