por Pirotecnio Valdez Puertos
En el cine, como en la literatura, no es fácil perder el rumbo cuando se quiere llegar críticamente a alguna parte. Menos aún cuando nos ceñimos a la Historia. Es por ello que nunca, nada, nadie me hará cambiar de opinión cuando digo que el buen cine, el mejor cine de todos los tiempos, el insuperable, el más prospectivo y consciente de su tiempo, el más inaugural en forma y contenido, en suma el más poético, revolucionario, materialistamente sentimental y dialéctimante intelectual, es el cine hecho durante los años sesenta.
No hace falta más que ver dos o tres películas de Francia, Inglaterra e Italia de ese periodo para convencernos de esto que afirmo en estas líneas con las que más de algún neófito no estará de acuerdo ( cfr. Roberto Bolado en persona y otras criaturas). No me importa. Lo que sí me importa es que se tenga en cuenta que no fue únicamente en Europa donde el cine había adquirido tal trascendencia. Se trató de un movimiento global en el que América Latina también contribuyó con obras de extraordinaria vigencia para nuestros tiempos (lloro mientras escribo estas líneas; soy un cursi, lo sé): desde la Patagonia hasta el centro de México y su zopilote rampante a la Gámez, pasando por Chile, Bolivia, Cuba y Anexas Repúblicas, todas tuvieron su buena camada de buena cinematografía rampante. Y así como en París nació la llamada Nouvelle Vague, que tuvo como máximo representante a Jean-Luc Godard, en Brasil –menudo mundo desconocido y pronta potencia mundial– surgió el Cinema Novo y su implotante caudillo Glauber Rocha.
Nativo de la Vitória da Conquista du Brasil en 1938, ese hijo de favela, como tantos Rocha y tan parecido a Truffaut en ese aspecto, incursionó en el cine desde los dieciséis años, colaborando para la prensa local como crítico de cine (pobre diablo). Comenzó, como casi todo cineasta de entonces, siendo asistente de dirección (doble pobre diablo) para luego erectar como realizador del corto suprarrealistatropical Patio (1959).
"No existe nada positivo en América Latina a no ser el dolor, la miseria; es decir, lo positivo es justamente lo que se considera negativo. Porque es a partir de allí que no se puede construir una civilización que tiene un camino enorme a seguir." Rocha
A la edad de veinte años realizó su primer largometraje, Barravento (1961), en el que se retrata la marginada situación de precariedad que sufren los pescadores de Río de Janeiro –cual Redes (Zinnemann/Gómez Muriel, 1936)–, violentamente representadas en dulce danza capoeira. Su siguiente largometraje, Deus e o Diabo na Terra do Sol (1964) será la película confirmativa de su agudeza, en la que se cuentan, un poco a manera de metáfora anacrónica, episodios sangrientos de la historia formativa del Brasil (la Guerra de Canudos y las constantes revueltas de los Sin tierra), casi hecha por completo en exteriores desoladores del sertão brasileiro, y en un tono alucinante, que sin duda ese extraño mutante de las letras hispanas, nefasto diplomático, excrescencia de la intelectualidad latinoamericana, tuvo que tomar como referente para escribir su Guerra del fin del mundo (Vargas Llosa, 1981).
Glauber Rocha dirigió en total 19 filmes, tres de ellos premiados en el festival de Cannes, todos bajo la categoría de lo que él llamaba la Estética del Hambre, que representa la miseria del latinoamericano, su identidad más arraigada, de la que el genio de Rocha extrajo la materia prima para su obra. Se trata de un cine imperfecto a priori, de ahí que resulte para miradas sibaritas como fuertes alfilerazos visuales y dentelladas conceptuales de realidad social. Este director hizo un balance atronador de realidad que se ensaya con el pulso discreto del artista y el rudimentario estilo del panfletario: así concilió coraje, imaginación, técnica, improvisación, amor y odio, y obtuvo de ese miasma catártico la confabulación fantástica de la explosión verídica, en el sentido más aristotélico de la palabra.
Glauber Pedro de Andrade Rocha, murió a la edad de 42 años a causa de una enfermedad extraordinaria, como su persona. Tenía en su sangre más del doble de glóbulos blancos que una persona puede tener, oséase que su sistema inmune se comía a sí mismo. Su legado compartía más de una arista con el movimiento literario de los antropófagos; estaba inoculado ya en su ADN. Hoy en día a este gran poeta de vigor incontenible no se le recuerda como se debiera. Es momento de que lo pongamos en nuestro santoral, no perdamos el rumbo de lo transitable. Si hemos de gozar de algo parecido al bienestar, es gracias a aquellos que intentaron cambiar el mundo desde su trinchera. El cine siempre está sobre esa mesa.
Los inconformes siempre serán parte del cine. Y a propósito, como él solía advertir cada que se despedía: Amigo, espectador, lector, quien quiera que seas… no digas a nadie que leíste este artículo, por tu propia seguridad. Matemos al sistema, antes que él nos mate de hambre de verdad, de conocimiento, de belleza al fin.
Textoservidor. Lic. en Técnicas de la alusión con especialidad en Historia de lo no verÃdico. UNAM generación XY. Editor en Jefe y cofundador de la revista F.I.L.M.E. Fabricante de words, Times New Roman, 12 puntos. Es....ver perfil