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Soy mucho mejor que vos
por Andrés Azzolina

Pinche bato narigón está bien pedo desde el principio y anda buscando a una morra (la que sea) porque está ardido con su vieja, que se acaba de ir a España becada para hacer no se qué pedos de paisajismo y dejó a los hijos y ya no hay que hablar más de la trama porque la crítica cinematográfica es mucho más que esas pendejadas. Ché Sandoval (Te creís la más linda, pero erís la más puta, 2011) es un director que ha perfeccionado en dos largometrajes el coloquialismo chileno punk cinematográfico. Soy mucho mejor que vos es un spin-off de la primera: ocurre en la misma noche y el protagonista, Cristobal Fröhlich, es el que le da el madrazo al protagonista de Te creís... El propio director nombró el género de la película como un walk movie, pues es un viaje nocturno a pie por las calles de Santiago en busca de sexo.

Cinematográficamente es interesante el juego de la cámara en mano: los planos parecieran ser siempre unipersonales, pero existe cierto jugueteo sobre precisamente cuántos personajes podría abarcar un mismo cuadro. La inestabilidad visual permite que se vayan colando otros personajes en tomas que pretenderían ser para uno solo. De hecho, ciertas decisiones formales nos remiten constantemente a los mandamientos del Dogma 95 (locaciones, cámara que busca la acción y no viceversa), sin embargo no nos encontramos ante más de lo mismo.

El estilo cinematográfico procura mantener en todo momento la actitud desenfadada de la película, la cámara se siente perpetuamente ansiosa, como si ya quisiera terminar de contar lo que tiene que contar y pasar a lo que sigue. Hay un plano memorable en el que la cámara sigue al personaje corriendo y la estabilidad es prácticamente nula. No sólo el mensaje no se pierde, sino que lo que podría ser una toma desechable se vuelve una declaración de estilo con peso dramático.

Existe un punto en el que esta película coincide con el movimiento danés previamente mencionado: todo artificio cinematográfico es sacrificable menos la dirección de actores. Es una película llena de personajes tremendamente naturalistas, de actuaciones que no podrían ser más verosímiles, incluyendo la de un adolescente de trece años por el final de la película, donde la espiral dramática que se estuvo construyendo a lo largo de toda la narración finalmente rompe la superficie que la contenía y la carga emocional de la película se dispara a profundidades sorprendentes.

Sin embargo, en todo caso la película brilla mucho más por su temática que por su estilo formal. Fröhlich en alemán significa alegría, y no es casual que el protagonista, que se apellida de esta forma, sea un ser con un malestar inevitable. Es un hombre derrotado, absorbido por la envidia y los celos, con un enorme temor al compromiso. Sin embargo lo más interesante es su necesidad de frustración. A lo largo de la película se le presentarán oportunidades importantes y necesarias que rechazará sin ninguna razón válida, por el mero placer del fracaso. Empatizamos tanto con él que sufrimos su autosabotaje, quizá más que el propio personaje.

Hay momentos en los que es sencillo conectar con las condiciones sociales. Notable una escena en un antro en la que la timidez y el bloqueo impiden un acercamiento en forma, y otra en la que el protagonista acosa a su mujer en Facebook. Se vislumbra a lo lejos cierto manejo de la condición virtual con fines dramáticos. Hay tensión en los clicks incómodos, lo virtual termina siendo extremadamente concreto y real.

Al final la película se vuelve una especie de muestrario social en el que cada presencia es una posibilidad de encuentro, de comunión. Las distancias entre las presencias y el encuentro son factores medibles y manipulables. Parecería entonces que la película es un dibujo trazado con las líneas de la distancia, juega a ver qué tanto pueden dos presencias acercarse sin encontrarse, qué tan lejos pueden quedar y aún así reconocerse como tales. Un juego de decisiones en las que siempre se arriesga todo, y en el que el protagonista se enfrentará constantemente a la necesidad de perder lo menos posible. O ya mejor perderlo todo y a la chingada.


19.03.2013

Andrés Azzolina



Estudiante del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos. Hizo un corto a los quince años en el que actuaba como él mismo comiendo mermelada de una carreola en el bosque de Tlalpan. Sabe que nunca volverá a hacer algo tan bueno, pero no le molesta.....ver perfil
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