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Las aventuras de Tintín u otra montaña rusa
por Xidarto P. Legribés

Es raro pero es todo lo que es. Aclaro: solo alguien como el autor de oro, Steven Spielberg, puede hacer más de dos veces la misma ecuación con resultados distintos sin que muchos levanten la ceja y piensen “esto ya lo vi y no era así, o más o menos o ¿qué pasó?â€.

Un día de mercaderes en la legendaria Europa de 1929 sucede –como si viéramos pasar sobre nuestros ojos una estampida de búfalos azuzados–, de corte en corte –viñetas espress de finas rutinas cómicas del cine de inicios de siglo– de 10 a 20 segundos cada uno, un extrañísimo robo de dos cosas: un viejo barco a escala de lujo y un mensaje que contenía él mismo sobre un tesoro. En ese momento, ¡quizá ajetreados 15 primeros minutos del film!, a usted, espectador, le debe quedar claro que ya no se podrá ni querrá bajar de esta montaña rusa que es Las aventuras de Tintín (2011).

El film no para de saltar, de romper ejes, de ins de outs, de ups de downs, como si los realizadores pretendieran hacer creer a la industria que ya no sirve de nada la grúa y los movimientos angulares de una cámara real, no dedicada, como en esta película, a hacerla de control de un videojuego de época.

Gran trabajo artístico, hermosos fondos plenos, desbordantes de acción –recuerden que todo en esta película está en movimiento, todo–, gran logro eso de humanizar a las caricaturas, pero la industria del señor Spielberg está más interesada en hacer saltar a la gente de sus asientos que por hacerla tomar un suspiro para pensar… y no está mal.

De pronto uno ya no sabe, desde Avatar (Cameron, 2009), pasando por Transformers (Bay, 2007-2011), si pagó la entrada del cine o la de una feria de juegos vertiginosos, pero disfrutables, sin embargo con Tintín la cosa va de lujo porque es detectivesca. Entonces mientras le licúan el cerebro con el vórtice encantador de imágenes todas obras maestras de un segundo, se lo relicúan con las intrigas de espionaje y los acertijos que, de plano, usted también tiene que tratar de resolver si quiere entretenerse a tope.

Estamos frente al jueguito más reciente de Hollywood, se podría tomar incluso como un ejercicio visual de un maestro que en realidad quiere venderle al mundo su nuevo artilugio con el que va a comenzar a definir el rumbo de la animación futura. Casi podría decirse que lo que sintieron los cinéfilos que vieron la noche del 24 de diciembre de 1939 en Blancanieves (gran producción de Walter Elias Disney), se puede volver a sentir frente al Tintín del dueto dinámico de Spielberg/Jackson.

¡Qué gran tufo a Los cazadores del arca perdida (Spielberg, 1981)! Sí, pero tome en cuenta que Tintín es el modelo original, el padre del cómic de aventuras trepidantes (que podría ser el punto de partida del hombre murciélago, carcelero de Ciudad Gótica), y que sin duda embebió el infante Steven para lograr desarrollar esa imaginación de titán niño que tiene, un eterno cándido-a-modo que cotiza para mayores empleos (nomás imagínense) zonas bien oscuras e interesantes de su creatividad (cfr. Encuentros cercanos del tercer tipo, 1977, y Minority report, 2002).

De entre lo menos intrincado que tiene Tintín es que se convierte en la primer película autohomenaje de un homenaje. Aclaro: Spielberg ya había tomado a Tintín como modelo de su Indiana Jones (¿qué duda cabe?), y ahora, a través de Tintín, revive a su viejo Indiana, un juego de espejos contextual, creo, único.

Las aventuras de Tintín: el secreto del unicornio es también un ejercicio de elipsis impresionantescas, boquiabiertantes, y una confesión fundamental de un hombre que es tanto o más enfermísimo adicto a las historias de aventuras que el coprotagónico del filme capitán Haddock al alcohol, gran motor de esta historia (a ratos hasta literalmente, como en la secuencia del avión sin gasolina). A este último personaje que casi se lleva la película en la interpretación del ya genial Andy Serkis (actor-monstruo de sí mismo después de haber dádole forma a dos de los simios más grandes la historia del cine: el chimpancé César (Planeta de los simios: (R)Evolución, Wyatt, 2011) y el gorila de gorilas, el rey Kong (King Kong, del mismísimo Jackson, 2005)) le está destinado el convertirse en el Baloo de nuestros días tan necesitados de antihéroes bonachones medioincómodos (ja).

Las elipsis impresionantescas, boquiabiertantes, merecen toda la atención del buen cinéfilo. Hay joyitas de la narrativa visual motion-capture regadas como si nada fueran a lo largo y ancho de la secuencia del desierto (uy), y el hermoso leit motiv del carterista es impagable arte de la ruptura del eje, pero también gran lección aprendida del maestro, el místico Robert Bresson (El carterista, 1959), que dura poco, pero ni modo.

Lo demás… es poderoso silencio de lujosa maquinaria en movimiento. ¡Imagínese eso, lector! Otra montaña rusa del vehemente genio niñotón de Spielberg, que con una sonrisa socavona, al final nos contó una historia de un niño y un borracho que van en torno al dinero, con una moralejita debilucha y, por supuesto, con la maliciosa jiribilla de la continuación.

12.01.12

Praxedis Razo


Un no le aunque sin hay te voy ni otros textículos que valgan. Este hombre gato quiere escribir de cine sin parar, a sabiendas de que un día llegará a su fin... es lo que más le duele: no revisar todas las películas que querría. Y también es plomero de avanzada. Mayores informes y ofertas al 5522476333. ....ver perfil
Comentarios:
13.01.12
J (no)Edgar dice:
y no olvidar que Serkis también fue Golum para Jackson
comentarios.