por Germán Martínez Martínez

En un ambiente latinoamericano en que muchos directores emergentes y consagrados han adoptado simples fórmulas que colocan sus películas en festivales internacionales, el minimalismo del cine de la argentina Celina Murga brilla por su autenticidad y efectividad moral y estética. Murga ha dirigido hasta el momento cuatro largometrajes: Ana y los otros (2003), Una semana solos (2007), Escuela Normal (2012) y La tercera orilla (2014). En este verano de 2015 su único documental, Escuela Normal, tiene por fin mayor difusión en México.

La economía y, paradójicamente, el poderío audiovisual del cine de Murga no dependen de una impostación sino que se corresponden con la materia íntima de sus relatos. Son películas construidas sobre todo con imágenes y pequeñas acciones, aunque en ocasiones los diálogos son también reveladores, mucho más allá de la información. En este documental, a no ser por una mínima indicación –que probablemente pasa desapercibida para la mayoría–, ni siquiera sabríamos en qué ciudad se localiza la Escuela Normal. Si bien quizá al público argentino le resulta evidente que no se trata de Buenos Aires, saberlo no resulta esencial para la audiencia internacional. Murga es originaria de Paraná y ahí se desarrollan algunas de sus historias, incluso hay espacios que se repiten como escenarios de la acción de los personajes. Por ejemplo, en Escuela Normal vemos un andador a la orilla del río y la fachada de una casa que el personaje principal de Ana y los otros también visita. Lo más importante es, en realidad, el transcurrir de los acontecimientos cotidianos.

En Escuela Normal esos hechos van desde la solución de las necesidades prácticas en el colegio por parte de una autoridad, hasta una elección estudiantil, pasando por tomas de diversos alumnos, entre quienes destaca una muchacha rubia, reflexiva y vivaz. Hasta donde podemos ver, se trata llanamente de una escuela pública y de jóvenes de bachillerato. Según la explicación de Murga –a diferencia del sentido mexicano de escuela normal–, en Argentina, desde el siglo XIX en que fue la primera en fundarse en el país, la Escuela Normal de Paraná hacía referencia de manera principal a un esfuerzo de construcción de uniformidad entre familias migrantes de diferentes orígenes culturales. Este documental no argumentativo, a su vez, surgió en la coyuntura de financiamientos del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales por la celebración del bicentenario de la independencia argentina.

En 2008-2009, Murga fue parte de la Iniciativa para las Artes Rolex de mentores y protegidos, en que se establece una relación entre artistas de trayectoria reconocida y figuras que comienzan a destacar, para que entre ellos decidan dinámicas de encuentros y eventual colaboración. La directora argentina fue vinculada con Martin Scorsese, quien la escogió entre varios cineastas con quienes se entrevistó. Ella describe ésta como una experiencia enriquecedora y que ha atraído mayor atención hacia sus películas. Más indicativo, sin embargo, del tipo de obra que Murga está conformando es que en 2014, en el Festival Internacional de Cine de Cartagena, Colombia, el cineasta iraní Abbas Kiarostami, indudablemente uno de los mejores directores de nuestro tiempo, señaló que identifica múltiples afinidades entre el cine de Murga y el suyo.

El interés de Escuela Normal, me parece, no depende de que se retrate una comunidad representativa de la sociedad argentina –aunque haya elementos en que pueda serlo–, su valor recae en capturar instantes de vida de manera significativa. En un gran documental, como para todo buen cine, no basta colocar una cámara y suponer que lo capturado deba ser disfrutable para los espectadores, o artístico en sí mismo, por alguna cualidad de lo observado. Más bien, hace falta que incluso aquello que parece insignificante sea visto por una mirada como la de Celina Murga.

29.07.15