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Lluvia de ranas

por Adolfo Cruz Carbajal

 

“Puede que nosotros hayamos terminado con el pasado, pero el pasado no ha terminado con nosotros”, es la sentencia bíblica que Paul Thomas Anderson impone a sus personajes como si fuera una especie de carga o yugo que los reprime contra sus impulsos y necesidades humanas, ya que estos personajes son fuerza y energía pura cuyo punto de fuga y liberación es el grito, el aullido, pues parece que el placer y la felicidad se logra a través del sufrimiento.

El hilo conductor que une la filmografía de Paul Thomas Anderson es el conflicto padre e hijo, detonante de los dramas en el que se ven atrapados sus personajes. Es lo que le inspira a Eddie Adams en Booggie Nights (1997) a despertar de su letargo doméstico y huir de los gritos de su madre porque ésta no entiende o no quiere entender que su vástago tiene aspiraciones diferentes en la vida (unidas al temor de convertirse en el sonámbulo de su padre), mismas que lo llevan a encontrar en el productor de películas porno, Jack Horner, y en la actriz porno Maggie a sus padres sustitutos, de ahí la súplica de Rollergirl hacia Maggie: “quiero que seas mi madre”.

Quizá la necesidad (y ausencia) de un amor paterno/materno puro en estos personajes nos indique que quieran liberarse del rol de ser hijos, de la carga que implica tener figuras paternas defectuosas ya que éstos solo los ven como propiedad, como títeres que deben ser esclavos del consumo, de llevar una vida que se traduzca en un empleo para repetir la misma rutina. Es por esta razón que en Magnolia (1999), el ensamble de personajes sean hijos de padres exigentes o ausentes que por preocuparse más por la rutina y el dinero se olvidan del afecto y del amor hacia sus hijos, en este caso Claudia, Frank Donnie, Stanley y Dixon estallan ante la carga del padre que por fin acepta sus errores, y el lamento/aullido en forma de monólogo de Earl, padre de Frank, con la sentencia “fui un desgraciado” libera la tensión con la lluvia de ranas cual episodio bíblico donde Moisés libera a los esclavos del yugo del faraón para iniciar el éxodo.

En la misma Magnolia, Stanley está a punto de convertirse en la sombra trágica de Donnie, ambos infantes explotados por sus padres en el concurso televisivo ¿Qué saben los niños? para ganar el premio de cien mil dólares y que por la misma falta de afecto devienen en comportamientos erráticos. Por un lado Stanley debe aguantar las ganas de ir al baño con tal de ganar el concurso para que al final lo mande al diablo y reclame “Papá, necesitas ser bueno conmigo”; por otro lado Donnie, ex ganador del concurso y ahora empleado en una tienda de aparatos electrónicos, siente que su vida es un fracaso y deposita el amor que no recibió de sus progenitores en su fijación por el cantinero Brad, para que al final le confiese al oficial Jim “Sé que hice algo estúpido. ¡Muy estúpido! Conseguir los frenos dentales. Creí… Creí que él me amaría. Conseguir… los frenos dentales. Y ¿para qué? Por algo que ni siquiera… No sé cómo llevar mi vida, sabes. En realidad tengo mucho amor que dar. ¡Sólo que no sé dónde ponerlo!”

Más que liberarse o huir del yugo paterno estos personajes en realidad están buscando una figura paterna sustituta que simplemente les dé ese cariño que les fue negado, pero como el mundo que les rodea ya está acostumbrado a la misma rutina de la que venían huyendo caen en el sufrimiento creyendo ingenuamente que de esa manera conseguirán el placer y la felicidad.

Es por eso que en Petróleo sangriento (There Will Be Blood, 2007) P. T. Anderson hace que el personaje de Daniel Plainview no le guste dar explicaciones sobre su pasado: “No podía quedarme… tenía que huir de ahí”.  De hecho nos enteramos que su padre tuvo un hijo con otra mujer (una vez más ese padre infiel y defectuoso como Earl de Magnolia). Aún así termina adoptando al hijo de uno de sus trabajadores quien murió accidentalmente y de igual manera adopta al impostor que se hace pasar por su medio hermano Henry al que le pide “Sólo dime que te quieres quedar”.

