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Turn me on, Goddammit!

"El hombre es la víctima de un medio que se niega a comprender su alma."

-Charles Bukowski-

por Miriam Matus

Comienza la cinta en un pueblo de Noruega: las primeras tomas nos dibujan paisajes y acontecimientos tan estáticos, que no sabemos si nos encontramos ante una cotidianidad árida de eventos, o congelada en la levedad nórdica. Total, si la cosa sigue así habrá que volvernos locos o salir huyendo de la sala… a no ser que una linda adolescente se atreva a romper la monotonía y nos adentre a la pantalla en el justo momento en que la vemos acariciarse por debajo de las bragas, escuchando las sicalípticas sugerencias de una masculina voz que sale del teléfono.

Tremenda honestidad la de Turn me on, Goddammit! (Jacobsen 2011, sin estreno en México por quién sabe cuántas cuestiones timoratas), que en español sería ¡Préndeme, carajo! (la traducción es mía), que narra en femenino una historia de erotismo pubescente. Su principal hazaña recae en la búsqueda por normalizar el deseo sexual de las mujeres, fuera de personajes y situaciones satíricas como las de The sweetest thing (Kumble, 2002), o, hablando en masculino, American Pie y todas sus insufribles secuelas, una pretensión que parece exitosa gracias a la complicidad que generamos (mea culpa) con la ardiente imaginación de Alma, empeñada en atisbar –al menos dentro de su inquieta mentesita– la posibilidad del coito en casi cualquier situación y con casi cualquier pueblerino que le dirija la palabra. Si en un principio todo sucede en la intimidad de sus fantasías, la situación cambia al momento en el que Arthur la toca con su miembro viril (pene, para los intrépidos, bálano para los doctos) en pleno jardín durante una reunión del colegio (sí, literal y nada más: la toca con la verga para después escabullirse de nuevo en la fiesta), y ella, indecente, acepta públicamente lo erótico del breve encuentro -el placer que representa la promesa de ese guiño epidérmico- de ese contacto entre el glande y su cintura cubierta por el vestido blanco (para representar un tipo de pureza relacionada más bien con asumir –sin estricta autorrepresión– su propia libido), una confesión en voz alta que habrá de costarle el rechazo de una comunidad (nada alejada de la nuestra) que prefiere cubrirse con el velo hipócrita de la moralidad, antes que desnudar la existencia del deseo carnal, y menos aún el de las mujeres.

El montaje es el que nos conduce por un viaje que yuxtapone el universo onírico de la protagonista con el de la realidad, de tal forma que la confusión nos impide saber con certeza lo que sucede realmente y lo que se construye sólo en un lugar imaginario, a tal grado que podemos sospechar de una esquizofrenia erótica bastante provocativa. Esta cinta se escribe de manera orgánica, se disfruta con el cuerpo y la mirada, y, si bien ya no es una novedad hablar de sexo, la originalidad de Turn me on, Goddammit! recae en la construcción cinematográfica de una perspectiva distinta sobre un tema tan trillado, que se refresca al momento en el que se aborda con impúdica sinceridad. Tampoco crean que la historia de Alma apunta hacia un erotismo pasional femenino ya prostituídamente cultural, como el de Anaïs Nin; por fortuna se acerca más a la honestidad carnal bukowskiana, que en estricto no es falotodopoderosa, sino más bien imparcial, sensual y de frente a los gametos masculinos y femeninos que se sumergen, flotan y se extravían en el placer de sus propios líquidos.

04.10.2012

Miriam Matus


@MatusOnTuits

Je ne suis pas infâme, je suis une femme. ....ver perfil

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