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Nobody wants the night

Los nuevos rumbos de Isabel Coixet al Polo Norte

 por Hans Fernández                                                                                                                      

 

Isabel Coixet (1960) es una de las directoras españolas contemporáneas que cuenta con un variopinto repertorio fílmico, dentro del cual destacan películas de cuidadosa factura tales como Mi vida sin mí (2003) o La vida secreta de las palabras (2005). El año 2013 la directora estrenó en la Berlinale Ayer no termina nunca –drama protagonizado por Candela Peña y Javier Cámara–, y en la versión 65 del mismo festival alemán regresó con Nobody wants the night. Por lo demás, esta película que inauguró la Berlinale 2015 convierte a Coixet –como han resaltado los medios en Alemania– en la segunda realizadora en abrir el evento, tras Margarethe von Trotta (1942) en 1995 con su película Das Versprechen.

En Nobody wants the night, Josephine (personaje interpretado por Juliette Binoche) señala a Allaka (Rinko Kikuchi) el peligro que representa la madre naturaleza en el invierno del Polo Norte para los seres humanos (los esquimales le han advertido que cuando el sol se apague llegará la muerte). Si bien esta película por momentos pudiera parecer un dueto –tal como lo fue Ayer no termina nunca–, la naturaleza también es una de sus protagonistas: aparte de las impresionantes imágenes de desolación de los paisajes polares cubiertos de nieve y hielo, ella está omnipresente en todo el relato fílmico: siempre se habla de su poder y de la debilidad de los humanos ante ella. En tal sentido, la naturaleza en la película no es una madre protectora de sus criaturas, sino más bien una fuerza desmanteladora que puede arrasar con la vida a su antojo –tal como acaba con el hijo de la joven esquimal Allaka, a quien las dos madres humanas provenientes de culturas distintas procuraron salvar.

Otro aspecto relevante en Nobody wants the night es la representación de las sociedades de origen no europeo. Los esquimales, su cultura y su visión de mundo son exotizados tanto por el punto de vista de Isabel Coixet como por el de Josephine. De hecho, la película además de dar cabida en forma mínima al idioma vernáculo, el inuktun (perteneciente a la familia lingüística esquimo-aleutiana), contiene fragmentos de cantos tradicionales en esta lengua. Igualmente Allaka llama la atención desde el inicio por su particular forma de expresarse en un inglés simple (que carece de primera persona singular, como si estuviera calcando desde su lengua materna) y por recurrir a metáforas cósmicas para expresar ideas y situaciones de la vida cotidiana. Asimismo el individualismo occidental representado por Josephine se opone en la historia al sentido de colectividad que está presente en el pensamiento “no occidental” de Allaka. Esta exotización constituye, sin duda, parte del imaginario europeo decimonónico sobre las sociedades indígenas que la realizadora busca poner en escena en su reciente película.

En lo que concierne al trabajo de edición, Nobody wants the night no posee un buen corte, lo que dificulta a veces la comprensión del paso de unas escenas a otras –sobre todo si se tiene en cuenta que es una película en la que predomina el color blanco de la nieve. Pese a ello, los nuevos rumbos de Isabel Coixet al Polo Norte son interesantes debido al tratamiento dado a temas históricos, especialmente por llevar a la pantalla grande tanto la fascinación que guió a las empresas de conquista de nuevos territorios como las huellas que el poder geopolítico europeo (del siglo XIX e inicios del siglo XX) en su afán expansionista dejó en la subjetividad de quienes participaron en estas empresas.

 

12.10.15

Mr. FILME


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