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Foro 37 | Swagger

por Ulises Granados

 

El telescopio empequeñece al universo y el microscopio lo agranda.

Gilbert Keith Chesterton

En el primer capítulo de Anthony Bourdain: No Reservations aparecen en pantalla varios haitianos discutiendo con el chef la aversión de los locales tanto por las cámaras como por los extranjeros que las llevan. Bourdain entiende, dado que la postura acostumbrada de los turistas hacia ellos proviene de la condescendencia, de la lástima y el dolor de ver a una comunidad miserable llevar sus vidas día con día entre los escombros que los desastres naturales dejaron. Cargan a sus bebés, toman fotos y graban videos con la promesa de volver a Estados Unidos y mostrar las imágenes, pero nada cambia y ya no quieren formar parte de ese circo. Bourdain se pregunta entonces: «Me preocupa porque, tal como dices, aquí estamos y vamos a hacer un programa. ¿Qué vamos a mostrar en el programa? ¿Somos parte del problema?».

En el caso de Swagger: gente con estilo (Olivier Babinet, 2016), la cosa es un tanto diferente. Aun cuando presenciamos pobreza, segregación, tráfico de drogas, sobrepoblación y violencia, estos elementos no dejan de ser una situación común para los adolescentes habitantes de Aulnay-sous-Bois y de Sevran presentados por Babinet, es decir, interpretan una situación, un entorno, pero no es el tema central del documental. Los jóvenes que vemos no se sienten incomodados por la cámara ni tienen pena de hablarle al mundo sobre quiénes son, sobre la manera en que viven, sus costumbres, sus prácticas religiosas, sus ideas sobre el mundo. Qué gran idea dejar fuera de este filme a los adultos con sus prejuicios y sus cuidados. Sin embargo, a la distancia me resulta fácil hacerme preguntas similares a las de aquellos haitianos: ¿Quiénes son estas personas detrás de las cámaras? ¿Por qué están allí? Por supuesto, la situación aquí no es tan grave ni la mirada con que asistimos a estas comunas resulta dramática ni afectada. Tal vez estemos en presencia de una forma más bondadosa y menos invasiva de la corrección política: en lugar de tratar de mejorar los lugares, educar a las personas e intervenir moral y económicamente sus espacios para el bienestar de dichas comunidades desde la perspectiva de quien interviene, podemos observar las peculiaridades de quienes habitan aquí para saber quiénes son estas personas, a manera de invitados, lo cual resulta refrescante.

Si bien es cierto que nada de lo que vemos en pantalla es arbitrario nunca, mucho menos lo es en casos como éste. Los retratos a cargo de Timo Salminen (quien ha trabajado en tantas ocasiones con los hermanos Kaurismäki) no son ingenuos en su forma, ni las secuencias que muestran las grandes construcciones de Sevran y Aulnay-sous-Bois resultan aleatorias. Así, por ejemplo, no es coincidencia que Naïla, una de las niñas retratadas en el documental, afirme: «Los arquitectos, esos que viven en grandes ciudades, no saben lo que es vivir en estos proyectos. Hacen edificios, y cuando un edificio es grande, la gente no quiere vivir en él», y minutos más adelante veamos la Torre Eiffel alzándose iluminada en el horizonte nocturno, lejos, allá en la ciudad donde habitan los arquitectos y los franceses de origen francés. Nada es casualidad: Regis se arregla frente al espejo, camina orgullosamente por las calles y los pasillos de la escuela, forrado de colores; Paul tiene la impresión de que vestir con un traje monocromático todos los días le da una buena imagen; Aissatou parece dudar de todo alrededor de ella, además de ser incapaz de pronunciar su propio nombre; Abou preferiría regresar a Italia; y Mariyama viviría de una forma menos discreta si pudiera comenzar de nuevo, a pesar de su juventud.

Swagger es una película emotiva sin necesidad de grandes manipulaciones argumentales, sin dramas sacados de la manga ni mensajes esperanzadores y quizá ese es uno de sus aciertos más grandes: nadie viene a resolver nada. En cambio, tenemos la oportunidad de vislumbrar particularidades asombrosas que distinguen a cada uno de estos jóvenes de sus compañeros y de cualquier otra persona en el mundo, independientemente del lugar en el que viven. Todas ellas particularidades a las que no podríamos acceder de habernos quedado en las generalidades, en los sustantivos colectivos que resumen y engloban realidades tan complejas con esta. ¿Qué decimos cada que pronunciamos la palabra «bosque»? ¿Brotan de mi voz los insectos, las aves, los minerales, los ríos, los árboles, los mamíferos, los frutos, las flores, las bacterias que lo conforman y lo habitan? ¿De verdad imaginamos que es el mismo lugar durante el invierno que a lo largo del verano? Ojalá cupieran en ese vocablo también la lluvia que lo alimenta, la sombra que ofrece, los cadáveres que almacena. Vista así, la generalidad tiene sentido. Como escribió Augusto Monterroso «¡Pocas cosas como el Universo!».

 

11.08.17

Mr. FILME


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La letra encarnada de la esencia de F.I.L.M.E., y en ocasiones, el capataz del consejo editorial.....ver perfil
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