Sentir que la vigilia es otro sueño
Que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.
Borges, Arte poética
por Iranyela López
No todo es vigilia (2014), segundo largometraje del realizador español Hermes Paralluelo, es la paciente caminata visual hacia los espacios más íntimos de una octogenaria pareja que ha compartido 60 años de su vida juntos. La película rompe géneros en el sentido que pudiera tratarse de un documental, pero la anticipación de movimientos en las tomas, la estudiada y meticulosa iluminación, así como los diálogos de la puesta en escena actoral nos recuerdan que hay un pulido trabajo de dirección.
La película ronda dos espacios irreconciliables. El hospital, que nos resulta inaccesible y laberíntico. Y un segundo, más cercano por tratarse de un espacio común, como es el hogar. Entrelazados con las afonías panorámicas de un paisaje nevado que permite al espectador vaciar su propia trama, recordar, memorar o simplemente dejarse sentir.
Iniciando en un amplio y estéril hospital, que en su maquinal modernidad contrasta con la humana y entorpecida condición de Antonio y Felissa, dada su edad. Él es el enfermo y ella debe esperar y sopesar la carga de una posible decaída o la casi inevitable reubicación de su esposo en un centro de asistencia. Felissa, de ojos cansados, que apenas logran focalizar, y pese a sus hinchados y necios pies que pausan y aletargan sus movimientos, sabe que lo mejor es regresar a casa con su marido.
Varias serán las instantáneas que se recordarán, desde las apresuradas y pequeñas anécdotas de Antonio con su compañero de camilla que nadie en el hospital desea escuchar. Las tomas en cenital que se enfocan en el paso y cambio de luces, mientras Antonio es trasladado en su camilla así como los encuadres a detalle en la tomografía, que con las líneas rosas del láser se reticula el frágil cuerpo. Así como un fuera de foco a los estremecimientos y la entumida espera que experimenta Felissa.
En cuanto al hogar, ubicado en algún pueblo de España, su austeridad y sencillez es iluminada con el misticismo de los objetos que lo integran, como es el viejo pozuelo para calentar la leche, los calefactores, el reloj despertador y las cajitas de cerillos, los que pareciera se van acabando, como se va apagando la llama vital, mientras el frío aumenta y el tiempo o la muerte detonan amenazantes, como la alarma del despertador que solamente con paciencia se puede acallar.
La película nos toca por cercana, ya sea por nuestros abuelos, nuestro padres, o porque sabemos que si la vida lo permite, tarde o temprano, llegaremos allá afortunadamente en pareja. ¿Qué será de ellos sin el uno del otro? Antonio y Felissa son ese par de ancianos que desean charlar de todo aunque no digan nada, una película que nos mece con nuestros oídos sordos. El tiempo se convierte en un antitiempo frágil que condiciona la continuidad y los simulacros de la vida. No queremos que la película termine porque tememos ocurra el apartamiento, y por tanto el adormecimiento de su historia de amor eterno.
No todo es vigilia atiende con delicadeza el modo de expresar los estados anímicos, la cámara en ojos de Julián Elizalde, colocada a diferentes niveles de un plano a otro, o bien un mismo plano, circula, retrocede, espera, y este movimiento remeda los pasos, redescubriendo, también, nuestra percepción visual. Una iluminación que se siente natural con su agudeza, pero estudiada hasta el detalle, y pendiente también de las sensaciones térmicas del color con la temperatura de las emociones, por un lado, así como los ruidos y silencios en los espacios. En esta película no hay música ni incidental, y no por ello carece de ritmo y atmósferas envolventes.
A diferencia de otras películas, como el documental El patio de mi casa (2010) de Carlos Hagerman, que capta la vida de sus padres Oscar y Doris, profesores profesionales dedicados a proyectos que buscan el bienestar de distintas comunidades rurales, o Amor (2012) de Michael Haneke que también se relaciona con profesores consagrados en el entorno musical, en No todo es vigilia la historia narra con su sencillez la grandiosidad de la pareja sin necesidad de contarnos mucho acerca de quienes son o quienes fueron más allá de la imagen y los pequeños diálogos cotidianos.
Convirtiendo el ultraje de la elipsis en un espejo que nos revela con su estética el rumor de nuestra propia vida, No todo es vigilia es una película anticlimática, sin una solución desencarnada, como las dos películas antes mencionadas: juega y fricciona una vida común que pende de un papelito en un cajón que jamás podemos leer, en donde el final es el amor que se subraya.
05.03.15