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Michael: crónica de una obsesión

por Xidarto P. Legribés


Desde la Europa del estado como benefactor social absoluto, del continente con fama de contener el mayor desarrollo económico y político, desde la península más pulcra del mundo llega esta película de pedofilia y permisibilidad en la que la norma es la falta de comunicación en la civilización de las leyes y la tolerancia a ultranza.

Con base en desesperantes encuadres fijos generales –amablemente rotos en tres momentos climáticos de la obra–, el primerizo con la experiencia que le ha dado el trabajar para Haneke, Markus Schleinzer toma por sorpresa a los espectadores con un relato intimista del horror que significa estar en medio del horror. Un niño (David Rauchenberger fríamente calculado) es preso de unas circunstancias claras de confusión afectiva y es abusado cotidianamente por su captor (Michael Fuith ultra convencido, ja) quien es menos que una personita normal, un hijo de vecina cualquiera que corre unas cortinas de hierro, casi blindadas, que cumple más que con su trabajo y se granjea más consideraciones en la oficina ¿de seguros? donde participa ordenando el mundo de los demás.

El filme, todo adaggio sostenuto, parte del último momento en la vida compartida y metódica entre secuestrador y secuestrado, a todas luces un declive en dicha relación, que se bambolea entre la creída e ilusa adopción y todo lo antierógeno que se puede ser formalmente en pareja (“Entre mi pene y un cuchillo ¿qué escojes?â€, pregunta el violador mientras le enseña su herramienta en medio de la merienda lo más simpático que puede a su víctima, el niño, que responde sin chistar, obviando: “El cuchilloâ€).


Michael: crónica de una obsesión que blanquea la pesadilla del desarrollo socioeconómico actual en Europa es una ganancia en cada sobria secuencia que prepara en sí misma un zarpazo que nunca se dará pero se siente.


Todo “va bien†hasta que los trabajos y los días de padre e hijo, o cualquiera que sea esa relación entabalada, se enfrentan a una calentura luego de una pacífica y domeñada vuelta por el bosque que también son sus pasiones. Después de esa calentura del niño, se dejará sentir la vulnerabilidad de esa prisión-hágala-usted-mismo: el violador es atropellado y casi abandona a su suerte al objeto de su deseo. Ambos se recuperarán y seguirán con la rutina, la maldita rutina que se acerca a la concepción de familia ripsteniana de El castillo de la pureza (1973), que frente a la película austriaca hasta parece revolucionaria la mexicana con su concepción de reclusión formativa.

Michael, crónica de una obsesión (2011) es un panfleto austríaco en contra de la normalización de los efectos del gran capital inmerso en un oasis claroscuro de vacíos sentimentales y represiones orgánicas y del todo hedonistas a secas, sin más pretensión que mostrar gélidos hechos desde el punto de vista del captor que todo lo ve como parte de un devenir social (incluso está a punto de robar a su segunda víctima que compartiría techo y sustento con el primer niño) que todo lo blanquea y hace pasar como el calladito/dedicadito/rarito de cualquier entorno al idiotazo de Michael que gusta de hacer bromitas navideñas al niño que más quiere y que comienza a ser como su oscura conciencia.

Un día le llega otro tipo de felicidad a Michael, la que tiene que ver con el éxito laboral y hasta canta a todo dar la victoria en su auto con los ultraconvencionales Boney M. y su éxito Sunny, por cierto única pieza musical que rompe de pronto con la sordina en la que vive el miserable protagonista que, animadote, llega dispuesto a todo con su niño consentido, vuelto un salvaje prehistórico, que lo espera con una jarra de agua hirviente, que desencadenará el gran epílogo que se presenta como un elocuente velorio a lado de una vía de ruidoso tren bala, como ilustración de los arrolladores sucesos que se blanquean hasta el hartazgo de unos deudos, especialmente la madre de Michael, que ya nomás les hace falta babear para no darse cuenta de algo.

Luego de varias escenas de una autoritaria tristeza, de un duelo infértil se diría, la madre está a punto de conocer la triste historia del hijo violador que guarda en lo más pronfundo de sí, soterrado incluso, uno de los finales más tristes, más chocantes y más explicativos que nunca se hallan visto... todo un atrevimiento formal en el uso de los espacios en off absolutamente encomiable.

10.08.12



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