Caro
Tú, que en mi mente estás, Marcello, aunque no te vea o escuche, te venero tanto. Cuánto desearía que tu voz y tu rostro se aparecieran frente a mí cada vez que mi alma los solicita.
No son las frases que has dicho aquello que me fascina, sino tu forma de decirlas, el tono, la luz que modulas en tus ojos cuando salen de tu boca. Tal vez el mundo comprendería este amor si en tu “sí, Silvia, vengo anch’io†se sintieran aludidos, o si te respondieran cada “ciao†que has debido pronunciar en escena, tal como yo hago.
Tú eres así: sonríes al saludar sin estar feliz, presumes una gallardía que en realidad encuentras ridícula, conoces amigos que son distantes y ajenos, te reúnes con amantes que no amas; pero entiendes, al fin y al cabo, en el fondo de tu ser y en un brillito particular que muy bien modulas en tus ojos, que lo que te mantiene vivo no es lo que haces, lo que hiciste, sino el instante más vivo que sientes mientras lo haces. Y ni siquiera piensas dos veces antes de interpretar miles de escenas, porque estás convencido que, aunque sea solamente en una, estarás libre, como eso que sólo tú sabes.
Yo te miro. Con tus grandes ojos marrones y tus dulces labios finos, los que me confiesan si tu actuación ha sido satisfactoria: ¡oh, cuánto admiro esos ojos tuyos! De igual manera disfruto reconocer cuando te avergüenzas durante las tristezas fingidas, o cuando sonríes con dificultad porque no hallas la gracia del chiste. Desde el anonimato más íntimo y oscuro que mi butaca me puede otorgar, yo te espero, te observo y te admiro.
Lo mío no es un romance contigo, es ficción: la ficción más pura de la que te hayas enterado en tu vida; una que se creó dentro de sí misma y que en ella misma se recrea. Una ficción que se reconoce inexistente. Por eso, Marcello, yo te veo entre escena y escena para enamorarme cada vez más de tu italiano elegante y ficticio.
Cierro estas líneas, caro, recordando un traje, unos lentes oscuros, una nariz recta y un eterno peinado. Que no olvide yo en los sueños de mis días, esa mirada tuya que dice más que lo que dictan los guiones.
P.D. Me llevo tu imagen, Marcello, para tenerla por siempre conmigo en ese lugar que los dos compartimos.