por Daniel Valdez Puertos
Es bien cierto que el cine experimental mexicano fue apenas una ráfaga. Un atisbo y nada más. No fuimos, realmente, parte del Nuevo Cine Latinoamericano, salvo por Rubén Gámez con la Fórmula Secreta, Salvador Elizondo con Apocalypsis 1900 y los otros trabajos que participaron en el primer concurso de cine experimental convocado por el Sindicato de Trabajadores de la Cinematografía Mexicana (1965) (Ej. Amor, amor, amor (Benito Alazraki), Lola de mi vida (Manuel Barbachano Ponce), La sunamita (Héctor Mendoza), Las dos Elenas (José Luis Ibáñez),. Los bienamados por Tajimara (Juan José Gurrola quien hizo muchas piezas de cine experimental) y Un alma pura (Juan Ibáñez). Cabe mencionar Viento distante (Salomón Láiter), Tarde de agosto (Manuel Michel) y Encuentro (Sergio Véjar) de ahí en fuera, la experimentación, como se entiende de forma occidental, fue absolutamente desconocido, despreciado, y denostado como sigue ocurriendo hoy en día. Somos un país atrasado cinematográficamente debido por una industria del cine protectora y nepotista. Narrativamente lineal. Cómo le cuesta a los mexicanos creadores su linealidad, su fórmula obtusa, su flagrante “cuéntame una historia” de las escuelas de cine.
Hubo una vez, hace mucho tiempo, que fuimos grandes cineastas en todo el continente, pero a modo de un sistema constrictor. El de Hollywood. Nunca el radicalmente anti-hollywood, como el que hubo en Brasil, Cuba, Argentina, Colombia o Bolivia. Los superocheros de los 60s tampoco se pudieron deshacer de la fórmula narrativa del todo, siempre estuve el corsé de contar algo.
Es ahora que se busca, entre escombros, entre los archivos, entre oficinas desechas, entre tianguis de antigüedades incluso, que se dignifica algo de lo que sucedió. Se busca porque en realidad sí pasó, pero fue tan callado, tan pequeño, tan íntimo. Es por ello que hasta ahora se ha re-descubierto la trayectoria de Ricardo Nicoyalevsky. Mexicano de nacimiento aunque no suene y no parezca. A la inversa que Téo Hernández, un cineasta mexicano experimental de excepcionalidad arrebasante, Nicolayevsky hizo parte de su obra acá y la testifica como mexicana. Es un mexicano empedernido.
La labor de este re-descubrimiento es gracias al Centro de Cultura Digital, un espacio que hay que tomar en cuenta en la agenda cultural que se ha mantenido al sesgo por su estigma, es debajo de la “suavicrema”. Pero ahí pasan cosas importantes. Esta dignificación es gracias a la labor de Mara Fortes, junto a Elena Pardo y Manuel Morris Trujillo. Una curaduría en equipo, una curaduría audiovisual que va desde la conjunción de la idea hasta la museografía y el montaje.
No es esto una crítica ni una reseña ni una promoción. Es una invitación a que el público visite la exposición Lost Portraits de Ricardo Nicoyalevsky. Se trata de una buena, ocasional o excelente oportunidad de ver algo que no está en Youtube o Vimeo para los cineastas de a cepa y por supuesto, para los que no conocen de cine experimental en México. La videoinstalación, que envidiaría el MUAC, se enfoca en los retratos audiovisuales que hizo Nicolayevsky en la década de los 80s en Súper 8 mm y 16 mm.
La descripción de la exposición es la siguiente:
Retratos experimentales de artistas y amigos del autor realizados. Posteriormente transferidos y editados en video. El retrato breve de un solo individuo, mitad documento, mitad ejercicio experimental, donde los elementos visuales son complementados por las bandas sonoras, también realizadas por él mismo. Esta instalación, compuesta por veinte monitores distribuidos como esculturas en el espacio, genera distintas arquitecturas de la memoria, la intimidad, y la complicidad.
Son retratos de Ximena Cuevas, Mariana Cuevas, Abigail Child, Lily Kassner, Naomi Uman, Illy Bleeding, Claudio Martínez, Amie Herzig, Lula Lewis, Billy Boy, Rosa Nicolayevsky, Adriana Olivera (Pajarita) y más.
Se trata, sobre todo, de una estampa audiovisual de la sociedad underground del México ochentero, o una etnografía expresada mediante una nostalgia del medio, el formato, el cine mismo y una visión intima y única; tan similar a Jonas Mekas. Es posible decir que Nicolayevsky es nuestro Mekas. Retratos hechos por alguien que tuvo la sensibilidad y visión de, simplemente, hacerlos. Es algo que conjuntamente se puede disfrutar con el libro Tengo que morir todas las noches de Guillermo Osorno. La exposición-videoinstalación, contiene algunas sorpresas que no detallaré, pues es verdad que sólo viéndola podrán expandir y experimentar los sentidos. Todos. La exposición está vigente hasta mediados de enero del 2016
21.12.15
Textoservidor. Lic. en Técnicas de la alusión con especialidad en Historia de lo no verÃdico. UNAM generación XY. Editor en Jefe y cofundador de la revista F.I.L.M.E. Fabricante de words, Times New Roman, 12 puntos. Es....ver perfil