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Rulfo y el cine, toma 4, Efrén Hernández y la gran ciudad

por Elías Razo Hidalgo

 

En la charla inventada que nos hace Juan Rulfo es fundamental el encuentro con quien consideraría su maestro y quien lo guiará por la producción literaria, las caminatas por la ciudad y el campo, las pláticas grupales con sus iguales, la autogestión educativa y la infinita labor del ser un editor de textos, nos referimos a Efrén Hernández.

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“¿Quién me presentó a Efrén Hernández?, ¿cómo lo conocí? Es interesante desvelar estas incógnitas, porque cuando estaba ya en la Oficialía Mayor de la Secretaría de Gobernación era de mi máximo interés buscar la manera de vincularme al archivo, aunque para ser sincero el archivo tuvo noticias mías que llamaron la atención de este cerrado grupo y no por tener en su poder mis papeles formales, sino por algo que se dio a raíz de atreverme a cortar una rosa roja, que en los jardines de la Secretaría mantenían cual si fuera el jardín de la Reina de corazones, que Lewis Carroll narra en Alicia en el país de las maravillas.”

“Así fue como un día cualquiera, llegando a la hora asignada, en el recorrido de los andadores de esos jardines, se me hizo fácil cortar con suma delicadeza el tallo de la flor con la que quería dialogar en  mi espantoso escritorio burocrático. No había hecho amistad con nadie, las flores eran tantas y todas infinitamente rojas, que una no representaría nada, pensaba yo, pero error. Casi al tomar mi asiento el jardinero me señaló, frente a todos, como un vil ladrón de rosas.”

“En principio sentí que era una pesada broma pero no, hasta mi escritorio llegó un memorando formal, en donde se me llamaba la atención por desajustar el orden del jardín al robar arteramente una de las rosas, emblemas de la institución, estaba firmado por el Oficial Mayor, con copia para el mismo Secretario de Gobernación, tres más para las Subsecretarías de Gobierno, de Normatividad, de Población, Migración y Asuntos Religiosos, otra para el jardinero, una extra para mi expediente y el original para mí. Foliado, sellado y con la orden de llevar a cada una de estas oficinas la respectiva copia. En todas las oficinas impersonalmente firmaban de recibido, pero en la de Población escuché, de quien recibió el documento: ‘Este ladrón debería estar con nosotros’.”

“Del fondo del archivo una pequeña figura se levantaba de la mesa, su rostro, enmarcado en dos aros que envolvían sus ojos me miraron con una bondad profunda y noté un rostro verdaderamente noble. El que comentó mi llegada fue el poeta y cuentista Jorge Ferretis, el otro resultó ser Efrén Hernández, autor de ‘Tachas’, cuento que me atrapó por la sencillez, frescura y delicadeza con que maneja el contexto literario.”

“Cuando lo vi y lo traté sólo pude afirmar que Efrén Hernández era un hombre bueno, hombre bueno en tiempos de hombres malos; el archivo de Población sería el refugio que se brindaba a mi soledad, nunca dudé en solicitar mi cambio a este sitio, él me ayudaría a encontrar el norte de mi vida, impulsando y animando, a costa de mi timidez, mi gusto por la escritura, las caminatas y la charla verdadera y sincera.”

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Es en el transcurso de 1936 y 1937 cuando Juan Rulfo es convidado y acompañado por Ferretis y Hernández a entrar de oyente a las clases de la Facultad de Filosofía y Letras, en el viejo edificio de Los Mascarones, de la colonia San Rafael.

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“¿Qué aprendí en Mascarones? A seleccionar mi tiempo y clasificar permanentemente mis lecturas, a no perderme con maestros llenos de teorías, pero vacíos de práctica, me corrieron de varios salones por no seguir las normas funcionales del lenguaje castizo, pero me nutrí en conferencias magistrales que daban Eduardo García Máynez, el viejo Antonio Caso, Vicente Lombardo Toledano, Justino Fernández, Alfonso Caso o Adolfo Menéndez Samará; distinguí la arquitectura colonial y reencontré lenguajes de las órdenes religiosas llegadas con los españoles, visité los centros de culturas indígenas y descifraba secretos de sus ruinas prehispánicas y la latente permanencia de la cultura viva, presente en las fiestas y convites, pero lo que más aprecié en Mascarones fue leer, leer y más leer, descubrí a Dostoievski, a Tolstoi, a Hamsun, a Jean Giono, a Andreiv, a Korolenko, a Pushkin, a Pilniak, a Chejov, a Björnson, a Ramus, encontré a Mauricio Magdaleno, a Octavio Paz, Azuela, Luis Guzmán, por supuesto a Vasconcelos, Villaurrutia y Novo, pero de todo esto seguía virtiéndome con ‘Tachas’, de Efrén.”

