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El mundo frente a mí

por Brianda Pineda

 

Hoy, en Europa, el espíritu que gobierna
no pide otra cosa para la juventud: una colocación.
Es posible que todo esto no deje de tener un aire trágico;
a mí no me importa, soy un sencillo espectador.
Desde siempre me he negado a todo,
ya que las cosas me han sido negadas.

Vida y obra de Luis Pérez Petreña
Max Aub

 

Preferiría no hacerlo

Bartebly el escribiente,
Herman Melville

 

Por ser presta a los delirios y tener más de una ventaja, la juventud es considerada el locus amoenus en las edades del ser humano; su naturaleza revolucionaria es un problema a resolver —o desaparecer, como estamos acostumbrados, por desgracia, en este país de ceniza y tezontle cada día menos puro— en manos del Estado ante cuya fragilidad, la primera pregunta que viene a nuestra mente es: ¿a quién beneficia?

No vamos a mentirnos: la ficción, esencia de la obra de arte, es el doppelgänger de la realidad; de su sueño nace (y es difuso por momentos asegurar) al igual que aquél dilema del huevo y la gallina, qué fue primero.

A la juventud y sus tramas marginales se han dedicado miles de cintas, no está en duda. Aquí (por falta de tiempo, que no es lo mismo que ausencia de placer) recordaremos dos. Una de ellas de reojo (Naranja Mecánica, 1971, de Stanley Kubrick) pues su importancia es dada por el contraste que a la hora de poner a dialogar ambos filmes muestra cómo lo extravagante concede virtud a lo sencillo (The Loneliness of the long distance runner, 1962, de Tony Richardson) y viceversa.

En el Londres de la primera mitad del siglo XX, Colin Smith (Tom Courtenay), un joven de la clase obrera, es acusado de robo y enviado a una penitenciaria. Ahí, el director del reformatorio (Michael Redgrave), un cazatalentos de corredores, lo elige para representar al Ruxton Towers en una carrera contra una escuela privada y utiliza la ilusión de concederle ciertos privilegios para seducirlo. Hasta aquí, la cinta es simple; sin embargo, el cinematógrafo se encarga de concederle un poco de magia: La soledad del corredor de fondo de Tony Richardson (o El mundo frente a mí, nombre con el que se estrenó en México) es un retrato, no por conmovedor menos agudo, de una juventud que tras la primera y segunda guerra mundial mira a su alrededor y sólo vislumbra un porvenir de esclavitud ante las fábricas-extermina-almas y una televisión encendida donde la patria no deja de gesticular en rostros bofos y máscaras risibles cómo continuará, en manos de otros, vendiéndose.

Colin y su amigo Mike (James Bolam) no desean repetir el fracaso de sus padres así que se divierten estafando a los ricos y tomando prestado sin devolver más que un recuerdo del gozo compartido.

El filme británico es, en su serenidad monocromática, un tesoro hallado entre los callejones angostos de Nottingham y sus calles con rastros de lluvia; un horizonte posible sólo en el mar y una serie de close-up's cuya carga poética revela más que un viaje a tierras desconocidas. Su densidad está en el juego temporal: un presente prisionero que en momentos claves se desdibuja para llevarnos de vuelta al pasado de Colin para mostrarnos cómo fue que llegó hasta ese sitio lúgubre.

La destrucción a conciencia de la elipsis consigue, con un poco de suerte, crear empatía entre espectador y personaje pues, lo que se hallaba oculto en la trama, al salir a la superficie, otorga una nueva textura interpretativa.

Aquello que Virginia Woolf llamaría “flujo de conciencia”, el director se encarga de manipularlo a través del guion y  voz en off que parece salida de ultratumba. No se asusten: el mar y sus olas están en calma. La memoria es el laboratorio donde tienen lugar grandes inventos y sólo si nos adentramos en su casa (hogar, dulce hogar, de espejos) y no somos devorados por los reflejos convencionales, conseguiremos aún vivir de epifanías.

La escena final del filme es el recordatorio de que la catarsis es un triunfo del espíritu en la carrera que juega el alma —¿contra quién? preguntemos al deseo— y para la cual, bendita libertad, no hay por qué competir.

Un sistema donde para obtener la libertad hay que competir, es una mala broma. El que ríe al último (Colin Smith), porque su instinto no es ser oveja pero tampoco un león soberbio cuando algún bufón aspirante a rey (Michael Redgrave) se ofrece a redimirlo por lo que mejor sabe hacer, está intentando (a través de su actitud) revolucionar el instante que sucede a la anagnórisis, contando, a través de lo inesperado vuelto acción, un chiste más que hace temblar los muros de la percepción colectiva y su banal creencia de que la realidad está en manos del que dicta la norma.

Luego de observar la máscara que el destino ha tallado de él y salir a enfrentar a los otros presos y al personal del reformatorio que también y acaso sin saberlo están corriendo en círculos, pregunta el corredor de fondo: “¿Y tú de qué lado estás?” Su renuncia al triunfo, unos metros antes de cruzar la línea de meta, es una libertad que revela la enajenación propia de la grandeza que tiene lugar por sometimiento.

Si de contemplar el bosque y su dramatismo ausente de color y de reformar se trata, nuestro asombro nos lleva a la sinfonía ultraviolenta de un futuro (como en Naranja Mecánica, donde la crueldad no es sino la tecnología convertida en un ritual de tortura en su afán de corregir al sujeto que, razones más, razones menos, no tiene cómo escapar del castigo legal.

Habremos tenido una dosis de ambos mundos: el de la nostalgia (por ciertos valores que aún dibujan un paraíso) y el de un progreso, donde a estridencias del lenguaje, los marginales se burlen de un sistema cada vez más mecánico por su falsa modestia cuando lo nombran moderno, vanguardista, hiper-pos-tiburónicamente.

La inocencia es uno de los gestos más razonables que también aparece en las conciencias de los que van apostando con la ferocidad irreprochable de su juventud por ver a este mundo ceñido a sus deseos.

Con esta joya de inspiración new wave, el cine nos entrega una invención que invita a la rebeldía y a una de sus formas más astutas: la reflexión. Ni sometidos, ni en serie, ni todos en coro solemne, el misterio no admite camisas de fuerza.

 

18.09.16

Brianda Pineda


@brryanda

Xalapa, 1991. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana. Ganadora en dos ocasiones del Premio Nacional al Estudiante Universitario Carlos Fuentes. Ha publicado reseñas y artículos en La Palabra y el Hombre y reseÃ....ver perfil

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