por Elizabeth Rugarcía Christianson
¿Alguna vez han sentido que el corazón se les sale del pecho y vuela alrededor del cuarto en el que están? El corazón alado está frente a ustedes, pidiendo que lo tranquilicen. Miedo y angustia. El corazón se instala en mis manos. Empapadas. Temblorosas. Todo gracias a una escena de la película Room (2015), dirigida por Lenny Abrahamson.
Basada en la novela de Emma Donoghue, Room cuenta la historia de una madre y su hijo: Joy, interpretada por Brie Larson, y Jack, interpretado por Jacob Tremblay, guardados en una pequeña habitación de la cual no pueden salir.
Jack, narrador de esta historia, te hace contemplar una situación de absoluto terror como algo extraordinario. Los inserts de utensilios y detalles de la habitación transmiten una sensación de belleza, van en sintonía con la voz en off de Jack, quien vive una realidad diferente gracias a las historias de su mamá, a las explicaciones fantásticas sobre el porqué viven en esa habitación. Gracias a que no conoce el mundo exterior.
Pero la llegada de su quinto cumpleaños cambia todo. Joy le confiesa la razón de ese encierro. Después de esta revelación, los sucesos que ocurren harán que los corazones de la audiencia floten por toda la sala de cine.
Han pasado semanas, no sé qué contestar cuando me preguntan si me gustó esta película. Creo que la historia tocó fibras extrañas de mí. Me hizo pensar en el poder que tenemos los seres humanos. Un poder sanador que salva de la muerte, que ayuda a salir de un pasado lleno de nubes y truenos. De sombras. Un pasado que a pocos nos gustaría haber vivido, víctimas de una suerte que no elegimos. De la vulnerabilidad e ingenuidad humana. Y entonces tiro a la basura toda esa ideología de amarse a uno para llegar a amar a los demás…
¿Cómo llegas a amarte sin influencia de otros, sin su amor, o su desamor? ¿Hubiera sido lo miso, si Joy está sola en esa habitación? ¿Si Jack crece sin Joy? ¿Cuál es la raíz del verdadero amor, único y transparente? La película es un drama hermoso y humano, principalmente porque es un niño, con sus ojos de niño, su lógica y adaptación de niño, quien cuenta la historia. Su historia nos revela la fórmula para convertir carbones en girasoles. Para convertir cadenas en alas. Fórmulas mágicas para que los corazones flotantes escapen del abismo.
11.03.16
Elizabeth RugarcÃa Christianson