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Los mejores besos del cine

por Mr. FILME

 

No es difícil dar de besos a algo que no tiene labios, ni cuello ni corvas. Hemos dado besos a imágenes bidimensionales o mandar besos al aire y en cálido gesto simbólico. Por lo que no es complicado pensar entonces besar conceptos, momentos históricos o corrientes de cine, como buen cinéfilo.

Si no sabe, querido lector, cómo celebrar este 14 de febrero, o si quiere una buena guía para hacer el amor (y la amistad), aquí le regalamos un breve catálogo de besos cinéfilos. Créame que ninguno debe faltar, más de una vez en la vida, en los labios de su amado o amada.

 

Nouvelle vague

Besar a la manera de la Nueva ola francesa es de lo más sencillo del mundo. Uno se imagina todas las bocas llenas de palabras románticas, mordaces y simpáticas de las protagonistas, (Seberg, Karina, Moureau,  Seyring, Claude Jade, etc.) y entonces uno se recrea en los protagonistas necesariamente (Belmond, Leud, Albertazzi). Si  hay en la historia del cine los besos más gourmets son los de la Nouvelle Vague, aunque devenga una cachetada (Besos Robados, Truffaut, 1968)  o deliciosamente incestuosos (con Lea Massari en Soplo al Corazón, Malle, 1971).  Para besar realmente este capítulo de la historia del cine habría que dar con toda pasión un ósculo duro en el culo, hasta la rodilla (La rodilla de clara, Rohmer, 1970) con auto en marcha a punto de la huida (Pierrot le fou, Godard, 1969) pues todas las películas incitan al acto de besar.

 

Cine de monstruos, mexicano

No hay mejor beso para quienes son seres pasionales como los que vienen de los monstruos de nuestra alma. El beso monstruoso mexicano comienza en el cuello, justo en la yugular. Lleva consigo un tentáculo que entra por tu boca, enredándose con tu lengua; es silencioso al principio pero con un final estruendoso, cálido y lleno de escamas. Culmina en un grotesco intercambio de especies a bordo de una nave espacial de cartón o una cueva oscura y tenebrosa.

 

Expresionismo alemán

Besar en expresionismo es más complejo. Es besar con intelecto más que con entrega. Se debe besar con cierto siniestro y furtivo deseo. Con ganas de que sea definitivo pero calculado. Besar el expresionismo no es un beso negro, es el más claro de todos. Se debe hacer a todas luces. Dejar que el beso se disipe en claroscuros en la complicidad de la penumbra y el tragaluz. Es como besar a la fuerza, porque no hay otra salida, porque es la única manera, quizá, de poder mantenernos vivos.

 

Ciencia Ficción

El besuqueo “a la ciencia ficción” es un beso largo y perdurable, con momentos de certeza pero en cada movimiento una grata sorpresa. Puede ser cálido y entrañable, como también puede ser frío y desolado. Comienza con una pequeña caricia donde los cuerpos se adentran en el calor de todos los Soles y termina con una explosión cósmica de sentimientos estelares. El beso a la ciencia ficción te lleva a las estrellas, de ida y vuelta; a donde ningún amor ha ido antes.

 

Cinema novo

No podría haber beso más intenso que el brasileño. Éste se da de manera furtiva, violenta, puede ser tradicional con una sola pareja o tan atrevido y polémico que puede darse en grupo en medio de una orgía social. El beso “a la Cinema novo” tiene un sabor árido, caliente, a veces deja polvo en los rostros de los besantes, pero se desea y se coloca en los labios con la misma hambre que no nos deja dormir hace siglos, es siempre vertiginoso a la vez que infinito como el sertão. No hay mejor manera de robar un beso que con sangre en las venas y tierra en la lengua.

 

Para un beso neorrealista

En el neorrealismo, cuando los hubo, los besos se arrebataron, se violentaban todas las bocas de hombres y mujeres por igual, y si uno se quisiera asomar a esos labios, basta volver a pensar en el Visconti de Obsesión (1943), que llevaba ya la semilla del fin de la guerra en su interior crítico, la única película de aquel periodo que trató el amor y, con ello, dio por muerto el neorrealismo. El amor en la ciudad (1953) fue un proyecto de la casa productora naciente Faro Film, que conjuntó a todos los hombres que en ese momento estaban haciendo cine para que facturaran historias positivas, en aquel medio tan doliente que habían dejado las piezas de Rosellini (Roma, ciudad abierta, 1945; Alemania, año cero, 1948). Sin embargo, la amargura era tal que todos los convocados, haciendo su mejor esfuerzo, dibujaron una mueca más desastrosa. Antonioni, Fellini, Dino Rissi, Cesare Zavattini, Alberto Lattuada, Carlo Lizzani y Francesco Maselli, todos jóvenes promesas de la nueva industria italiana, contaron las historias de amor más tristes que se pudieron haber concebido en los anales del cine en el mismo escenario que los mercenarios estadounidenses “liberaron” para los italianos, Roma, que se sabe, al revés siempre ha convocado al amor. 

 

Nuevo cine alemán

El beso de esta generación es peculiar. Por un lado, puede ser absolutamente incorrecto (políticamente hablando), edípico, alcohólico, adictivo, como una agresión, sin barrera alguna; por otro, puede ser idílico, emulando a un viejo Bogart del otro lado del atlántico o imaginando glorias pasadas; también es tan orgiástico como idealista, lleno de palabras y caricias, de saliva… El beso germano cambia al mundo y se atasca en los labios con la misma intensidad a un hombre o a una mujer, a una madre o a un abuelo, lleno de furia o lleno de calma.

 

Y para el gran final…

 

Besos a la mexicana

Cuando al cine mexicano se le inyectó dinero propio y extranjero se dejaron venir las bocas besuconas por antonomasia: Pedro Infante y Germán Valdés Tintan. Estos personajes institucionalizaron el acto de besar en el celuloide, llevándolo, el pachuco, a terrenos nunca antes soñados por ningún personaje en los anales del cine, como ya sabemos.

Infante representó el ideal metafórico del ser hombre mexicano: nostálgico, romántico, mujeriego, talentoso y buen hijo, casi siempre –cuando se tenía que llegar a serlo– mal padre. Tintan fue el guapo marginado que podía pasar, desde su villanía, como el ser más potable de las taquillas de entonces. Tintan se ofrecía a la lujuria con sus amplias bocazas tan llenas de besos y lo cumplía con creces; yo calculo que nadie ha dado tantos besos como el personaje de Valdés en el cine. Era tan vivaz con sus tenazas para comer que prácticamente se podría hacer una monografía de él en aquellos momentos de sus películas: por arriba, por abajo, por en medio, robándolos, comprándolos, regalándolos, moldeándose, obligándose, atrabancado, sutil, endemoniado… Todos los adjetivos, verbos y sustantivos que el lector pueda imaginarse en español apenas alcanzarían para describir el arsenal dichoso de la desflorada boca del desbocado de mandíbulas pachucote del cine nacional.

En cambio, los besos de Infante siempre se parecieron a sí mismos: chiquitos como su boquita y pizpiretos como sus ojitos. Como todo el buen mozo que pretendieron que fuera, Pedro Infante besaba con conocimiento de causa, besaba por obligación en su contrato, besaba para que toda una nación se enamorara así, aaaaaaasí, aaasí, como una cosa santa

 

13.02.16

Mr. FILME


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La letra encarnada de la esencia de F.I.L.M.E., y en ocasiones, el capataz del consejo editorial.....ver perfil
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