Pero Daniel no tuvo ese cariño paterno por estar acostumbrado a la relación jefe-empleado (Rick, el padre de Stanley en Magnolia, o Jack Horner en Boogie Nights), por ende los lastimará porque no sabe lo que es el cariño, solo entiende el dinero y que quiere dominar personas mas no entenderlas. Más tarde, al no poder dominarlo como su empleado, le confiesa la verdad a su hijo adoptivo que quiere iniciar su propio negocio “eres un bastardo en una canasta, no eres mi hijo, no hay nada de mí en ti”. De hecho no es de extrañar el llanto de Daniel después de desenmascarar y asesinar al impostor Henry, es ese aullido por no conocer el cariño de su verdadero hermano muerto por tuberculosis.

La impotencia que hace que los personajes en la filmografía de Paul Thomas Anderson estallen, que contiene esa fuerza de la que están hechos tal vez nos quiera decir que son figuras que no nacieron para ser dominadas pero que deben enfrentarse a un mundo acostumbrado a seguir apariencias para encajar en moldes. Puede ser por ello que para Anderson el cine sea un vehículo que pretende mostrar nuestras debilidades, nuestros miedos y es así que en su sexto largometraje The Master (2012) lleve al personaje de Freddie Quell por ese mismo camino de represión, ya que es un libertino y alcohólico a quien no le molesta decir lo que piensa, hasta que se encuentra con el líder espiritual Lancaster Dodd quien viene a compensar la ausencia de autoridad para domarlo. Una combinación interesante, ya que Dodd necesita de alguien que lo siga incondicionalmente, le gusta colonizar cerebros y el de Quell parece ser el indicado, un salvaje carente de la idea de autoridad paterna, un recipiente vacío fácil de manipular –una especie de reencarnación del personaje de H. W. en There Will Be Blood–, pero aquí lo interesante, a pesar de que en efecto hay un juego de dominio por parte de Dodd, podemos ver cómo Quell se vuelve un igual de su protector, ambos se vuelven dependientes uno del otro como un romance, en pocas palabras el maestro ha sido domado también, por tanto el discípulo se ha liberado del yugo y este diálogo de padre a hijo lo deja claro: “Si llegas a encontrar la manera de vivir sin un maestro en absoluto, serás la primera persona en la historia en lograrlo”.

En Vicio propio (Inherent Vice, 2014) parece que Paul Thomas Anderson invierte la fórmula de la búsqueda del hijo por el cariño del padre que había venido manejando en los cinco largometrajes mencionados, de hecho en esta película la figura del padre es todo menos autoritario, si prestamos atención a dos casos específicos: En primer lugar está el personaje de Coy Harlingen, un infiltrado que trabaja para el gobierno de Estados Unidos que no puede convivir con su hija bebé por lo peligroso de su empleo, por tanto ahora es el padre el que está en la búsqueda del cariño del hijo; por otro lado el enredo en el que está atrapada el personaje de Japonica Fenway, una chica rebelde adicta a la cocaína cuyo padre quiere sacarla de las garras del Dr. Rudy, antes de que se convierta en otra de las chicas que "zarpan" en el Golden Fang.

Es en esta película que Paul Thomas Anderson da un paso adelante al tratar de enmendar la figura del padre autoritario, de hecho es aquí donde el padre por fin se propone serlo y no se lamenta por medio del grito/aullido. La escena del reencuentro de Coy con su bebé es realmente conmovedora y por otro lado el discurso de Crocker, el padre de Japonica, es el de un padre que simplemente quiere el bienestar de su hija. Parece que esa lluvia de ranas por fin surtió efecto. A estas alturas me pregunto ¿cuál será el siguiente paso en el próximo proyecto de este cineasta fuera de serie?

 

10.08.16

Adolfo Cruz Carbajal


Egresado de la Lic. de Historia de la UACJ, actualmente colabora con reseñas de cine para el periódico El Reto en Ciudad Juárez. Tesis de Licenciatura: "El antihéroe en la historia del cine".....ver perfil
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