siguenos
Víctor Laszlo debe vivir

por Samuel Rodríguez

 

Casablanca (Michael Curtiz, 1942) es un bello alegato a favor de la dignidad; es también una aparición poética que nos revela que existen ideas superiores a nuestras circunstancias, mismas que llevan en sí mismas la posibilidad de abrir espacios de reflexión, de resistencia y de acción.

 

La magia inherente a Casablanca ha quedado grabada en la retina de millones de espectadores a través del tiempo. Sin embargo, no es sólo el afán romántico, ni el increíble encanto que desprende esta joya lo que la inscriben en la memoria de quien se acerca a su órbita, hay algo más que se mueve en el subsuelo del filme, algo universal y poderoso. Algo que parece decirnos que todo se nos ha vuelto extraño, que lo que parecía familiar súbitamente se ha difuminado, y que en medio de una vorágine de fuerzas que parecen volcarse directamente contra nosotros con el afán de reducirnos, aparece de pronto un elemento sorpresivo, una idea prístina que justifica nuestros pasos sobre la tierra.

Los personajes de este filme habitan en un ambiente asfixiante, su presencia en Casablanca los sitúa en un  abismo. Visitar Casablanca es llegar a lo extraño, la incertidumbre los desgasta a cada instante, saben que dependen enteramente del azar; la fragilidad de la existencia hiere la mirada. Quien mejor lo entiende es el personaje de Rick Blaine, interpretado por el legendario Humphrey Bogart.

Blaine se mueve en un estado de excepción constante donde la muerte y la desesperación rondan. La corrupción y la miseria depositan a los que llegan en un mundo al revés. Los que antes eran ricos ahora son pobres, los que mandaban ahora son siervos, los príncipes piden favores, los que antes estafaban ahora son estafados, la autoridad protege a los criminales. La guerra mundial que se libra ha licuado el universo conocido, no hay sito para la nobleza. En este espacio de tan especial configuración, Rick nada con la corriente y se define como un nihilista: no cree en nada, ni en nadie. Su voluntad depende del instante, su moral se reconfigura a cada momento, el cinismo es su principal arma ya que no puede hacer más.

Repentinamente, en medio de este azar incomprensible y hostil, aparece el personaje de Víctor Laszlo. Una vez que este protagonista aparece, ya nada vuelve a ser lo mismo. Su presencia concentra la necesidad de la lucha por la dignidad; su figura representa no sólo la sobrevivencia, sino también un enfrentamiento directo y decidido contra aquello que nos lastima, que nos ofende y nos hiere. Laszlo encarna en sí mismo un aumento del espíritu, ese aumento que debe prevalecer en medio de la más oscura hostilidad y que, además, es una forma de estar lúcidamente en el mundo, una forma de encarar el horror con integridad y valentía. Su impulso representa la necesidad de fijar un límite contra la maldad. Su presencia, si bien no es redentora, sí acerca a la pregunta por la vida, y es lo que moviliza hacia la urgente defensa de la dignidad del hombre.

La aparición del héroe de guerra, es decir Laszlo, es arrasadora, tanto que el modo de vida de Rick Blaine experimenta una sacudida. Ahora el antihéroe encarnado por Bogart debe interrogarse a sí mismo, examinarse a profundidad. Su conflicto es tan poderoso que interpela y alcanza al espectador.

Casablanca nos acorrala, se va tragando nuestros sueños. Blaine sabe que su estado de excepción no durará mucho. Laszlo le presenta la inverosímil oportunidad de hacer salir lo noble que aún habita en él. Así, después de un transe amargo donde deberá decidir entre el amor o el bien, Blaine experimenta una revelación y entiende que su rival de amores es necesario en la tierra. Entonces, protagonista y espectador llegan a una conclusión fabulosa: Víctor Laszlo debe vivir.

Laszlo es el Elías furioso que se enfrenta a los baales, es la Antígona renovada que no puede negarse a sí misma, es el indio Lautaro que lucha por su gente en el fin del mundo, es Marx agitando el corazón de la historia desde una biblioteca de Londres, es Rosa Parks que defiende su derecho a estar, es Mandela renunciando a siglos de sangre e injusticia. Víctor Laszlo representa a todo aquel que tiene la fuerza necesaria para enfrentar a las bestias ávidas de sangre y dominio.

Esto es lo que Rick logra ver nítidamente. Al apreciar la fuerza de ese hombre que lo hará infeliz al llevarse al objeto de su amor, no puede más que entender que existen causas que están por encima de sus circunstancias. En esta atmósfera, incomprensible para los miserables, se deja sentir un triunfo de dimensiones universales. Esta es la magia de Casablanca y aparece al alcance de quien de verdad se atreva a ver.

La escena final es un deleite entre la niebla que narra el triste adiós de un perdedor, de un hombre vencido que en medio de su insatisfacción positiva ha logrado justificar sus pasos sobre la tierra. No estaría mal pedir un último deseo y brindar por nuestra elegante derrota: If she can stand it, I can! Play it!

 

06.07.15

Samuel Rodríguez


www.rodriguezsamuel.wordpress.com
Master en Filosofía Contemporánea por la Universidad de Granada y profesor de estética en el Tec de Monterrey, campus Monterrey. ....ver perfil
Comentarios:
06.07.15
LUNA dice:
ME ENCANTÓ.
comentarios.