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En defensa del arte: Los secretos de Lars von Trier

 

Extracto del libro El despertar de la mirada

de Samuel Rodríguez Medina ( Ed. Font, 2016)

Versión exclusiva para F.I.LM.E.

 

En el fondo del filme Melancolía (2011), del director danés Lars von Trier subyace una pregunta arrolladora: ¿de qué se compone este presente que vivo?

 

La pregunta corre como un veneno activo por la piel del espectador, paralizando su cuerpo y activando su espíritu. Lo que estamos apunto de presenciar es un campo de batalla que lentamente ira penetrando en el ánimo hasta hacer nuestras las luchas de los personajes. Desde los primeros instantes, el director declara sus intenciones, abre nuestra mirada violentamente para que se filtre la luz de la disidencia. Su gran lucha será contra el dominio insensato de la moral sobre el individuo, esto que convierte a Lars von Trier en un poeta de la libertad, en un heraldo de la autonomía del pensamiento. El campo de batalla es el cuerpo de sus personajes, esa parte sagrada que tiene que defenderse luciamente de los peligros que le rodean, de tal manera que si no tenemos la posibilidad de esta defensa, estamos destinados a revolcarnos en la densidad hiriente de la nada.

 

Su protagonista, la bella Justine, interpretada magistralmente por Krinsten Dunst, atraviesa una grave crisis, al mismo tiempo, conforme avanza la trama, descubriremos que el mundo se encuentra al borde de un cataclismo cósmico. La cinta comienza con la boda de la protagonista; una boda ostentosa que reúne a su familia y a sus afectos. La festividad es un resumen de las partes que componen la vida de Justine. Están sus padres, su hermana, sus amistades, su jefe, los fragmentos de ella misma que pelean encarnizadamente su alma. El ambiente festivo lentamente va degenerando en una incomoda tensión. Justine trata de armonizar las distintas facetas de su vida, lo necesita para realizarse de acuerdo a lo que los demás esperan de ella. Sin embargo, se encuentra atrapada en una sociedad tóxica y enferma que intenta mutilarla espiritualmente. En una escena tan bella como perturbadora, von Trier muestra una pesadilla de Justine: al caminar por un páramo oscuro va arrastrando una pesada madeja de tela gris mientras se hunde en un campo de arena. La oscuridad y el hundimiento marcan el ritmo poético de la escena. Es esto precisamente lo que ocurre en la primer parte de la cinta, Justine experimenta un desmoronamiento provocado por las fuerzas que operan alrededor de ella. Al asistir a su boda asiste realmente a su propio sacrificio, al altar social en el que tendrá que desangrarse para complacer a la familia, a su empleador, a su marido, a su hermana; se desangra en el altar infame del deber ser, un deber ser ficticio y dañino que acabará por borrar todo rastro de libertad personal. Al contraer matrimonio y entregarse a una vida forzada a representar un papel impuesto que la ahoga y en el que se verá obligada a realizar los sueños de los demás, su espíritu corre el riesgo de ser disecado.

En este momento, el director parece apoyarse decididamente en Nietzsche, quien dicta estas palabras en el tiempo: “Tenemos la obligación de demostrarnos a nosotros mismos que estamos destinados a ser independientes al igual al igual que a mandar, hemos de hacerlo lo más pronto posible. No debemos dejar de probarnos en esto, aunque tal vez sea éste el más peligroso de los juegos y, en último termino, se trate de una demostración que sólo  nos hacemos a nosotros, como únicos testigos y sin nadie que haga las veces de juez. No debemos vincularlos a nadie, ni siquiera a la persona que mas queremos, porque toda persona es una cárcel del mismo modo que un oscuro recoveco. No ligarse a ninguna patria, aunque se la más sufriente y necesitada: ciertamente es más fácil separar nuestro corazón de una patria victoriosa. No hay que dejarse llevar por la compasión…hay que saber reservarse, esta es la mejor prueba de que se es independiente”. Estás palabras, que se encuentran en el libro “ Más allá del bien y del mal” no sólo son parte del corpus filosófico de un pensador sui generis como Nietzsche, también son un ajuste de cuentas contra todo espíritu de dominio y sujeción, son un canto a la necesidad de vivir desencadenados.

