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DocsMX 2016: Dead slow ahead

por Brianda Pineda

 

Desde tiempos remotos la navegación ha sido utilizada para expandir el dominio y la comunicación territorial entre los humanos. En la inmensidad y a bordo del refugio hallado en una embarcación ha ido nuestra especie cruzando nuevos horizontes a través de los siglos; sin tomar este riesgo es difícil imaginar la suerte que habríamos corrido.

Las aventuras a bordo, literarias y cinematográficas, han sido muchas; baste recordar un híbrido creativo entre ambas: Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), adaptación libre de la selva oscura escrita por Joseph Conrad (El corazón de las tinieblas, 1902).

Bien sabemos que no hay objeto que resulte a los ojos del artista más lírico que el mar. Y si en cada época y momento histórico se la ha dado un tratamiento según las exigencias del contexto y la visión propia del creador, no sorprende que un director español se haya lanzado a la aventura de filmar cómo se viven las proezas del marinero en pleno siglo XXI.

Dead Slow Ahead (Mauro Herce, España-Francia, 2015) es un viaje de dos meses y medio en el interior del Fair Lady, barco de carga que va transportando trigo desde Ucrania para depositarlo en Jordania y continúa su travesía tomando dirección, a partir del Canal de Suez, hacia Malta, Gibraltar, subiendo por el río Misisipi hasta llegar a Nueva Orleans donde luego de cargar carbón seguirá viajando un par de semanas más. Mauro Herce, por razones de rentas de equipo técnico y presupuestos desembarca en el puerto de Nueva Orleans. A partir de ahí, durante casi dos años, editará la que será su ópera prima como director.

La fotografía, arte cinematográfica a la que el realizador dedicó su carrera en rodajes anteriores, es para este documental una magnífica y desoladora en su tregua con la expansión. Para llegar a esta película Herce estudió cine en Cuba y en París. Su acercamiento poético fue ya en ese tiempo irreverente y en contra de cierta lógica y linealidad narrativa, filmando películas que como él mismo dice van "en contra del guion".

En este trabajo ha florecido el ejercicio de su mirada fragmentada: los ángulos imprevistos desde los cuales nos muestra el interior de la nave monstruosa —tiene, haga sus cálculos, 8 pisos de altura y 300 metros de largo, todo eclipsado en un sistema preciso y frío ante el cual nuestra inteligencia, a pesar de ser génesis creador de la máquina, poco puede— no hacen sino crear una atmósfera de suspenso sometido a una espera en calma con la música a cargo de Diego Pedragosa (quien musicaliza también Els anys salvatges, 2013, dirigida por Ventura Durall), misma que fortalece la sucesión de imágenes.

Es este filme una sinfonía sobre la opresión donde la máquina no deja de recordarnos, a través de su sonoridad mecánica, el reinado espacial y de dirección que ejerce hacia sus trabajadores: marineros, en su mayoría filipinos, cuya voluntad es semejante  a la que por honor al invierno tienen frente al trabajo ciertas hormigas. Si en apariencia, salgo alguna amenaza de hundimiento, nada ocurre en este sitio, es porque así han ido adaptándose al sistema capitalista y sus jornadas de trabajo los tripulantes cuya personalidad apagada y solitaria combina en eficacia con una tuerca o engranaje más de la embarcación marina.

La película posee una audacia que roza en los intentos expresivos de la ciencia ficción pero no promete ni entrega nada que no exista más allá de la realidad intrigante e inexpresiva del corazón metálico del Fair Lady. Aquí vemos desde las distintas estaciones cromáticas que nos llevan como espectadores a admirar la belleza de un cielo cuya naturaleza no comprendemos, a las vidas de los marineros contadas a pistas por objetos, pasando por llamadas telefónicas cuyo patetismo es una inclinación al vacío y a la condición de cifra que representa un hombre hasta para su propia familia [cuando se une como trabajador a una aventura —aunque relajada esclavista— como esta, por bien remunerado que sea el empleo), hasta la aniquilación social y el precio de soledades de la criatura que oficia y confirma que dicho negocio es redondo, como estamos acostumbrados a descubrir, sólo para las vacas sagradas del eslabón mercantil. Mauro Herce no nos dejará mentir cuando nos cuenta:

Tienes que saber que el alquiler de estos barcos es una bestialidad. Son 100,000 euros al día. O sea, llevar trigo de tal sitio a tal otro, veinte días de viaje, por ejemplo, son 2 millones de euros para el propietario  del viaje. Me parece una locura del capitalismo (…) El barco se convierte en un reflejo del mercado.

En este sentido, el documental logra irrumpir en la escena de un modo antropológico. Su presencia, leal a la claridad, es silenciosa como la del espía y, aunque lejana en discurso a la idea de tiempos y espacios a los que ciertas reglas fílmicas nos tienen acostumbrados, su composición no deja de tocar ciertas fibras en los sentidos y la psique.

Para analizar el estilo de Herce y hacer un juicio sobre él, habría que intentar deshacernos un instante de toda la carga que nos dicta la tradición del cine documental, habría que poder abordar con mayor lucidez su perspectiva. El realizador participó como fotógrafo (y en ocasiones como guionista) en Ocaso (Théo Curt, 2015), Arraianos (Eloy Enciso, 2012), El quinto evangelio de Gaspar Hauser (Alberto Gracia, 2013) y Slimane (José Alayón, 2013), obras que avanzan el  proceso interdisciplinario del realizador.

La recurrencia a vistas panorámicas, la música y el punto de vista fotográfico guiando la narración y el contraste entre lo insólito de una imagen –la  proa del Fair Lady va quebrando las aguas y el delirio de espuma, nos hipnotiza durante varios segundos con sus formas hasta que un corte de escena nos despierta en medio del interior del barco enfatizando la grieta entre ambos espacios: un exterior y un interior– y la vacuidad comunicativa entre los marineros van configurando una poética que similar al desconcierto que provoca la nave de Stanley Kubrick (2001: A space odyssey, 1968) pero en un tono mucho más sobrio otorgado por su naturaleza documental y por lo tanto histórica. Dead Slow Ahead nos conduce a través de la nave hacia el presente de una sociedad consumista que ha rebasado ya por quince años el presagio, en su momento futurista, del genio estadounidense, sin cruzar ninguna galaxia pero, en eso se le parece, afín al mismo tono humano del que no comprende la magnitud de la tragedia que le espera pero sí la representa.

Mudando de presagios, podría ser éste el inicio de una bienaventurada carrera frente al timón fílmico por parte de Herce. No dudo que a cintas futuras su lente y dirección sea capaz de sorprendernos. En esta entrega el mayor acierto, narrativo y filosófico, es mostrarnos a través del documental cómo la memoria no es, como nuestra precisión tecnológica intenta hacernos creer, un banco de datos preciso e inalterable sino un espacio abstracto del que vamos sacando provecho para construir nuestra identidad. La experiencia no se expresa en cientos de entrevistas e informaciones reunidas, como acostumbra el género en su actitud más convencional, sino en aprender a mirar y enfocar las cosas de otro modo, ayudando a desenmascarar así el ritmo de las apariencias.

 

22.10.16

Brianda Pineda


@brryanda

Xalapa, 1991. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana. Ganadora en dos ocasiones del Premio Nacional al Estudiante Universitario Carlos Fuentes. Ha publicado reseñas y artículos en La Palabra y el Hombre y reseÃ....ver perfil

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