siguenos
FICUNAM 05. El regreso del Muerto

Ahora México

 

por Daniel Valdez Puertos

 

En el El regreso del muerto, tercer proyecto del realizador uruguayo Gustavo Gamou, quien ya había demostrado suspicaz etnográfica al ocuparse sobre las pasiones y debilidades de personajes configurados por su habitus y situación geográfica (Ej. el Estado de México, esa pequeña frontera sorda e ignota, con su primer largometraje La palomilla salvaje, 2006; así como en Granicero, 2011) se realiza una exhumación y eventual autopsia de un personaje que concentra los vicios de una sociedad en pleno estado de descomposición narcoapocalíptica.

 

El filme comienza con un plano clave. De entre una callejuela obscura y solitaria vemos a la distancia el tambaleo etílico de una figura apenas descubierta por la luz de un faro. Podría ser de madrugada o bien entrada la noche, no importa; pues los seres abandonados a los oficios dionisiacos no se conducen bajo horarios fijos ni a otro tipo de restricción mas que a la de su propia avidez. Más aún cuando habitan en el límite.

 

Es con esta alegórica introducción que conocemos a Don Rosendo Mendoza, el dipsómano irredento que deambula cual alma en pena –literal- por  los bordes marginales de la ciudad llaga, paraíso e infierno, que es Tijuana. Nuestro personaje central se irá definiendo hasta los huesos en abrumadora nitidez durante el curso de los múltiples, significativos y degenerativos, hechos que extienden el relato. Rosendo, a su avanzada pero aún funcional edad, busca trabajo, su educación oficial sólo llega a la primaria; se sabe y hace manifiesto su alcoholismo; sus brazos están tatuados con efigies de sus hijos y otros lemas; indicio de una vida confinada a la incertidumbre y el exceso. Comparte habitación en un albergue mala muerte con Abuelisto, su único comparsa, tal vez por suerte de convivencia forzada, de quien logramos saber que se dedicaba al narcotráfico y que comparte, así también, un pasado semejante al de Rosendo.

La búsqueda del director es la pesquisa de estructura y confesiones. Dos caras de la misma moneda que hacen consistente la invocación de ese más allá que es la frontera y sus creaturas. La muerte que imagina Rosendo es cercana, y a la que adusto confiesa no tener miedo, pues está en cada esquina, llena de “changos, perros y monstruos” que se aparecen en su delirium tremens, tras la resaca, o bien, cuando confiesa, entre horrorizado y beodo, ver de vez en cuando un pequeño hombrecito verde al que lo manda a “chingar a su madre”. La muerte llegará durante el proceso de filmación con el descenso de Abuelisto y la confesión, ya no delirante, sino de profunda y cruenta soledad, de Rosendo, quien ahora traba amistad con un ratoncito alcohólico, al que le sirve tragos en una corcholata.

 

La búsqueda de Gustavo Gamou es desesperadamente paciente y debe estar pendiente a los procesos. La infatigable cámara, al parecer ya imperceptible para Rosendo, debe atender los cambios de fortuna de su personaje. Y es aquí que surge un segundo episodio de este tremendo ensayo etnográfico, ahora un poco más en confianza, ahora un poco más inducido, pero solo quizá. Tres nuevos personajes aparecen: dos roomates impuestos por la casa de acojo, personajes hilarantes por defecto, quienes en una malograda improvisación de rap marihuano sacarán de sus casillas a Rosendo; y Ana, una señora visiblemente mayor, que como presencia maternal hará las de compañía sentimental. Bailarán, platicarán, irán a un bar, y se esforzarán por resucitar el deseo que alguna vez vivieron cada quien en sus buenos años y que los conmovió, pero parece ser tan difícil a esa edad y a esa latitud. Impagable la escena en la que Ana y Rosendo, en sus flirteo tonto de dos almas cansadas, terminan jugando a los peluches. No obstante, es la confesión culmen, la más grande, por escalofriante, de todas las confesiones que  se han hecho directa, indirecta, propiciadas u orgánicamente en el filme, la que suelta Rosendo dentro de la iglesia, arrepentido del cómo llevó a cabo la desaparición de una de sus víctimas, ejercitando técnicas del mismo crimen organizado que en México nos son ahora tan familiares.

El regreso del muerto es un desvelo de confesiones a partir de una microhistoria que nos toca a todos a nivel macrosocial, pues se vincula con los acontecimientos más recientes del país. El narcotráfico, el abuso de poder y sus derivativos de violencia e injusticia. De ahí su oportuna aparición. Trata también sobre el retrato de una estirpe decadente, fustigada y escarnecida por los embates de la edad y su propia dinámica social de narcotraficantes de la vieja guardia, mismos que prepararon el terreno para el florecimiento de una nueva generación de criminales que ahora, en un sistema mucho más sofisticado, han llegado hasta las cúpulas de poder. Es por ello que este filme funciona como dispositivo índico, tanto en la dimensión sociológica y antropológica del México contemporáneo, como en el planteamiento de una metodología etnodocumental y todas sus posibilidades, proponiendo circunstancias humanas que de ser enteramente naturales o no, son absolutas. Siempre ha sido difícil aseverar al género documental libre de impurezas subjetivas, y que por fortuna, en la actualidad, cada vez más esa preocupación/pretensión es superada por los autores. En ese sentido, El regreso del muerto, se hermana con la antes estrenada y explosiva Navajazo, (Ricardo Silva, 2013), pues ambos filmes realizan una exploración en esa creciente Corte de los Milagros que desfila en la ciudad de Tijuana con similar agudeza; aunque cabe decir que Gustavo Gamou haya emprendido su trabajo de campo desde hace más de diez años antes, eso explica la baja calidad de su imagen digital para nuestros ojos mimados por la high definition.

 

Pero también, este trabajo dialoga con el penetrante documental Toro Negro (Armella y González-Rubio, 2004), donde se observa la fábula de un personaje cornado por su condición alcohólica marginal y su egotismo de macho lumpentorero, así como con El velador  (Natalia Almada, 2011) por los parajes contextuales de esa fúnebre residencia que alberga la necrología del narcotráfico en la frontera norte mexicana. Así es como, finalmente, la búsqueda de El regreso del muerto encuentra la estructura, pues es, en si, la misma búsqueda que sin intervenciónes en off o intertítulos se nos ofrece. Rosendo es un muerto en vida que irá a visitar su propia tumba llorando más que nada su pasado y los hijos de los que nada sabe; haberse fabricado su propia muerte fue el costo por desligarse de su profesión de traficante y de las subsecuentes olas y olas y olas de oficiosos del hampa en esta marea de oscuros crímenes inenarrables, hiperviolentos, que de tan reales se antojan sólo como producto de una docuficción. 

 

27.02.15



Daniel Valdez Puertos


@Tuittiritero

Textoservidor. Lic. en Técnicas de la alusión con especialidad en Historia de lo no verídico. UNAM generación XY. Editor en Jefe y cofundador de la revista F.I.L.M.E. Fabricante de words, Times New Roman, 12 puntos. Es....ver perfil

Comentarios:
comentarios.