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Una mirada en torno a Macario

 

Una mirada al pasado vigente

por Dulce Madrigal

 

Casi al finalizar una época considerara por muchos como la etapa más notable de la cinematografía nacional, en el año de 1959 se filma la cinta Macario, obra del reconocido cineasta Roberto Gavaldón, quien realiza una enorme producción de la mano de grandes colaboradores de la industria como Gabriel Figueroa en la fotografía, Manuel Fontanals a cargo de la escenografía, Emilio Carballido en la adaptación del guión y Pina Pellicer e Ignacio López Tarso como actores principales. Desde su primera proyección, la cinta dividió opiniones. Se le señaló como un proyecto realizado para extranjeros, en el que se sobreexplotaban símbolos del folklor mexicano y se estereotipaba —hecho recurrente en este período del cine nacional— la imagen del indígena, sus costumbres y apariencia física. También hubo quienes defendieron el filme a capa y espada, resaltando la notable labor de Gavaldón al comandar un proyecto cuyo resultado, afirman, fue una de las mejores cintas mexicanas de todos los tiempos.

Nada nuevo en la carrera del productor. Durante su haber, fue sentenciado con calificativos que iban desde la genialidad a la hipocresía; del perfeccionismo a la simpleza de discurso. Cierto o no, la realidad es que la película fue galardonada nacional e internacionalmente y se convirtió en la primera cinta mexicana en ser nominada al Oscar. Así, en medio de críticas, alabanzas, disputas y misticismo, Macario pasó a la historia como la última película producida en la “Época de Oro” del cine mexicano.

Enigmática y colmada de fantasía, la historia se toma de la obra homónima del escritor alemán B. Traven y es adaptada por Emilio Carballido sin realizar mayores cambios en el argumento, pero sí en el discurso. Macario se sitúa en la época de la colonia y retrata la vida de un leñador y su numerosa familia, cuyo único anhelo en vida ha sido poder comer un pavo entero para sí mismo, sin tener que compartir con nadie. A partir de este sencillo argumento se construye un discurso que resalta de las producciones de la época: la figura de femenina cobra una fuerza de facto y se convierte en un agente de cambio dentro de la historia, contrastando totalmente con el muy socorrido personaje de la mujer “buena”, “dócil”, “callada”, que tanto éxito diera a los melodramas de la época. Pina Pellicer encarna a una protagonista que, si bien es madre y esposa, también es ella: una mujer; ésta percibe y rechaza las condiciones de vida bajo las cuales se rige su entorno.

El personaje de la esposa, además de procurar el bien de su familia y dedicarse a la crianza de sus hijos, también es soporte de la economía familiar y pieza clave en el cauce de la historia. Gracias a ella el protagonista puede cumplir su tan añorado deseo y a partir de este momento se presentarán ante él personajes que podemos identificar como arquetipos de la cultura popular mexicana. La historia comienza.

La imagen, impecable. Manuel Fontanals construye el escenario y Gabriel Figueroa ilumina con su lente una historia que sabe a polvo, a abandono, olvido y nostalgia. Si bien ambos artistas cuentan con una vasta lista de títulos que los respaldan y dan muestra de su talento y visión estética, en Macario encontramos, quizás, uno de los mejores trabajos en su haber; cada uno de los encuadres cuidados con ojo milimétrico, resaltando el símbolo deseado y enfocado a precisión. Rostros dibujados de angustia, calaveras de dulce, velas que se encienden y se apagan, majestuosas iglesias y paisajes lejanos son esculpidos por la acuarela de Fontanals y la lente de Figueroa. Un blanco y negro que ilumina. Una ausencia de color que sabe a polvo y nostalgia; a vida y a muerte. Cómo olvidar la secuencia filmada en las grutas de Cacahuamilpa. Un lienzo dibujado con majestuosidad, que nos hace pensar en la posibilidad de un más allá, que nos llena de interrogantes y satura nuestros ojos de realidad.

La fantasía es el hilo conductor de esta historia en la que se realiza una mirada introspectiva sobre qué hay más allá de la vida. ¿Hay temor?, ¿No hay más hambre?, ¿Hay angustia?, ¿Habrá, quizá, más vida? A través de la experiencia de Macario se abordan planteamientos que han regido siempre la existencia de la humanidad. Planteamientos a los que tal vez es imposible dar respuesta, pero son expuestos por la siempre imperiosa necesidad de materializar un trayecto hacia la verdad. Una búsqueda que vivimos de la mano de los personajes, cuando no cuestionamos si se trata de una fábula o realidad; porque en el cine no hay fábula, hay realidad.   

Si bien encontramos elementos que anteriormente se señalaron como una falsa identidad nacionalista, habría que reconsiderar la intención del director para la conformación de todo el proyecto. Pensemos en “Macario” como una interrogante que a todos invade, una mirada distinta a una tradición que ha estado ahí desde siglos atrás y hoy día sigue vigente en nosotros. Sin lugar a dudas el trabajo de Gavaldón resalta entre su contexto por los atributos expuestos anteriormente: la resignificación de la figura femenina, la búsqueda introspectiva de la verdad, y un diálogo abierto con el espectador, lo que confluye en un todo y nos regala uno de los filmes más profundos y estéticamente triunfales que ha dado la cinematografía nacional.

 

07.10.15

Dulce Madrigal


@caminodormida
Cuentera olvidadiza. Entusiasta del soliloquio. Cree en el cine como un acto conciliatorio con la realidad. Siempre tiene hambre.....ver perfil
Comentarios:
24.10.15
BeKrizek dice:
Buen acercamiento a Macario, una de las películas más entrañables de la tradición cinematográfica mexicana. La única duda que salta gira en torno a la adaptación del texto, recuerdo haber leído en el preludio de nombres y datos que la película es una adaptación de un cuento de los hermanos Grimm. Incluso llegué a buscar el cuento y aunque cambian ciertas caracterizaciones es verdad que la esencia de Macario permanece. Habría que verificar esa información. Saludos.
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