por Jazmín Bonilla
Hermosa juventud (2014) de Jaime Rosales vomita a sus personajes desde la periferia de un Madrid jodido por la crisis donde, en lo económico, la necesidad y el hastío son complementariedades de lo cotidiano al interior de unos protagonistas faltos de esperanza y quehacer o preocupación alguna, que el realizador barcelonés procura tener en atmósferas desoladas en medio de las carencias de sus propios habitantes, en una suerte de coctel de vicisitudes e imposibilidades.
En el quinto largometraje de Rosales, la veinteañera Natalia (Ingrid García Jonsson) mantiene una relación afectuosa con Carlos (Carlos Rodríguez), con el que no sólo comparte episodios y acompañamientos amatorios, sino también la desazón y exaspero de un pobre presente. Así como se encuentran en un parque y construyen sobre deseos aletargados un futuro rimbombante (igual de vacío pero millonario), pasan a la casa donde Carlos todavía vive con su moribunda madre y discuten, desde la incertidumbre, la poca liquidez que tienen.
So pretexto de una aventura sexual, recurren al dinero fácil del porno amateur, y en una hora ganan dos veces el sueldo que podrían en todo un mes: de la cámara de Torbe, pionero del porno friki, Jaime Rosales extrae una entrevista-secuencia a los dos jóvenes actores que irrumpe en la filmación en 16 mm de Pau Esteve Birba (ganador del Goya por Caníbal), y que transmite autenticidad y dinamismo en la narración, a lo que se suma un time-lapse que va de la pantalla de conversación en WhatsApp a la galería de imágenes donde, en un acompañamiento silencioso, la vista hace un recorrido exprés por la cronología y el mapa de fotos de Instagram, técnica que deja atrás la sepia ensimismada y subexpuesta de la fotografía y que abre paso a un recurso visual que antes Pierre-Paul Renders había utilizado en Tomás está enamorado (2000), por medio de chats y juegos en línea, pero que en Hermosa juventud se reconstruye ahora para dar forma al avance de la trama y desde ahí obviar las elipsis temporales.
Desde su primera realización, Jaime Rosales mostró la capacidad de recuperar en sus películas el ánimo rutinario desde el extrarradio ibérico, con argumentos ligeros de artilugios pero cargados de abstracciones realistas, con condiciones que podrían caer en lo inverosímil o innecesario (Abel, protagonista de Las horas del día, 2003, mantiene una vida normal, pero cada que se le presenta la oportunidad mata a alguien), Carlos lleva un juicio legal por una riña nocturna y sobredimensiona su nerviosismo quitándole la vida a su contrincante.
El tratamiento de las situaciones, que por supuesto no son determinantes para el desenlace, sí tienen como función hacer un esquema más complejo de los personajes con base en sus infortunios y premeditaciones. Es la falta de oportunidades de trabajo en el país y el embarazo de Natalia lo que extiende la crisis familiar y provoca la decisión de volver al dinero fácil, sólo que ahora lejos de casa.
07.04.15