 

En este contexto, Justine da vida a las palabras del filósofo en la mirada del director. Su independencia se desvanece, esta apunto de pasar de ser ama de sí misma a esclava de una sociedad envilecida. El momento de la crisis se ha acentuado. Las fauces de la sociedad se abren listas a devorarla. De pronto sucede algo delirante, un intruso aparece para reactivar el poder de la creatividad y por ende de la libertad, en un mundo indeseable, tiranizarte y agenésico. Nuestra protagonista se encuentra en un estado de crisis: su sonrisa desaparece, la fiesta empieza convertirse en una pesadilla, se siente distante y acongojada. Su prometido le propone una vida de ensueño, si, pero un ensueño que borrará su autonomía y acabará por negar su vitalidad. Una vida muy parecida a una jaula, a una trampa mortal. De pronto la encontramos encerrada en una habitación, ha perdido ya el apetito por la vida, la boda es una falsa celebración en la que en todo caso asistimos a un suicidio existencial. Su vida se precipita a la densidad de la nada, ella lo sabe. De pronto su espíritu se rebela, un pequeño incendio de jade nace desde su mirada inquieta. Nota que en la habitación hay libros de geometría aplicada y de suprematismo, líneas ordenadas y firmes que parecen atenazarla lo mismo que su futuro marido. El momento de la rebeldía ha llegado, un huracán de fiereza emerge de ella con la potencia de un rayo exterminador, su ira ahora es imparable; la rebelión ha empezado. Los libros de geometría son sustituidos por obras de arte sumamente significativas elegidas por von Trier para ejemplificar el poder revelador del arte en la vida de Justine. La realidad del arte la urge a movilizarse.

La sabiduría por emergencia se hace presente para elevar al espectador a las alturas que el arte exige de nosotros. Aquí no hay tiempo para la contemplación pasiva, el mundo se encuentra a punto de estallar. Lo urgente es recuperar la vitalidad y con ello la posibilidad de crear. Su espíritu necesita desesperadamente el impulso subversivo del arte; entendemos con esto que el arte es indispensable para rebelarnos, que el arte es una necesidad existencial sin la cual somos víctimas perfectas de la sumisión. Del librero extrae representaciones de su acontecer. En el primer cuadro que aparece es una figura de aquello que ha perdido: “Los cazadores en la nieve” de Breughel “el viejo”, es la primer bocanada de aire fresco en un mundo herido de miseria. Los cazadores se acercan a una comunidad en donde todo es comunión y fiesta, el dulce respirar del último sol del invierno deja sentir sutilmente su fuerza generadora de vida. La aldea es pura y sin mancha, la nieve resplandece en el tiempo invitándonos a recorrer la vida en un páramo que ofrece serenidad. Justine, al contrario de los cazadores, no podría llegar al fuego inmarcesible ni a ninguna comunidad idílica que la reciba de su cansancio. Su melancolía se acentúa hasta romper el duro caparazón que la moral había colocado sobre ella con el fin de acabar con todo rasgo de creación verdadera y de independencia que perviviera en su espíritu.

El segundo cuadro que aparece es el “Ofelia” del John Everett Millais. “Ofelia” pronuncia a Justine en su presente, la captura en sus avatares. Ofelia se hunde en su locura inducida por el arrebato de las circunstancias que la rodean. Ha perdido el contacto consigo misma y ahora sólo espera a ser tragada por la agridulce demencia que la asedia. Al hundirse se hunde aquello que representa la única posibilidad de continuidad en el vida de Hamlet. Justin se ve al ver el cuadro,  Ofelia se encarna en ella. Este reconocimiento de su propio ocaso provocará en nuestra protagonista un despertar lento pero efectivo que conforme avance el film apreciaremos en una intensidad estética envidiable.

