siguenos
Súper 8

Súper ochentera

por Julio César Durán

 

Para quienes nacimos y/o crecimos durante la década de los años 80, el llamado cine de aventuras fue crucial. En aquellos años Steven Spielberg no sólo nos regaló algunas de las cintas más emblemáticas del cine comercial norteamericano, si no que también impuso e impulsó –como productor– una manera de hacer filmes de corte más o menos convencional, con la particularidad de que basaban sus argumentos en una inocencia representada, principalmente, en los niños o adolescentes protagonistas.

Super 8 (J.J. Abrams, 2011), la apología de una forma ya extinta de ver el mundo, es un gran homenaje al cine fantástico de finales de los años 70 y la primera mitad de los 80, donde aquel formato regresa a nuestras mentes como la tirada fuerte de Hollywood para la temporada veraniega.

El Super 8 es un formato cinematográfico en desuso, que en su momento abarató la forma de hacer y consumir cine casero. La imagen de dicho tipo de película ha sido, en la historia reciente de la cultura popular, un sinónimo de recuerdos, de nostalgia y de tiempos mejores. En el filme homónimo producido por Spielberg, sirve de pretexto para narrar un atractivo cuento sobre el cine mismo a través de los ojos de un grupo de niños, que en sus vacaciones se propone realizar un cortometraje de temática zombi. Así, buscando valores de producción para su filme, se ven envueltos en una situación increíble siendo testigos –junto a su cámara– del descarrilamiento de un tren militar. A partir de esto, la trama se complica por una serie de sucesos inexplicables que en todo tienen que ver con el cargamento (desaparecido) del tren. Será entonces misión de los chicos el averiguar el qué y por qué de lo que sucede en su pequeño pueblo, aventura en la que sin proponérselo, ya están bien metidos.

Es cierto que la película contiene un conjunto de clichés y que repite de cierta manera a Cloverfield (Matt Reeves, 2008), el anterior éxito que produjo el realizador de Super 8, pero al humilde cinéfilo que escribe estas líneas no le importa y prefiere quedarse en el encanto del formato en ocho milímetros, en la belleza de la nostalgia y en la excepcional forma de solucionar una historia entrañable a través de una muy buena manufactura cinematográfica.

Lo que hace tan bueno a este filme es en primer lugar el juego narcisista que posee. La manera en que el cine se mira a sí mismo a partir de una cámara de formato pequeño (que ni siquiera captura el sonido) es fenomenal, ya que desde el principio se le otorga a la pura imagen en movimiento un lugar por sobre todas las cosas. Luego tenemos un formidable manejo de la iluminación, que será un protagonista más en la cinta al recordarnos por un lado al efecto de viejo celuloide de 8 milímetros y por otro –más importante aún– hacernos evidente que lo que estamos viendo, es una película: la lente de la cámara que nos narra toda la historia siempre se hace patente a través de los reflejos de cualquier tipo de luz, misma que termina viéndose en todo momento como un gran reflector cinematográfico.

 

 

Durante toda esta mágica creación de J. J. Abrams, se cumple perfectamente con los elementos de una buena cinta ochentera: el grupo de amigos, muy en el tono de The Goonies (Richard Donner, 1985), que en cada uno de sus miembros tiene a un protagonista simpático o peculiar, que en ningún momento deja de ser personaje para ser prop, y nos son presentados desde la escena inicial como si los conociéramos de toda la vida; el elemento “conocimiento”, los chicos desde el principio están involucrados con lo que sucede en la historia y tienen la forma de descubrir cómo resolver el conflicto; el elemento sobrenatural que impacta sobre la cotidianidad de los personajes y la altera, en este caso un ser de otro mundo atrapado en nuestro planeta, mismo que hace obvia referencia a E.T. (E.T. the extraterrestrial, Steven Spielberg, 1982); el suburbio, lugar que es imposible de quitar dentro de la mitología de aventuras norteamericana, y que será el espacio predilecto para que lo extraordinario ocurra, desde sus autobuses escolares hasta la siempre presente torre de depósito de agua; y por su puesto la familia del héroe, que será la que se encuentre en todo momento, afectada directamente por la búsqueda armada de la creatura y que al final tendrá una emotiva oportunidad de resolver, también, su propio drama personal.

Sumando todo esto a una lograda dirección de actores –con una impecable Elle Faning– y a un uso del color que queda justo en el lugar en el que debe estar, recordándonos a la época del Atari, Super 8 llega a puntos climáticos tan grandes como el allanamiento de la escuela en busca de pistas o el rescate de la chica en peligro en los túneles de la creatura, eso por un lado, y por otro alcanza momentos tan bellos –y seguramente serán emblemáticos– como la sin igual secuencia de la filmación en la estación abandonada, mientras pasa el tren detrás de el grupo de niños con la cámara en plena acción o la nave llena de luces despegando al tiempo que hace estallar la torre de agua ante la mirada de los chicos y sus padres.

Super 8 se propone como una apertura o como un tipo de historia que da pié para todo lo que (cronológicamente) vendría después, por eso se sitúa en 1979, como un telonero de cosas como Juegos Diabólicos (Poltergeist, Tobe Hooper, 1982), Gremlins (Joe Dante, 1984) y Volver al Futuro (Back to the Future, Robert Zemeckis, 1985), que por supuesto aparece al mismo tiempo como un gran homenaje con el que más de un fan del cine de aventuras adolescente –igual que su servidor– se emocionará y sentirá una vez más aquella vieja magia, como un niño en la butaca.

 

 

3 claves para Super 8

* El Dr. Woodward tiene el mismo contacto psíquico-emocional con la creatura, que el que tiene Elliot con E.T. en la cinta de Spielberg, de ahí que se cuasi cite la frase “él vino a mí”.

* El poster de la película y la camioneta amarilla que choca con el tren, emulan respectivamente al poster promocional y a la camioneta de Roy de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (Close Encounters of the Third Kind, Steven Spielberg, 1977).

* George A. Romero es homenajeado en The Case, al ponerle su apellido a la fábrica que provoca la aparición de los zombis del cortometraje.

 

Publicada originalmente en El Fanzine el 18 de agosto de 2011.


Julio César Durán


@Jools_Duran
Filósofo, esteta, investigador e intento de cineasta. Después de estudiar filosofía y cine, y vagar de manera "ilegal" por el mundo, decide regresar a México-Tenochtitlan (su ciudad natal), para ofrecer sus servicios en las....ver perfil
Comentarios:
comentarios.