por Enrique Ángel González Cuevas
“Crecemos como los bisteces, a putazos”; reconocemos la verdad de la frase con una sonrisa. Humor, sencillez y honestidad se hermanan felizmente en ella. Igual que en el documental Mi vida es un albur (colectivo LesTr3s, 2014), el cual nos presenta a Lourdes Ruiz, la “Verdolaga Enmascarada”, reina del albur, además de comerciante y jefa de familia, autora de esa bella frase y de mil ocurrencias más.
Lourdes Ruiz se ha convertido en los últimos tiempos en una especie de celebridad. Su fama ha desbordado Tepito. Artículos, entrevistas y reportajes sobre ella y sus talleres de albur fino lo atestiguan. Tepiteña ejemplar, no puede hablarse de la mujer sin hablar de su barrio.
A propósito de ambos, aparece la mayor dificultad y triunfo del documental. El albur y, sobre todo, Tepito, son un tabú cuando no un cliché, en especial para los habitantes de la Ciudad de México. Atrapados en una extraña vecindad atravesada por las construcciones culturales del cine de ficheras y los prejuicios emitidos desde los medios de comunicación, para muchos es incómodo voltear a ver a Tepito cuando no lo necesitamos para surtirnos de ropa y piratería. A la mayoría no les interesa un documental al respecto, ya sea porque se dicen que esa realidad “ya la conocen” o porque simplemente es un espacio que no les gusta recordar. No faltan las palabras de aliento y aplausos a trabajos que hablen al respecto, pero son casi siempre emitidos pensando en lo interesantes que pueden ser para otros, los de provincia, pero sobre todo, los del extranjero. Para el D.F., no gracias.
Mi vida es un albur logra escapar a esta incómoda situación. El defeño no sólo la disfruta, descubre algo nuevo. El documental pretende compartirnos los ojos de Lourdes para ver a Tepito como ella lo hace. Y es a través de esa mirada que terminamos conociendo mejor a la campeona y instructora del albur fino. El llamado “Barrio bravo” se vuelve vivencia en sentido profundo, es decir, en parte fundamental de una vida que se configura en el lugar mismo. Albur, Lourdes y Tepito. Un tema nos lleva al otro y de regreso, pero redimensionado. El albur como enseñanza de vida y la vida como albur.
Este ir y venir de un tema a otro se hace con agilidad. Breve, la película es veloz a la par que dinámica, sin caer por ello en la superficialidad. La voz de Lourdes contando su vida mientras la cámara nos muestra distintas caras del barrio multiplica el sentido de lo que en primera instancia nos dice el documento.
La narrativa que proponen LesTr3s (Diego Fuentes, Natalia Monroy y Sandra Salgado), a partir del guion, tiene sus complejidades. La vida de Lourdes Ruiz no se cuenta de manera lineal y los saltos tienden a dejar huecos en la información. No obstante, el efecto que deja en el espectador es el mismo que tenemos cuando hablamos con alguien de su vida. En una charla pasa lo mismo y ni siquiera lo notamos, ese ir y venir y no decir ciertas cosas son partes esenciales de un discurso vivo. Reproducir eso por medio de la edición no es una cosa fácil. En Mi vida es un albur esto se consigue la mayor parte del tiempo. Logro destacado si tomamos en cuenta que se trata del primer trabajo de los directores.
En conclusión, Mi vida es un albur no es una apología “al folklor de Tepito”, ni un intento de convencernos de la humanidad de los tepiteños a la manera de fray Bartolomé de las Casas, o una reelaboración chilanga de Gorilas en la niebla (Michael Apted, 1988). Es algo más sencillo y honesto. Es sólo Lourdes siendo ella y diciendo una que otra verdad que nos llega y tal vez hasta nos duele, pero de una forma que, como todo albur, le da la vuelta y nos deja riendo.
* Foto de portada: Natalia Monroy (licencia CC BY-NC-SA).
19.09.14