El siguiente cuadro nuevamente trae a presencia a Breughel “el viejo”, esta vez con una obra sumamente reveladora para las intenciones del filme: “El país de Jauja”. En esta pintura nos asomamos a un cataclismo existencial y social. Breughel fue uno de los críticos sociales más exquisitos de la historia del arte. Su mirada aguda expresa la disidencia de aquel que ha experimentado el hartazgo, la corrupción y el empantanamiento que supone ser parte de una sociedad pervertida por el consumo y el vicio, condenada a la inmovilidad y fatiga espiritual que predijo Nietzsche en el siglo XIX. Ella misma está siendo devorada por esa sociedad fracasada. El cuadro describe a tres individuos presas de la gula que yacen en el suelo hartos de comida, bebida y vicio, una mesa de absurdas proporciones parece apunto de caer mientras los manjares se tambalean; todo parece ebrio y pesado, el ambiente que se padece es nauseabundo y ruin. Los hombres están condenados a la inmovilidad, sus excesos los han paralizado, inmóviles de cuerpo y de espíritu sólo les queda esperar la muerte mientras la mirada del pintor los expone en toda su podredumbre. Contemplamos la historia de la desventura espiritual en donde el todo pictórico se concentra en la perversión de los excesos. Esta atmósfera incoherente describe la falta de vigor, ese revolcarse en el nihilismo radical más enfermizo. Es también un diagnostico de la realidad que vive Justine, de su entorno, de aquello que acabará por disolverla, por disgregarla hasta la ignominia. El arte le ha revelado su mundo.

 

Este frenesí de lucidez, de sabiduría por emergencia la lleva a otra obra cumbre, a una obra que suscita terremotos internos a quien logra apreciarla plenamente. “David con la cabeza de Goliat” de Michelangelo Merisi “ Caravaggio” se asemeja al futuro de Justine, y puede entenderse como un rumor de lo porvenir.

 

El Barroco de Caravaggio es en sí mismo una revelación y una liberación, surge en una época convulsa en la cual la sociedad se siente amenazada y vulnerable. Según Jan Luc Nancy en su libro, “ Las musas”  en el Barroco los cuerpos son víctimas de su propia pesadez mientras el ambiente se experimenta como opresivo. Así mismo, la ligereza y la luz habitan en un plano superior y se filtran desde un punto indeterminado del espacio pictórico para permitir el encuentro con lo verdadero, representado en la divinidad, mientras nos arrancaran de nuestra deplorable pesadez mundana. Esta libertad se hace efectiva en el momento de la aparición de lo divino o en el instante de la muerte. En este espíritu, el cuadro es una representación del mismo pintor. El Caravaggio joven es el David vengador que corta la cabeza del Caravaggio viejo encarnado en Goliat. El pintor se auto representa, se usa a si mismo de modelo, se auto mutila para luego renacer en la sangre nueva del poeta conquistador David. Caravaggio es el pintor de lo nuevo imponiéndose a lo viejo, de la renovación espiritual que traerá consigo una nueva apreciación del mundo, una oscilación y un resurgimiento. En este momento el porvenir de Justine se cristaliza en el arte. El acoso de la moral, sus imposiciones arbitrarias y la perversidad resultante de esta invasión espiritual, han dejado a la chica cerca de un estado catatónico, en ese momento el arte le propone un profundización en si misma, una inmersión en su necesidad de libertad que logrará romper con el ciclo de maldad y la asfixia al que la sociedad la somete. Justin entiende que es necesario el renacimiento, Caravaggio se lo ha lanzado a la cara con un golpe seductor y poderoso, sólo le queda aceptar el doloroso camino de la violencia para reinventarse y recuperar su autonomía y su vitalidad.

 

El último cuadro que aparece en la escena el misterioso “Ciervo llorando” del pintor sueco Carl Frederik Hill, en el cuadro se presiente una hondura interminable y deliciosa. El ciervo alza su melancolía hasta un infinito que revienta en la nada. El cuadro representa a Justine en la eternidad.  Una vez que ha logrado liberarse del cerco de opresión que la circunda, una vez que ha transformado la opresión en movilidad, y la depresión en fuerza poética, esta lista para encarar la realidad. El ciervo es la imagen de ella misma desnuda enfrentándose a la doble luna mortal que se aproxima para chocar con la tierra y arrasarla. Es ella misma frente al fin del mundo.

