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Cosmópolis

Si el dinero, como dice Augier, "viene al mundo con manchas de sangre en una mejilla", el capital lo hace chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies.

Marx, El capital, Tomo I.

por Daniel Valdez Puertos


Cuando las ratas devengan en moneda corriente, cuando el dólar deje de ser el referente obligado de la economía mundial y sea desplazado por este roedor de caño en todas sus variantes internacionales, será el día en el que el Dow Jones despierte del reino de lo imaginario al desierto de lo real (Zizek por aquí). ¿Las consecuencias? Una transición del semiocapitalismo al biocapitalismo (Bifo por acá, cfr. La fábrica de la infelicidad), con tan sólo ese discreto matíz de elocuencia semántica. Las cosas por su nombre.

Este el escenario hipotético que se apetece desde el interior de una limusina hiper-teconologizada que transita cual babosa sobre las arterias obstruidas de la ciudad más cosmopolita, New York, en la que el archimillonario niño genio Eric Packer (Robert Pattinson en su inmutable gesto de adormilado chaqueteo), cyberespeculador de divisas, decide atravesar Manhattan de costa a costa con el encaprichado propósito de cortarse el cabello con el peluquero de su tierna infancia, en el barrio pobre que le vio crecer, en tanto que la ciudad convulsiona en un estallido de protestas sociales que empuñan la rata como emblema/metáfora de un sistema que corre bajo las coladeras como en cualquier país de nuestra era.

Desde su portentoso palacio en movimiento será visitado por varios personajes que lo acompañan a Packer en su vía crucis. Su experto en seguridad virtual, su socio punk-matemático uncido a su tableta, otro más joven aún, su amánte MILF (Juliette Binoche, cachondona), su cardioproctólogo que lo revisa todos los días, alguna empleada desesperadamente sexual y transpirante, hasta un rappero del clan sufi.


Cosmópolis se basa en la novela homónima de Don Delillo; relato de vigencia absoluta que sigue la línea de una jornada joyceana y que Cronenberg consigue adaptar sin menoscabo de los efectos narrativos del texto. Estamos dentro de una limusina en gran parte del filme, el espacio-tiempo se dilata y se contrae cual esfínter cotizado en la bolsa, en tanto el dueño de ese universo críptico-lógico, perfectamente simétrico, es sometido a examen para descubrir con pasmosa ignorancia que su próstata es asimétrica y entonces descubrir que las decisiones económicas que rigen nuestra intimidad se signan al final en una paradoja glandular genitourinaria del XY cual síntoma generacional. Tan dueños del mundo y tan ajenos de sí mismos los neogenios antirománticos. Sí, una belleza. El sistema-mundo wallersteiniano se reduce en una castaña seminal.

Emancipado y directo a los anales de las escenas más eróticas del trhesome simbólico, cuando Packer, frente a frente, dialoga con su empleada hiperventilada quien aprieta lúbricamente la botellita de agua, mientras el doctor le propina la auscultación rectal. Amomaxia* tan cara al director (Crash,1996), en busca de cumplir la tripsolfilia** en manos del barbero añorado. Desde luego que presenciamos un episodio mesiánico del Evangelio según Cronenberg/Delillo. Eric Packer es el cristo que cae cada que encuentra a su esposa y ésta le dice: "Hueles a sexo". Packer se conduce a la crucifixión y él lo sabe: "¿Dónde se guardan las limusinas?", se pregunta constantemente, como si un llamado divino le advirtiera que ese lugar será su monte Calvario.

Deliciosa agonía de un Ulysses judío y jodido pero no por la vacuidad de su espíritu, sino por estar condenado al mismísimo reino de la new economy, donde todo es intangible, donde la única opción de vivir es seguir muriendo a cada vuelta de rueda. No hay hipérbole en la representación de este personaje, existe, lo hay, y quizá esté más cerca de nosotros de lo que imaginamos; pasen a este otro salón de la fábrica de la infelicidad, conozcan al hombre de sus pesadillas cotidianas futuras, aquí el big boss, el CEO de la sociedad de los servicios, aquí el autor del detrimento de la psicoquímica de cada uno que somos todos.

16.11.12


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*Amomaxia: parafilia sexual que consiste en excitarse sólo cuando se mantienen relaciones sexuales dentro de un automóvil estacionado.

**Tripsolfilia: atracción por ser masajeado o por hacerse lavar el cabello.


Daniel Valdez Puertos


@Tuittiritero

Textoservidor. Lic. en Técnicas de la alusión con especialidad en Historia de lo no verídico. UNAM generación XY. Editor en Jefe y cofundador de la revista F.I.L.M.E. Fabricante de words, Times New Roman, 12 puntos. Es....ver perfil

Comentarios:
24.11.12
Fernanda dice:
Es fantástica esta modalidad de crítica en la que se cita demasiado para decir, ay, demasiado poco. Además del gusto, perfecto por cierto, para conducir al lector a la fuente de la que provienen las sesudas alusiones (sin justificarlas, como debe ser) vueltas inermes ahora por la pomposidad. Está de moda.
comentarios.