The hopeless dream of being - not seeming, but being.
At every waking moment, alert.
por Mariana Pintado Zurita
Persona (Bergman, 1966) puede ser considerada un tratado acerca de la identidad. De cómo se construye, pero al mismo tiempo de cómo puede representar todo un desafío para el sujeto. A lo largo de esta historia nos encontramos con dos personajes enfrentándose a la dificultad que supone establecer una línea divisoria entre quién es uno mismo, y quién es el otro; es un juego constante de identidades, engaños y apariencias entre quién se es realmente y quien se cree que es.
Elisabet Vogler es una famosa actriz de teatro que en medio de una representación de Elektra pierde (o más bien decide perder) la capacidad de hablar. A partir de este incidente ingresa a un hospital psiquiátrico y es asignada a los cuidados de Alma. Al ser evaluada por la doctora de la institución, se le declara física y mentalmente saludable, por lo que su estancia en el hospital no es adecuada. Es por eso que Alma y Elisabet se trasladan a una casa de playa en la que vivirán un periodo de aislamiento enfrentándose con ellas mismas.
Lo primero que se nos da a conocer acerca de Elisabet es su profesión. Ella es una actriz de teatro, lo cual nos habla del personaje y del propio discurso de la película. El trabajo de un actor es esencialmente dejar de lado su identidad para asumir la del otro, lo que para Elisabet implica una negación de sí misma. Por otro lado, Alma es una enfermera que, como ella misma menciona, debe abandonarse al cuidado del otro.
La palabra persona, que utiliza Bergman como título claramente no es elegida al azar. Esta palabra proviene del latín persona, utilizada para denominar las máscaras que usaban los actores en el teatro antiguo. Hoy en día la usamos comúnmente para denominar a los individuos. Esto establece la problemática y borrosa división entre quien se es realmente y la cara que se presenta al mundo.
Desde el punto de vista psicoanalítico, lo que permite develar esta máscara y conocerse a uno mismo es el lenguaje, la dialéctica. La relación que existe entre el lenguaje y la identidad es sumamente íntima, pues de esta manera lo que le decimos al otro y a nosotros mismos es lo que nos define como somos. No es, entonces, casual la elección de permanecer en silencio por parte de Elisabet. Así, ella decide eliminar por voluntad propia la posibilidad de mentirle a los otros acerca de quién es, pero al mismo tiempo la de acceder a su parte más oscura y profunda. Contrariamente, Alma, por medio de sus monólogos con Elisabet, logra conocerse, revelarse y enfrentar sus demonios.
En estos monólogos, la muda actriz funge como espejo de la enfermera. Alma desnuda ante Elisabet precisamente su interior, y los papeles de enfermera y paciente se ven invertidos en el momento en que Alma pasa por un aparente proceso terapéutico y de transformación. Sin embargo este proceso no es nada inocente.
La necesidad de Elisabet por “deshacerse” de sí misma, la hace “transferir” su identidad a la enfermera. Esto queda claro en el momento en que aparece Mr. Vogler, su esposo, y lo hace confundiendo a Alma con su mujer. Por un momento Alma se ve enredada en un juego de engaños entre las tres partes, impulsado por Elisabet. Pero tras un encuentro amoroso con Vogler, Alma rebasa sus límites y se ve incapacitada de seguir con la farsa.
Conocemos muy poco acerca de Mr. Vogler, pero lo que nos revela Bergman de él es que es un hombre ciego. Es curioso, sin embargo, que esta información llegue minutos después de que el personaje aparece en la historia. En un principio, éste se encuentra fuera de cuadro por lo que el espectador no puede verlo sino sólo escucharlo antes de revelar su ceguera. Este hecho nos refiere al mismo conflicto de identidad de Elisabet: ¿cómo puede el hombre saber por completo quién es su esposa si no puede mirarla? Junto con su profesión de actriz, Elisabet se autoimpone nuevamente una máscara ante quienes la rodean; decisiones a lo largo de su vida le han impedido conocerse a sí misma y conocer sus propios deseos, hasta moldear su destino a partir del deseo de un otro y convertirse en madre.