 

Justine ha conquistado su propia lucidez, ahora se asemeja a un artista, su mirada ha encontrado una luminosidad poética que es capaz de crear en medio de la muerte. Su desnudez la ha despojado del vestido de novia, ahora es libre para actuar de acuerdo a sus deseos. Al descreer de la sociedad y emprender a una disidencia poética, ha logrado recuperar la movilidad espiritual. Sin embargo en el espacio que se forma entre la dominación y la disidencia se detiene en una breve pausa salvadora para lanzar un grito de melancolía que nos remite directamente a el  “Ciervo llorando”. La melancolía llega al descubrir que el mundo que se le presenta y en que se le exige participar es inadecuado para ella, esta inadecuación amenaza con sumirla en las negras arenas de la desesperación y la muerte, sin embargo, a partir del efecto del arte en su vida, Justine puede relazarse hasta recuperar los colores del mundo. El “Ciervo llorando” es el instante de la melancolía en su grado más alto, es un alarido azul congelado para siempre en la eternidad. Es también un grito de libertad soterrado, un espacio privilegiado que aparece como un lamento triunfal, un estar en la tierra lucidamente a pesar de la miseria de las circunstancias.

 

En la segunda parte del film, presenciamos a una Justine reconfigurada, dueña de sí misma, lucida y desafiante. En este punto, la película da un giro donde lo moral y lo cósmico se entrelazan; la boda y el rompimiento con la sociedad da lugar a la aparición de la destrucción, del cataclismo que se avecina  merced a un  planeta que se aproxima a chocar con la tierra. En ese momento el personaje de Clarie, la hermana de Justine, quien durante la boda y en el derrumbe de Justine intentó convertirse en un refugio y guía de su hermana, concentrando en ella las miserias que el deber ser le lanzaba a la cara a la protagonista, inicia un gradual desamparo que la llevará a un estado de postración e inoperancia.

 

Asistimos a la fragilidad de la moral, que es incapaz de establecer respuestas ante el inminente horror que ya se anuncia. De tal menara que sus puntales y sus cimientos caen vencidos ante la aparición de la destrucción mayor, descubriendo así su falsedad.

En ese momento Justine  surge de entre la sombras con la dignidad de una bandera. Frente a nosotros ocurre un milagro, la chica ha despertado su mirada, ahora ve el mundo con ojos nuevos. Su mirada no sólo contempla, sino que trabaja por la claridad, es activa, da a luz. La mujer descendió al infierno de la opresión y tuvo la fuerza necesaria para reconquistarse. La moral y sus carceleros, es incapaz de sostener  al individuo en momentos críticos, tampoco es capaz  de enfrentarse a la aparición de lo terrible, es un falso refugio, una forma de control miserable y banal que irrumpe y atenaza  sin miramiento alguno. Por tal motivo, Justine representa una defensa del arte en tanto su espíritu se revuelve y se activa al entrar en contacto con lo que el artista tiene que decir. La protagonista no experimenta un simple levantamiento, no se trata de ser medianamente insurrectos; es necesario estar consientes  que el arte puede propiciar en nosotros la rebeldía final, una liberación a toda subordinación. El despertar de la mirada se traduce en necesidad de lucha, de guerra abierta, de inquietud máxima, despertar la mirada para aumentar el deseo de crear, nunca para habitar en delicados pastos. Vivir el arte es parir tormentas. Asimilar esto es la verdadera defensa que el arte y en este caso, el cine de Lars von Trier, instrumentan ante la aparición de los miserables dadores de sentido que se presentan como falsos redentores del individuo.

 

Defender el arte es enfrentarse espiritualmente al aliento que la obra exhala, asimilar la turbulencia, el malestar, el dolor, la angustia y la fatalidad. Sólo entonces nuestra mirada será nueva, sólo entonces podremos reconocer a la aparición del horror y crear con la vista  puesta en  todos los abismos posibles, sólo entonces nuestra voz será verde como un páramo milagroso, sólo entonces podremos resistir a la muerte y a la moral opresiva que quiere hacer de nosotros un víctima perpetua.

El arte es el momento de la decisión, el sitio de encuentro entre el hombre y la batalla, el lugar privilegiado donde la lucidez acontece para revelarnos el verdadero tamaño de nuestro espíritu.

 

30.12.18

Samuel Rodríguez


www.rodriguezsamuel.wordpress.com
Master en Filosofía Contemporánea por la Universidad de Granada y profesor de estética en el Tec de Monterrey, campus Monterrey. ....ver perfil
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