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Así los últimos tres años del sexenio de Lázaro Cárdenas para Juan Rulfo serán de una confirmación literaria bajo la influencia de Hernández y escuchando comentarios de Rosario Castellanos, Margarita Michelena, de Jaime Sabines, Alí Chumacero, de José Luis Martínez, cuando se reunían en un café de chinos de las calles de Dolores.

Las caminatas de la parte norte de la Alameda, las visitas en este sitio a las librerías de viejo y la intromisión que hará desde la calle de Valerio Trujano a los barrios bravos de La Guerrero y de Los Ángeles y salir en Nonoalco, experiencias que serán el origen de su primer texto literario, “Un pedazo de la noche”, que pretendía ser parte de Los hijos del desaliento, novela aparentemente destruida en Guadalajara por Rulfo.

Su sueldo se le iba entre compras obsesivas de libros, la entrada a los cines, la asistencia a los conciertos que daba la Orquesta Sinfónica en el Palacio de Bellas Artes y sus idas y venidas a Guadalajara para hacer base en sus raíces.

El cine que verá Rulfo en este momento serán las producciones nacionales y las desde entonces casi exclusivamente exhibiciones de cine norteamericano, son tiempos de pre-guerra, de bloqueos económicos –anticipos de bloqueos militares y de mercado–, por lo tanto la distribución del cine europeo se verá impedido de regresar al mercado de consumo mexicano por buen tiempo.

Juan Rulfo será testigo visual de la encrucijada del cine nacional en 1936, asistirá a la cúspide y al inicio del comercialismo folclórico del cine mexicano, mirará la superproducción de Allá en el rancho grande (1936) y Vámonos con Pancho Villa (1935), ambas dirigidas por el genio de Fernando de Fuentes que marcarán un antes y un después en la cinematografía nacional. Aunque la primera fue filmada posterior a la segunda, fue estrenada con un éxito rotundo en taquilla, herrando desde entonces el estilo de comedia con charros cantores que darán fin al “cine de autor” de aquellos años, con el que cerraría el mismo De Fuentes con Vámonos. En este mismo año acude para ver Tiempos modernos, de Charles Chaplin.

En 1937 observa el technicolor en los dibujos animados de Blanca Nieves y los siete enanitos, producida por Walt Disney e irá con mucho placer a ver Águila o Sol y Así es mi tierra, dirigidas por Arcady Boytler, con la pareja cómica de Cantinflas y Medel (a Mario Moreno lo verá más que en la pantalla, al volverse durante la década del 40, en inseparable amigo y quizás socio de su tío David, en torno a un negocio que lo llevará a construir cines en la región de nacimiento de Rulfo en Jalisco).

En 1939 tuvo oportunidad de ver, pero sobre todo escuchar La noche de los mayas, dirigida por Chano Ureta, en donde le impactó la música de Silvestre Revueltas, compositor que ya había visto dirigir en el Palacio de Bellas Artes obras de él mismo y de Stravinsky. Gozará por tanto con El signo de la muerte, del mismo Ureta en salas cinematográficas casi vacías, no obstante la dupla cómica del momento (Cantinflas y Medel).

De películas norteamericanas asiste al estreno de Cumbres borrascosas (1939), dirigida por William Wyler, y a la exhibición con renovación tecnológica del technicolor de Lo que el viento se llevó (1939), codirigida por Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood. Antes de irse a Guadalajara, en 1940 tiene la oportunidad de ver Ahí está el detalle, de Juan Bustillo Oro y volver a ser participante visual del clímax de la actuación de Cantinflas en su mejor participación en el cine mexicano.

A partir de la década que inicia Juan Rulfo sabe la importancia que es el portar una credencial oficial de la Secretaría de Gobernación, que lo acredita como Agente Especial, que utilizará de la mejor manera para entrar gratis a las salas cinematográficas y no volver a padecer  por el escaso sueldo que recibe en su labor burocrática diaria.

14.08.17

Elías Razo Hidalgo


Periodista de alma que se quedó sin periódico. Atlista aunque gane su equipo. Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras desde hace ya 35 años, hoy se divierte en el inframundo de los infomerciales. Miembro emérito del cineclub "José Revueltas" de Ciencias Políticas y Sociales, hoy paga tributo al escritor al....ver perfil
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