por Julio César Durán
El cine negro y el cine poético se dan cita en la historia de Luo Hongwu, quien luego de 12 años fuera, vuelve a su ciudad natal, Kaili, donde perdió el rastro de una hermosa mujer llamada Wan Qiwen. Situando a los personajes en el suroeste de China, igual que en su ópera prima, Kaili Blues: Canción del recuerdo (2015), Bi Gan dirige una película sobre la memoria, los amores perdidos y la búsqueda de una mujer, elementos que llevarán al pasado del protagonista a darse cita entre referencias al cine, la literatura y la vida nocturna de las provincias del trópico asiático. Este filme es parte de una filmografía que está hecha para apelar a las emociones y los sentidos del espectador, más allá del intelecto.
La hasta ahora breve filmografía de Bi Gan sorprende por su dominio de un lenguaje con más de 100 años, pero además por su frescura. Las intenciones del joven realizador y poeta chino parecen insertarse en un linaje al cual podríamos decir que han nutrido autores de la talla de Tarkovski, Bresson, Angelopoulos o Aleksei German; pero ello sirve a un ojo que ha dejado atrás cualquier controversia a propósito de formatos como el video, tanto que no obstante hacer uso del 3D en su nuevo filme, insiste en mencionar que lo importante no está cifrado en el recurso.
Largo viaje hacia la noche (Di qiu zui hou de ye wan, China-Francia, 2018) deja claras las intenciones del cineasta retomando motivos de su anterior filme. La memoria y las emociones que influyen en ella, se ve ensayada aquí desde una premisa que se convierte en algo más. Cuando el protagonista regresa a su pueblo natal en Guizhou, los recuerdos del amor de su vida van apareciendo, por lo que emprende una búsqueda detectivesca donde la información que va encontrando se trata en realidad de sentimientos atrapados en imágenes y en objetos cotidianos que son en sí mismos máquinas del tiempo.
Bi Gan se vale del cine noir para ponerlo de cabeza, al tiempo que utiliza el 3D en un descomunal plano secuencia para descomponer distintos tipos de memoria. El pasado se va develando a partir de la edición: vemos cortes, sueños y misteriosos flashbacks; el presente es un flujo continuo que es disparado por una pantalla de cine que le pide al público interactuar con la película.
Al igual que sus personajes, el ejercicio cinematográfico del director está en proceso, y eso es más que suficiente para un cine que se despega de lo narrativo para ser lírico, que gusta más de jugar con colores, formas, sombras y miradas. Desde ahí construye una experiencia para quien observa.
Largo viaje hacia la noche comparte lugares y personajes con Kaili Blues, la opera prima del director, sin ser una secuela; más bien estamos hablando de un mismo universo, con reglas y lógica propias, desde el cual Bi Gan traslada su poesía al cine.
Texto publicado originalmente el 4 de julio de 2019 por Cineteca Nacional.
16.02.20