Con talante de embajador de la gran Tenochtitlán, Rubén Albarrán, en compañía de músicos tradicionales, realiza un cover de Tiempo de híbridos del finado Rockdrigo Gonzalez. Así da comienzo este suntuoso recorrido saturado de ritmos y disertaciones que se pretenden, si no inteligentes, por lo menos puntuales, por parte de alguno que otro opinador de la cultura. Esto es Hecho en México (Bridgeman, 2012).

Durante el trayecto de este filme, la multitonal voz de Carla Morrison se hará omnipresente. Seremos testigos de colaboraciones inusitadas entre Molotov y Residente Calle Trece, Meme, el tacubo con El Haragán; veremos, nada más por ver, también a la ex integrante y cofundadora de las legendarias Ultrasónicas, Ali Gua Gua, así como al hijo de un sonado patafísico, llamado Adanowsky -cada vez más parecido a Ringo Star haciendo playback en el metro-; presenciaremos la quizá última entrevista que dio Chavela Vargas, a Don Cheto moviendo el bote con Amandititita, a Natalia Lafourcade, Pato Machete, León Larregui, Julieta Venegas medio estar medio cantar. A la par, como para que no todo parezca un catálogo de artistas exportables, escucharemos disquisiciones de Juan Villoro, Homero Aridjis, Daniel Jiménez Cacho (quizá el único que dice algo coherente) y hasta del reputadísimo intelectual lame derechas Héctor Aguilar Camín. Y hasta aquí podríamos decir que hay gato encerrado y está en celo.

Hecho en México es, en un primer nivel, una muestra variopinta de las expresiones musicales que emanan a lo largo y ancho del territorio nacional. Estructurado en ocho bloques temáticos, algunos titulados con hamletiana interrogante ("¿Qué es ahora?" "¿Libertad?" "¿Fronteras?" "¿Quién lleva los pantalones?" "¿Quién soy?"), otros con aplomo afirmativo ("Resistencia", "Alma", "Nana Guadalupe"), se articula lo que su director-compositor-inglés Duncan Bridgeman quiso decirnos con la claridad de un limitado infante.

En realidad no se sabe hacia dónde se dirige el filme, en realidad dudo mucho que Duncan siquiera se lo preguntara. Podemos imaginar que su intención es ontológica, que habla de lo que es el ser mexicano en toda su complejidad, o bien que se trata de una estampa dinámica que rescata la esencia de una nación llena de vida y juventud, folclor y cosmopolitismo, o bien que es un homenaje que rinde la mirada extranjera hacia este magnífico país tercermundista, pero heróico en lo creativo y orgulloso de sus atavismos (cfr. ¡Que viva México!, Eisenstein y sus montadores furtivos, 1932 et al.), sin embargo, en cada uno de estos casos, estaríamos siendo demasiado indulgentes con el producto final.

Ni por los comentarios de salón que profieren las estrellas invitadas, ni por la elocuencia de Diego Luna cuando habla sobre el amor, ni cuando Brozo y Ponchito devanean en sofisticados albures de vulcanizadora, ni porque el bloque "Resistencia" le da voz al comandante David del EZLN, aunque al final se termine hablando de… ¿cocaína?, ni porque el gran cierre de todo este circo esté dedicado a la virgen morena, a quien le canta en hierático y escalofriante y bochornoso arrebato Lila Downs en plena Catedral, como si en resumidas cuentas en eso nos cifremos los mexicanos; ni con todo esto podemos pensar que la aportación de este filme constituye una de las tantas respuestas sobre la mexicanidad. Como si eso fuera un constructo epistemológico, como si la vasconcelada raza cósmica nos redimiera, Hecho en México es pura brillantina aventada con gesto desdeñoso hacia los ojos que la miran, pura passiflorina buenaondera en tiempos delicados. Basta con ver quiénes lo signan: Emilio Azcárraga y Bernardo Gómez, la familia Televisa.

No obstante, lo importante de este documental mágico-músical son los artistas a los que pone en acción. Conviven en él desde talentos subterráneos, ensambles de cuerdas de alta cultura, sonidos populares, y las más grotescas manifestaciones del mainstream comercial, es decir Alejandro Fernández. Los mejores momentos los tendremos con artistas sui generis y medianamente desconocidos, como lo es el poeta spokenwordero Rojo Cordova que en alguna estación del metro ejecuta con su bronca voz una impresionante serie de imágenes y significantes claves de la cultura mexicana, o una breve pero deleitable actuación del virtuoso músico callejero Nathaniel Gull, absolutamente extraordinario, o el complejo musical huichol Venado Azul, o tantos otros que no pertenecen a la maquinaria industrial.

No le recomiendo que no la vaya a ver, pero tampoco lo contrario. Hecho en México está mandado a hacer por personajes que sabemos son el cáncer del país. Hecho en México está fabricado, junto con su película hermana Suave Patria (Padilla,12), más insoportablemente cínica con el espectador promedio, para distraer a toda costa sobre un momento crítico en México. Seré directo: Este documento de barbarie es un canto de sirenas (Adrían López dixit), es una cueva platónica, un falaz fenómeno. Esta película es un bálsamo distractor cuya fórmula es el discurso optimista pendejote de que, pese a todas las calamidades, somos gente muy fregona y rebosante de talento, y que por ello hemos de estar orgullosos de ser mexicanos.

Nel pastel, Hecho en México es una marca y usted, querido lector, no es un objeto, es un sujeto que se informa, lee, observa, analiza y por tanto goza de la facultad crítica. De eso es lo único que se debería estar orgulloso, no de otras mamarrachadas.