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120 latidos por minuto

por Edgar Aldape

 

Bienvenidos a Act Up París. Lanzamos bolsas de sangre falsa en laboratorios farmacéuticos que anteponen intereses económicos sobre la vida de los enfermos. Nos inmiscuimos en colegios para concientizar sobre la importancia de la educación sexual. Interpelamos a los medios de comunicación y a la propia sociedad para denunciar el señalamiento de homosexuales, prostitutas, drogadictos y prisioneros como únicas minorías infectadas con VIH. «Vivimos el SIDA como una guerra, una guerra invisible para los demás. Act Up ve al SIDA como un desafío».

Este sentir es el que guía el ritmo de 120 latidos por minuto (2017), tercer largometraje del director y guionista Robin Campillo. Creada en 1989, Act Up París se propuso hacer visible el mortífero virus que estaba cobrando innumerables vidas. A partir de una historia que transita de lo combativo y lo colectivo hacia lo íntimo, Campillo y su coguionista Philippe Mangeot despliegan a un puñado de personajes que encontraron el coraje para hacer frente a la epidemia del VIH. Si bien cada integrante del grupo se define en función de su posicionamiento en torno a las vías de lucha para combatir el silencio, la invisibilidad y la discriminación, en conjunto las asambleas y eventos invitan a entender la apremiante urgencia de su discurso como organización.

La agitada y revolucionaria política que arranca en la parte inicial del filme poco a poco se diluye en una trama desasosegante al mostrar la relación entre Nathan, un recién llegado al colectivo, y Sean, un radical militante que carga con el nocivo padecimiento. En un primer momento, la recreación de París en los años 90 se sujeta a las discusiones y acciones de Act Up, puntualizando los fracasos, las tensiones internas y la angustia provocada por el VIH, traducido aquí como un ente que navega en silenciosas e invisibles partículas espolvoreadas sobre estos jóvenes que protestan en instituciones y calles al tiempo que se regocijan en las pistas de baile.

Después de que se muestra la corporeidad de la organización, la película adquiere un tinte distinto. No es una cinta lacrimógena y exagerada, pero sí es potente e incómoda. En ese sentido, la sinceridad y las lastimosas marcas evolutivas del SIDA en el personaje de Sean, interpretado por un notable Nahuel Pérez Biscayart, se convierten en una llamada de atención sobre un problema que sigue vigente, pese al mayor acceso que se tiene a los medicamentos antirretrovirales hoy en día.       

Con planos agitados que igual pueden fotografiar efusivos encuentros sexuales, puntos de conflicto entre los personajes y destellos sarcásticos en las reuniones semanales de Act Up París, 120 latidos por minuto documenta la lucha de dicho grupo con una refinada lucidez que va explotando conforme avanza el minimalista relato que propone Campillo. Lo que emerge es un enérgico manifiesto contra la banalización de la vida, la deseducación hegemónica y la pasiva respuesta a un virus que, lamentablemente, se sigue propagando.

Texto publicado originalmente por Cineteca Nacional en noviembre de 2017.

 

8.12.17

Edgar Aldape


@EdgAldape
Estudiante –dícese de Ciencias de la Comunicación de la UNAM- y novato productor audiovisual del Centro de la Ciudad de México. Fiel admirador de Jean-Luc Godard y Stanley Kubrick, y en su momento lúcido es investigador, pr....ver perfil
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