por Brianda Pineda
If you think this has a happy ending,
you haven’t been paying attention!
Ramsay Bolton
La quinta temporada de la aclamada serie transmitida por la cadena HBO, Game of Thrones, ha llegado a su fin. Cinco veces la muerte afirmó su reinado a través del suspenso. Valar Morghulis (All men must die / Todos los hombres deben morir) es la moneda de cambio y no sería descabellado pensar que, sin ser un Lannister necesariamente, todos los hombres pertenecientes al mundo inventado por George R. R. Martin habrán de pagar, con aquella, sus deudas.
Recordemos el abismo abierto entre la saga literaria y su adaptación televisiva: los creadores de ésta última se han tomado la libertad y astucia de modificar algunos caminos de la trama y han prescindido de la aparición de Coldhands, personaje crucial que hace más de una temporada debió aparecer, así como de otros guiños que acaso por ignorar no vapuleamos. Así, es posible afirmar cómo para los miles de espectadores (que poco o nada saben de la historia oculta entre las páginas de los libros), una de las razones para seguir con fervor y entusiasmo catártico la serie es la incertidumbre y el misterio que rodea el porvenir de los 7 reinos envueltos en una guerra cada vez más sobrenatural.
¿Qué pieza del juego de tronos es entonces la muerte? Más peligrosa e imprevisible que un White Walker, su llegada es anunciada únicamente con el desasosiego de la sangre derramada y la revelación dolorosa de cuán frágil y prescindible es la vida de un hombre. Tan acostumbrados hemos estado a encariñarnos con ciertos personajes y ver en ellos la continuidad del asombro e interés que es capaz de engendrar una historia, que adaptarnos a este modo de resolver lo inesperado no puede sino hacernos sentir un poco masoquistas.
En Game of Thrones la compasión es una distracción, las más de las veces imperdonable. Debido a la pausa que sirve de punto final a la quinta temporada y que nos concede la esperanza de no dar por muertos (todavía) a los recién escapados de una fábula –Theon Greyjoy y Sansa Stark saltando desde lo alto del castillo de Winterfell–, al herido Stannis Baratheon diciendo sus últimas y frías palabras –por tan lejanas al fuego– ante el filo de la espada de Brienne de Tarth (muerte suspendida aún, si no encontramos razón por la cual la leal caballero sin título habría de perdonarle la vida), y al traicionado a cuchilladas por la guardia de la noche, Jon Snow, cuyos ojos en apariencia tocados por la parca no cerramos, gracias a la campana de los créditos que nos salva del conocimiento de los cadáveres.
A falta de minutos de silencio (sería poco práctico, tomando en cuenta los centenares de muertes traídas desde el olvido que pueden recorrer en este enlace), recordamos aquí, con la exaltación que provocó a nuestras pupilas, cómo cruzaron el puente al más allá las piezas del juego que amenazaban perdurar en el tablero, que de entrañables sólo queda su caída:
La primera humillación mortuoria corre a cuenta del robusto rey Robert Baratheon. Acostumbrado a dar órdenes y a beber vino como desquiciado, no pudo prever el ridículo de morir atacado por un cerdo. Sin embargo, será la impensable muerte de Ned Stark el primer trago amargo. Degollado frente a todo el reino al ser acusado de traición por el Rey Joffrey, acudimos a la despedida del personaje más entrañable de la primera temporada. A partir de aquí, intuimos, todo es posible.
En Oriente, Daenerys Targaryen, the mother of dragons, cruzó el umbral de la magia al enamorarse de Khal Drogo volviéndose con ello consciente de su poder. Esta unión sólida y salvaje nos deleitaría en su afirmación con la muerte bañado en oro fundido del insufrible hermano Viserys Targaryen, para luego rompernos el corazón cuando herido de muerte, durante un duelo absurdo iniciado por un rebelde dothraki, Drogo agoniza. Los intentos por traerlo de vuelta con su fuerza y virilidad fracasan y como sacrificio o resignación ante la vida que no es vida, las manos de la hija del Rey Loco asfixian con una almohada a su amante.
Renly Baratheon, el rey cuyo estandarte ostentaba ser la piedad, probablemente el más tierno de los Baratheon, deja el juego de tronos a manos de una sombra espeluznante que no es sino la criatura insana que la mujer roja y su tío, el despiadado Stannis, procrearon en tálamo de sanguijuelas, fuego y sangre. En brazos de la muerte no será posible para el noble y amanerado rey bailar, sino en el recuerdo con la más fea, asegurando así un escudo y espada capaz de vengarlo.
Una vez más los Stark muestran cómo la pasión lleva a cometer, inconscientemente, traiciones de las cuales será difícil salir con vida. La boda roja nos deja sin aliento por su crueldad y crudeza, es acaso la celebración más tormentosa en lo que va de la serie. El nonato, sus padres Robb Stark y Talisa Stark, la abnegada madre Catalyn, y el enigmático Grey Wind pasan de modo cruehnto a convertirse en habitantes de la oscura región del recuerdo.
Pero no todo es desesperación, está la muerte sobre hojuelas, esa que llega a salvarnos de la locura propia de los Targaryen. No arrojaremos la bilis acumulada por el odio hacia el Rey Joffrey que cada capítulo inventa una nueva muestra de sadismo, alguien la ha servido, fulminante y explosiva, sobre su copa nupcial.
Pero la justicia no es un don que los dioses olviden, por mucho tiempo, en las manos de un hombre. La pasión por la venganza, nos mostró el buen Oberyn Martell, es un vicio costoso.
El amor, su imposibilidad o en su defecto inexistencia disfrazada por el interés de obtener algo más (no olvidemos que en el Juego de Tronos todo transcurrir de la trama es estrategia), también atrae a la muerte. Escribe Eduardo Lizalde: Sólo el terror despierta a los amantes y nosotros, espectadores, vemos con tristeza salvaje y desconcierto, partir a Ygritte, a la grotesca Lysa Arryn y a Shae. Ésta última es toda una sorpresa al dar un toque sensual, como si amor prohibido de Selena estuviera sonando, a la vida íntima del enano Tyrion.
Por último, dos muertes inesperadas y reveladoras han sido la del primitivo Sandor, “el perro” y la tan ambiciosa como poco verosímil crueldad de los Lannister: Tywin. Su descenso a los infiernos ¿a dónde más podrían ir sus almas? es el recordatorio de que para presumir la lealtad de un compañero de viaje (Arya y Tyrion si nos ponemos ilustrativos) es necesario estar seguros de no haber, antes, dejado caer sobre él el golpe metafórico en la zona más dolorosa y por lo tanto sin olvido ni misericordia.
09.07.15
Xalapa, 1991. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana. Ganadora en dos ocasiones del Premio Nacional al Estudiante Universitario Carlos Fuentes. Ha publicado reseñas y artÃculos en La Palabra y el Hombre y reseÃ....ver perfil