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La cordillera

por Brianda Pineda

 

Llegué a La Cordillera (Santiago Mitre, Argentina-España-Francia, 2017) por accidente. Por aventurarme a ver Cartas de Van Gogh (Dorota Kobiela, Hugh Welchman; 2017) y descubrir que, ya sea por la fascinación que ejerce la leyenda entre las masas o el mero gusto por el escándalo, una vez más la sala de la Cineteca estaba abarrotada. La película más próxima (por algo se inventó el consuelo que todos buscamos) era ésta.

La trama es sencilla, casi fría como los paisajes nevados y rocosos de Chile: tiene lugar una negociación entre presidentes de América Latina sobre el futuro económico de los países que aún pueden extraer petróleo. El presidente de Argentina (Ricardo Darín) nos conduce a un viaje gradual por los infiernos de los acuerdos políticos. La tensión trajeada que hay en los espacios colonizados por el poder y sus formas falsas, el guion subrepticio en el que descubrimos que la traición no es más que la metamorfosis de una decisión anterior: una fidelidad de última hora hacia los mecanismos que tiene la psique para echar a andar la suerte de cada uno de nosotros... Es evidente que, echando un ojo a la situación política actual de nuestra América, el uso de los personajes presidenciales es aquí irónico. Brasil, Estados Unidos y, por supuesto, México, con un Daniel Giménez Cacho lanzando unas puntadas de personalidad lambiscona e ignorante que ya quisiera Enrique Peña Nieto ser capaz de esbozar.

La película, con su tono tragicómico expresado por medio de una música que llega a caer en los abismos del melodrama y la solemnidad pero no del mal gusto (a cargo de Alberto Iglesias), logra mostrar cómo el mal se instala (mediante el uso de trampolines retóricos) en espacios invadidos por el lujo y pasa, desapercibido, en su disfraz de democracia, de decisión colectiva irremediable. Aquí los mandatarios son capaces de ser no la última coca cola en el desierto pero sí la última fortaleza de ostentación en la cordillera.

Visibilizar al “hombre común”, como llaman al presidente argentino Hernán Blanco, rodeado de todos los que hacen posible el sueño de un solo tirano y a un tiempo a solas, en la intimidad familiar tan semejante al fracaso de millones, sirve para desenmascarar una independencia siniestra. Los mandatarios son trabajadores, burócratas con delirios de grandeza ocultos casi siempre tras negras intenciones. Si bien son, de un modo absurdo, servidos, ellos también sirven. La pregunta es, ¿a quién?

La película permite abrir interrogantes como esa. Sin conclusiones. Cercana a nuestra realidad. Sin hacer a un lado el humor insano del circo. Esta gran superproducción en la que trabajamos todos, como escribiera en uno de sus mejores poemas (Oración por Marilyn Monroe) Ernesto Cardenal. Y, explorando a un tiempo en la otra arista de la trama, está la relación entre Hernán Blanco y su hija Marina Blanco (Dolores Fonzi) que sufre algunos disturbios mentales y es sometida a hipnosis que terminan por poner en tela de juicio el funcionamiento y la realidad de la memoria (¡Spoiler alert!) pues gracias a ellas ha sido capaz de acceder en trance a recuerdos del padre que tuvieron lugar cuando ella todavía no nacía.

Puede que llegado un punto, como espectadores, todo comience a parecernos inverosímil: mera superchería. Pero de estos lances rescato la desmitificación de la realidad concreta. La importancia de los secretos a la hora de configurar el destino de los hombres. Y todo esto es traducido a dosis de imágenes sobrepuestas que se desvanecen como la irrealidad de nuestros imagos y hallan después su contraste en el uso de una fotografía exacta y rígida en camaradería con los ambientes grabados. La Cordillera es pues un filme interesante que nos recuerda que un hombre será común mientras no se descubran los secretos que lo han llevado, perseguido por su deseo, a pactar (tal vez de forma inconsciente o no) un nuevo giro en el devenir de la historia humana. La política sigue siendo uno de los espacios en los que estúpidamente o seriamente o retorcidamente los humanos se atreven a jugar a la existencia, al poder camaleónico del ser. Mientras tanto, espectadores u hombres de acción, la incertidumbre y el miedo ante los cambios que puede traer la ambición desbocada de unos cuántos continúa...

 

16.02.18

Brianda Pineda


@brryanda

Xalapa, 1991. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana. Ganadora en dos ocasiones del Premio Nacional al Estudiante Universitario Carlos Fuentes. Ha publicado reseñas y artículos en La Palabra y el Hombre y reseÃ....ver perfil

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