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¿Qué más hay en Blade Runner?

 

por Alberto Chimal
@albertochimal

 

Me pregunto por qué Ridley Scott no ha conseguido hacer ninguna otra película tan importante (tan influyente: tan duradera) como Alien (1979) o Blade Runner (1982). Su filmografía posterior es la lista de un hermoso fracaso tras otro: filmes grandiosos y a veces con la emoción y espectacularidad suficientes para tener buena acogida comercial, pero en general huecos, inconsistentes o francamente grotescos. En todos, la imagen –la composición, el color, la contundencia de cada plano y movimiento de cámara– conduce y avasalla al resto del discurso cinematográfico; en todos la imagen resulta insuficiente.

¿Qué más hay en Blade Runner que se agregó al virtuosismo innegable de su director?

Sospecho que la respuesta es simple: lo mejor de Scott descansa a la vez en la imagen y, si no en una historia perfectamente trazada o en grandes ideas, sí en el impacto visceral de los temas y los sucesos que sus personajes ponen en juego. Este enfoque o refinamiento de sus películas parece darse por una serie afortunada de accidentes. Así ocurrió en Blade Runner.

La primera versión del guión fue obra de Hampton Fancher: una adaptación directa y “comercial” de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) de Philip K. Dick pensada para un presupuesto escaso: un filme cerrado y de poco alcance. Este guión fue secuestrado por Scott, quien al llegar al proyecto comenzó a exigir varias reescrituras a partir de planos y secuencias que se le iban ocurriendo –Fancher lo recuerda con amargura en Dangerous Days, un documental que acompaña a la reedición “definitiva” de la película en 2007–, en lo que al parecer es su método habitual de trabajo: no con base en un argumento sino tanteando, para llegar a uno, a partir de intuiciones que se manifiestan de manera estrictamente visual. Fancher terminó por irse y Scott contrató a David Peoples para posteriores modificaciones del guión que permitieran al director ofrecer una visión más amplia del mundo futuro sugerido por la historia. Ésta se convirtió en un experimento de especulación sin precedentes, y detallado hasta excesos aparentemente absurdos en su esfuerzo por imaginar el siglo XXI desde el siglo XX.

Scott también agregó dos énfasis cruciales: la película haría constantes guiños al cine noir –miraría hacia atrás y hacia adelante a la vez– y su conflicto central sería el de los replicantes, criaturas superiores a los humanos que los habían creado pero sujetas a servirles y a tener un “plazo de vida” de muy pocos años, con una fecha de muerte preestablecida e irrevocable.

En esta sucesión de esfuerzos y propósitos cruzados, resultó que los temas fundamentales de la película –y de hecho del propio Dick: la identidad, la memoria, la naturaleza humana, la diminuta estatura humana– quedaron planteados como preguntas relevantes en su mundo narrado, y urgentes para los personajes que las formulan: el auténtico héroe de la película no es Rick Deckard, el detective interpretado por Harrison Ford, sino Roy Batty, el líder de los replicantes fugitivos, que en el cuerpo (y con la voz) del actor holandés Rutger Hauer resulta un ejemplo de sensibilidad y penetración espiritual. A la vez, la búsqueda de Deckard (o las insinuaciones, torpes, de que él mismo podría ser un replicante) pesan menos que la crisis de su “interés romántico”: Rachael (Sean Young, actriz limitada y bellísima, en el papel de su vida), quien descubre que ella misma es también un ser artificial, sin valor ni identidad.

Irónicamente, el parlamento más memorable de la película (y quizá de toda la obra de Scott) es la última intervención de alguien más en la serie de adaptaciones e intenciones contrapuestas de Dick, Fancher, Peoples y Scott: Rutger Hauer improvisó en varias ocasiones durante el rodaje (incluyendo una cita errónea de América, poema visionario de William Blake) y son totalmente suyas, e imprevistas, las palabras que preceden a la muerte de Batty, y que contienen al mismo tiempo las insinuaciones misteriosas de la ciencia ficción y una aceptación dignísima, humana, del fin:

He visto cosas que ustedes no creerían. Naves de ataque en llamas en el hombro de Orión. He visto rayos-c brillando en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.

Incluso cuando su imagen del “futuro” se ha vuelto retro, consumida por la cultura popular de los años ochenta, Blade Runner persiste en esas palabras, apuntaladas –nunca vencidas– por la visión deslumbrante de Ridley Scott.

 

27.06.2012



Alberto Chimal


@albertochimal
Narrador y ensayista mexicano, profesor y coordinador de talleres literarios.....ver perfil
Comentarios:
30.06.12
manello dice:
leo las 1 frase y se me caen los ojos al suelo, siendo Blade Runner una pelicula epica de las mejores del cine decir que Ridley Scott no ha hecho nada bueno despues es como minimo pedante, te pueden gustar mas o menos sus peliculas pero para mi Gladiator o American ganters no estan muy lejos de Blade Runner pero claro queda mas cool decir que la primera mola mas y dejar a las otras por el suelo
08.07.12
A dice:
Concuerdo con Manello: las otras piezas de Scott son también grandes logros. Concuerdo con el autor de este post: ninguna está por encima de Blade Runner. Sería bueno agregar que el soundtrack alucinante de este film es obra de Vangelis.
13.07.12
Johnny dice:
Caray, yo no creo que sea un gran director. Efectivamente Alien, Blade Runner y Gladiador son sus top, lo demás es prescindible, no digo que malo.
comentarios.