El papel de la figura materna es sumamente significativo para ambas mujeres de la película. Por un lado tenemos a Alma, quien ha pasado por un aborto a consecuencia de un encuentro extra marital, lo cual le ha dejado una profunda cicatriz. Por otro lado, Elisabet, es empujada a convertirse en madre sin querer realmente serlo. Al explorar este aspecto no se puede dejar de lado lo que la madre significa para el proceso de formación de identidad de los seres humanos durante los primeros años de su vida.
La obra de El estadío en el espejo, de Jacques Lacan, se establece que durante los primeros años de vida de todo ser humano, la madre es el gran Otro con quien el bebé tiene sus primeros contactos, y por medio de esta relación es que el bebé concibe su identidad, pues es la madre quien lo define. A través de sus palabras y sus actos, ésta le hace saber quién es él; comienza a comprender que en el mundo existe un yo y otro; establece su identidad y comienza a reconocer deseos, límites, sentimientos y relaciones. La madre es la primera persona que mira al bebé y le hace saber que existe. Añadimos también que la psicosis y la locura tienen una íntima relación con la figura materna y la ruptura del yo, lo cual no puede dejarse de lado en el estudio de esta película.
A partir de esto podemos comenzar a reflexionar acerca de cómo Bergman representa el problema de identidad de sus protagonistas por medio de recursos cinematográficos. El director elige una hermosa composición visual en blanco y negro que le permite reforzar constantemente este mensaje. Juega con la cinematografía para establecer una paleta tanto de altos contrastes entre el negro y el blanco, como de una escala de grises casi indiferenciables, mostrando las relaciones entre los personajes y su entorno. Por ejemplo, en la secuencia en la que Elisabeth visita el cuarto de Alma mientras duerme, se puede observar cómo la primera, vestida con un largo camisón blanco, camina hacia el fondo de la habitación fusionándose con unas telas flotantes, casi desapareciendo; mientras que, en un primer plano, se aprecia la silueta contrastante de Alma. Esta escena de alto contraste marca la aún vigente diferencia entre ellas y es seguida por otra en la cual ésta se elimina. En una escena que parece estar entre sueños, a una hora crepuscular: una iluminación tenue revela un único plano en el que se presenta el reflejo de las dos mujeres en un espejo, la paleta de colores es de una escala de grises muy distinta a la del contraste anterior, haciendo que visualmente los dos cuerpos parezcan formar parte de un mismo universo; Elisabet comienza a absorber a Alma.
Este mismo uso del color es aplicado a los vestuarios. Constantemente vemos a las protagonistas vestidas de una manera que refleja la dinámica entre ellas; cuando Bergman busca remarcar la diferencia de roles entre una y otra, una se encuentra vestida de negro mientras la otra viste de blanco, y viceversa. Sin embargo en los momentos en los que las personalidades se fusionan ambas visten de negro o blanco por igual. Este juego de colores entre los personajes ayuda a definirlas, diferenciarlas y confundirlas.
Bergman nos hace partícipes de este juego de identidades recordándonos constantemente nuestro papel como observadores. Esto lo logra con una serie de accidentes, como la “ruptura de cinta” que ocurre al mismo tiempo de la “ruptura” entre ellas; o la ruptura de un espacio dentro del cuadro, cuando los personajes se dirigen a los espectadores.
Una de las escenas más significativas e icónicas de esta obra es aquella en la que se muestra durante varios segundos una imagen conformada por los rostros partidos de Alma y Elisabet. Esta imagen reúne muchos de los simbolismos clave de la película, evocando una metáfora acerca de las identidades divididas. La imagen no refleja a una u otra de las mujeres, sino que es una quimera de ambas, en la que no se sabe dónde empieza o termina cada una. Cabe mencionar que Bergman decidió usar intencionalmente “el peor lado” de cada rostro de las actrices para crear la imagen, “el peor lado” de los personajes de esta historia.
Podemos concluir diciendo que esta obra de Bergman es un excelente vehículo para explorar los conceptos de identidad y transferencia que dominan gran parte de la condición humana. Nos deja mucha materia prima de reflexión, además de una excelsa realización cinematográfica, repleta de metáforas y diálogos profundos que no pueden evitar resonar en nuestra mente incluso días después de escucharlos, haciendo que nos preguntemos a nosotros mismos sobre quienes realmente somos.
10.07.15