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Crónica de un ladrido cinematográfico-guanajuatense


por @Gregoriolywer

La mente estuvo trabajando desde el abstracto, recorriendo túneles y panteones (llenos de momias y de señoritas con muertes virginales), antros, auditorios repletos y cantinas de la gloriosa Guanajuato.

Dicen que los de F.I.L.M.E. somos perros rabiosos sin dueño, escritorsuchos desordenados, críticos del “ahí se va” y que, además, somos un portal sin línea editorial; tal vez eso sea cierto, tal vez “whatever, dudes, fuck off…” Sea como sea, valiéndome de la metáfora de los perros románticos, aquí les escribo la crónica de los ladridos que pude dar desde la bella y alucinante Guanajuato.

Después de un turbulento viaje, casi que en burro, un auto stop frenético estilo Jack Kerouac, hacia Guanajuato, llegué a hospedarme a un hostal del centro. Cincuenta pesos la noche. Me dieron por aposento un cuarto desvencijado, casi como sacado de algún poema de Pessoa, donde por las noches podían escucharse todos los murmullos sexuales de las vecinas, una sinfonía de gemidos me deleitaba en mis solitarias veladas.

Tarde, muy tarde, desde atrás, en las sombras donde la visión no es muy buena, tuve la oportunidad de deleitarme con las poderosas imágenes de la nueva cinta de Amat Escalante, Heli. Más tarde bajé al pueblo en busca del alimento del alma, unos buenos mezcales de tamarindo en una cantinita donde puedes orinar (desde el alma) junto a la barra. Justo allí o quizás antes tuve la oportunidad de reunirme con el joven escritor Carlos Almaguer (alías Ca), buen camarada, devoto de los paseos internos y de las caminatas etílicas a través de los túneles del espíritu… y de Guanajuato. Me sentí como un Sixto Rodriguez, en Searching for Sugarman pero paseando por la ciudad de las momias.

Pude ver cine, o al menos eso creo, de pronto la ciudad me arrastraba de un lugar a otro sin control, de pronto la gente aparecía y desaparecía. Una cinta nostálgica que me dejó clavado fue El Peso de los Elefantes (2013), de Daniel Joseph Borgman. La historia de un niño solitario que intenta habitar en un entorno hostil y luminoso al mismo tiempo. Me recordó mi niñez irreal, al lado de una madre despreocupada y un padre tonto.

Más tarde vagué en compañía de los bohemios, los días se sucedían sin control uno tras otro; hablábamos de libros, de filósofos raros que tomaron decisiones suicidas más allá del alcohol. Suicidios intelectuales improbables en épocas que nuestros ojos jamás miraron. Un par de colegas guanajuatenses me llevaron a la azotea de su casa, a fumar algunos tabacos y a charlar sobre los días venideros, sobre vagones de metro atiborrados de masa humana y sobre las borracheras que nos debemos. Desde allí pude mirar hacia el hotel donde me quedé la primera vez que vine a esta urbe; me imaginé del otro lado de la ventana, mirándome a través de un lejano día de lluvia. Desde ese cuarto de hotel donde ella y yo cogimos sin parar con la ventana abierta, para que la brisa del diluvio cayera un poco sobre nosotros. Quizás nunca pasó.

Vi a Danny Boyle aunque él nunca me vio a mí, lo cual no tiene la mayor relevancia. Fui uno de esos miles de adolescentes que se formó viendo Trainspotting y todas sus películas, fui la Nada y él fue un abismo de esos que absorben el absurdo del universo. También pude ver, justo sentado atrás de Danny Boyle y de la legendaria tía Sarita (la del chicharrón mágico), la película Shallow grave.

Corrí entre vacíos y naderías como un perro tonto que intentara morderse la cola. Estuve, a media noche, sentado en una placita oscura al lado del buen Ca, esbozando pláticas que siempre se interrumpían por silencios cinematográficos. El alcohol pateaba duro desde el interior de mi cerebro. Almaguer fue mi confesor y yo le conté todos mis pecados, mis olvidos, mis desamores y le hablé de todas las películas que jamás existieron. Él me habló de filósofos, de poetas de apellido Valdivia y de mujeres divinas que acaso, borgiana y castamente, jamás conoceré. En medio de la pletórica Guanajuato, bajo la sombra del teatro Juárez, alguien habló sobre la castidad. La Nada fue mía.

Trasnochamos nuestros ojos en el panteón municipal en busca de una Mujer Metralleta; también allí me fueron presentadas tres misteriosas señoritas que murieron casi juntas, casi al mismo tiempo y que fueron enterradas en la misma cripta. Las damas más cachondas y recatadas de todo el Guanajuato.

Después vendría ese loco llamado Darren Aronofsky. Un bastardo genial que habría de poner en jaque a medio festival. “¿Quieren hablar de cine o qué, putos?”, nos preguntó el director de Pi. Y así fue como llegó el caos a nosotros. Aullé como loco toda la conferencia aunque no me fue concedida la gracia de hacer mi pregunta, que aprovecharé aquí: ¿Por qué los círculos Darren? ¿Por qué tantos jodidos círculos? Tus filmes están saturados de círculos, ciclos temporales y loops, como ese donde se desmaya la mujer de La fuente de la vida. ¿Acaso quieres volverme loco? Si Darren y yo estuviéramos en un vagón del metro lo miraría fijamente durante todo el camino, pero jamás llegaría a plantearle la pregunta; sería un homenaje al absurdo filme argentino Moebius.

El festival cerró y yo cerré la noche a mí vez. Me fui a vagar, me fui a perder entre los túneles pero sólo en aquellos alejados de la fiesta y de todos los borrachos hediondos. Me fui borracho a perder solo, hacia el núcleo vaginal de Guanajuato, hacia el vórtex de las miradas, hacia el aleph, me fui a vomitar lejos. Cuando me di cuenta, viajaba en una camioneta descapotada, al lado de unos obreros, una cumbia sonaba a bajo volumen. Íbamos en busca de mí mismo, eso me dijiste.

31.07.13

Gregorio Lywer


@GregorioLywer
Nació en la Nada de un barrio proletario cualquiera, hacia la Nada se dirige. Soy un lector de abismos y un soñador de vacíos fuera de servicio. Vivo en el delirio perpetuo, entre las sombras del caos citadino y las ris....ver perfil
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