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Pina, un documental de lo que se siente

por Jurxdo Imamura


Pina (Wenders, 2011) es un viaje pasional a través del espacio y el tiempo, de la luz y el movimiento, es un ejercicio cinematográfico que se desborda todo el tiempo, pero a la vez está contenido por un formato tan pocas veces utilizado de tal manera –la tercera dimensión–, que nos hace pensar en la ignorancia sobre la herramienta por parte de las grandes industrias del celuloide.

El veterano realizador Wim Wenders, figura clave del llamado Nuevo Cine Alemán, surgido a finales de los años 60 (al lado de apellidos como Herzog, Fassbinder o Schlöndorff), ha sido un amante de la cultura popular y al mismo tiempo un obseso de la estilización de la imagen en movimiento, siempre en la búsqueda de nuevas herramientas expresivas, ahora lanza a las salas su más reciente obra que se centra en la célebre bailarina Pina Bausch y principalmente en su danza.

Wenders pone a la Bausch a la mano de todo el que quiera recordar sentir algo en su vida.

La idea central de Wenders era captar a la Bausch en acción, buscando que la historia de esta mujer que transformó para siempre a la danza contemporánea quedara plasmada en la historia del cine. Sin embargo, a la muerte de su protagonista, el proyecto cambió para convertirse en un retrato eminentemente visceral pero muy bien contenido de Pina, hecho a través de los miembros de su compañía (el ensamble Wuppertal Tanztheater) pluriétnica y las piezas que sus cuerpos nos reproducen, para completar un rompecabezas acerca del ser de la misma bailarina y coreógrafa.

Como si de una legendaria caja china se tratase (donde un artefacto incluye otro, y éste a su vez otro y otro más) los números de ballet se suceden uno a otro, a ratos se complementan, sin mediar más que una parca reflexión sobre la tutora Bausch constante más allá de la muerte, por parte de los bailarines de la compañía. La base de todo es el digno escenario vacío, y de ahí se partirá a las locaciones más inesperadas, dispuestas para la exhibición del arte de los cuerpos.

Todo el filme, hecho a base de enfrentar lo interior con lo exterior, es atravesado por la legendaria danza de la muerte, esta vez acompasada por una pieza de jazz, pretexto para que todo el Wuppertal Tanztheater representara las cuatro estaciones de la vida, del amor, de la misma película, de un ciclo tras otro.

Esta danza mortuoria se va complementando con los soliloquios brillantes de cada uno de los miembros de dicho ensamble y con las más apabullantes (a)puestas en escena de la Bausch: Le sacre du printemps, una relectura del gran clásico del rompimiento dancístico y musical del siglo XX; Café MĂĽller, extraordinaria muestra del compromiso del teatro con la danza; Kontakthof, una proeza sobre las degeneraciones y summa poética del trabajo de Pina; y finalmente Vollmond, la gran roca que se anima.

La película es todo un experimento hermanado con lo que René Clair hizo ¡en 1924! con Picabia y Satie (Entreacto). Aquí se nos pone enfrente de una manera tan literal con el 3D, las grandes ficciones de la cabeza y cuerpo de Pina Bausch, y a partir de una inmejorable selección sonora –que va de Stravinsky y Mahler (de los que toma parte de lo mejor que tienen esos compositores dispuesto para las tablas) a Jun Miyake y Thom Hanreich (que compusieron para la película)–, a la que se suman los sobrios planos en contraste con los portentosos escenarios que el director alemán elige y/o construye ex profeso, logra ser una finísima pieza de arte kinético.

Pina es el claro ejemplo del para qué está hecho el 3D. La película está hecha para verse a lo grande, en la oscuridad de un gran templo y en tercera dimensión, donde el formato cobra una función determinante para poder ver en todo su esplendor un conjunto de cuerpos en el mejor trance locomotor.

Con este trabajo, Wenders logra documentar lo que se siente. Exactamente lo que se siente. Hace recordar al espectador algunos indicios de su cuerpo ya cada vez más abandonado de toda expresión, y subraya toda la poesía cotidiana que no debe perderse en el ir y venir por las calles, en el ir y venir por los escenarios fantasmales de nuestra propia y maldita vida. Pina es una sesión de humanidad in extremis, una película que querrá rescatarnos al grito susurrante de la Bausch: “¡Bailad, bailad! De otra forma estáis perdidos”.


26.04.12

Jurxdo Imamura


Ensayista de cine de mediana edad, japomex atrapado en el movimiento moderno del siglo pasado, corresponsal fílmico y miembro activo de la IFCA, Sociedad Internacional de Críticos Cinematográficos.....ver perfil
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