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La bruja de Blair

por Julio César Durán

 

En principio el cine (narrativo) funciona como una serie de trucos y mentiras con las que participamos para meternos en la piel de personajes que nos llevarán a lo largo de aventuras, escenarios, etc. Si no nos creemos lo que pasa en pantalla la ilusión no funciona y, en diversas  maneras, la verosimilitud depende precisamente de ocultar los mecanismos que traen a nuestros ojos la historia narrada.

¿Qué pasa, entonces, con el documental? El principio es opuesto: al espectador le son evidenciados los mecanismos que están funcionando para contar una historia que más o menos ha ocurrido en eso que llamamos realidad. Es decir que registraría situaciones que no tienen de por medio un filtro como el de una puesta en escena, por ejemplo, y ello provoca la verosimilitud. La conceptualización del cine documental a partir de filmes como Nanuk, el esquimal (Flaherty, 1922) o El hombre de la cámara (Vertov, 1929) comienza dicha tarea: ponen en primer plano al propio mecanismo (en este caso la cámara de cine) para provocar la empatía y la credulidad en lo que ocurre en la pantalla.

Más de 70 años después de estos ejemplos llega un atrevimiento que hereda las pretensiones de aquel documental originario y que al mismo tiempo inventa la idea y procesos del video/marketing “viral” –una década antes de que siquiera pensáramos en ello: El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project, 1999) de Eduardo Sánchez y Daniel Myrick. La producción es básica y, por lo mismo, contundente: un filme de terror que simula ser un documental, el cual presenta la historia de 3 estudiantes de cine que en 1994 desaparecieron mientras realizaban una película sobre una superstición local.

El fenómeno avivado por aquel filme –que fuera una de las pocas muestras decorosas del horror noventero en Estados Unidos– es por sí mismo una leyenda, tanto así que ahora llega una tercera entrega de la historia intentando (de manera pobre) recuperar aquella gloria: La bruja de Blair (Blair Witch, 2016) de Adam Wingard.

 

El argumento

20 años después de la desaparición de Heather Donahue (una de los estudiantes del filme original), su hermano James (James Allen McCune) decide ir a buscar su pista al encontrar en Youtube una filmación recuperada por un habitante de Maryland. En compañía de su mejor amigo, la novia de éste y una joven documentalista que desea registrar el evento (Callie Hernandez), James emprende el viaje hasta el bosque donde ocurren misteriosas desapariciones desde el siglo XVIII, atribuidas a la terrorífica bruja del título.

 

Las maneras

Desafortunadamente la película nació muerta. La bruja de Blair tiene todo en contra y no remonta (con los muchos recursos que posee) en ningún momento. Esta secuela tiene la particularidad de “continuar” con la historia de los protagonistas originales pero comete el error de repetir no sólo la estructura sino los momentos climáticos específicos del filme de 1999 (no en estricto orden): la introducción al mito, las cámaras registrándose unas a otras, la inocente llegada al bosque, la desaparición constante de miembros del grupo, el viaje en círculos, los barridos de la imagen y la casa abandonada en medio de la selva.

¿Por qué habríamos de ver un remake? Claro, porque ahora no sólo tenemos unas cámaras de 16mm y de video Hi-8; tenemos MiniDV, cine digital, cámaras de teléfono móvil y hasta un dron. Sin embargo todos estos recursos se desaprovechan, simplemente pasan por utilería que nos deja saber el contexto (llámese época y locación) en el que ocurre la historia, no más. Tampoco los personajes son redondos; tenemos a 6 actores en pantalla con los que nunca nos identificamos y que nunca logran perfilarse adecuadamente, quizá habrían bastado un par de ellos para comprender (sin tantos puntos de vista innecesarios) cómo va caminando el argumento.

No obstante que Wingard y el guionista Simon Barret refrescaron juntos la escena de suspenso norteamericano con Tú eres el próximo (2011), y con algunos cortometrajes posteriores, ahora se les va por completo de las manos un trabajo que generó mucha expectativa, más con Sánchez y Myrick en la producción ejecutiva. La película estuvo condenada desde el principio ya que se ideó de la misma manera que El proyecto... pero sin el asombro que aquel generó reclamando un linaje espeluznante, iniciado con Häxan: la brujería a través de los tiempos (Christensen, 1922) y continuado con Holocausto Caníbal (Deodato, 1980).

El found footage no es suficiente aquí, es un mero pretexto pero no se logra la credibilidad de la anécdota. Si la técnica ya es sugerida desde Dziga Vertov, 90 años después de él se empieza a avinagrar; se pretende evidenciar al aparato pero se explota el desconocimiento del lenguaje. Incluso la subestimada secuela directa, La bruja de Blair 2 (Book of Shadows: Blair Witch 2, 2000) de Joe Berlinger, aparece como una respuesta inteligente al no intentar repetir la fórmula, sino que recupera a la antagonista y da continuidad a su maldición, ahora en otro formato (el mal nunca muere y puede tomar cualquier forma).

El resultado

La bruja de Blair llega demasiado tarde. El filme de Wingard y Barret no tiene nada qué hacer en la cartelera después del boom del J-horror, de Actividad paranormal, The Poughkeepsie Tapes o [REC] (todas de 2007), mucho menos después de La Bruja (Eggers, 2015), éstas dos últimas a las que apela y cita sin acercárseles en calidad.

Los últimos y emocionantes 15 minutos de esta película definitivamente no son suficientes para igualar a sus dos predecesoras, quizá Wingard y Barret retomen su buen camino con creaciones totalmente propias ya que en esta ocasión, el integrarse a una franquicia no dio buenos frutos.

 

27.09.16

Julio César Durán


@Jools_Duran
Filósofo, esteta, investigador e intento de cineasta. Después de estudiar filosofía y cine, y vagar de manera "ilegal" por el mundo, decide regresar a México-Tenochtitlan (su ciudad natal), para ofrecer sus servicios en las....ver perfil
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