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Gloria, la convención del amor subversivo

por Josefina Gámez Rodríguez

 

Útil, oficiosa y bien limitada (podría leerse, nada pretenciosa) película biográfica de una leyenda mujeril fin de siècle que queriendo “vivir” “su” “sueño”, se topa con el más humilde y controlador geniecillo de la industria musical de los años ochenta y noventa (responsable de hitazos de César Costa, Crystal, Yuri, Lucerito et al. referentes culturales), y cae en ensueño de amor decadente que todo lo pinta de millonarias transacciones por giras de elementales cancioncillas anecdóticas, maltratos psicológicos, contratos muy bien pensados; La bella y la bestia (Cocteau, 1946) a la altura de la producción cinematográfica mexicana, con ustedes: Gloria [y Sergio (como debió titularse)], del debutante suizo de casi treinta, Christian Keller, para la producción blindada de Mathias Eheremberg (responsable de la antirijosa Sexo, pudor y lágrimas (Serrano, 1999) y el remake gringo de la fabulita del nuevo comienzo Elsa y Fred (Radford, 2014)) y de Alan B. Curtis, que llega a la rama de producción luego de asistir dirección de Milagros inesperados (The Green mile, Darabont, 1999), de El gran truco (The prestige, Nolan, 2006), entre otras.

A base de intercortes en distintas cimas de las secuencias, el filme va uniendo un arco narrativo que va de la caída del “clan Trevi-Andrade” en Brasil, a los francos inicios de una carrera musical vibrante (de “Dr. Psiquiatra” a “El recuento de los daños”), construyendo una leve película de proceso de superación, pues comienza con una Trevi (una ejemplar Sofía Espinosa) anestesiada y acaba con otra, la misma, saliendo de prisión, encantada de la vida, enviándonos una lengüetada, después de su inmersión infernal, teniendo la película en la secuencia de las fotografías anónimas del cuerpo de la hija de Trevi aventado al baldío su coronación, jugando a la multimedia que no acaba por cuajar.

Fuera de lo que Sabina Berman (la guionista) rescató de una amplia documentación para que el drama funcionara con lo mínimo (algunas viñetas de los conflictos conyugales de una pareja que no es “gente chiquitita”, que corren al paralelo de angustiosas competencias por ver quién es el director de televisora más elegante); fuera del sobreesfuerzo que implicó poner una caseta telefónica donde nunca la hubo en Tlatelolco, conseguir un Nintendo, un Gameboy y algunas camisas de seda para situarnos de inmediato a principios de los años 90; fuera de haber conseguido los mismos lentes de pastita de Raulito Velasco y sus dedos doblados, el amor subversivo.

Fuera de la fría recreación de candentes conciertos, todo por sólo fijarse en la importancia de la gran imitación en el estrado; fuera de la acartonadísima recreación de la simpatía malvada de un poeta Sergio Andrade (Marco Pérez, con mucha celulosa en su cuerpo) más bien simplón y embebido en las limitantes normales de tener un incuestionado harén que se peleara el lugar del coche (como confundir nombres y andar comiendo puro pollo rostizado); fuera de los arranques líricos, más bien normalizados por los colores pastel, de una Trevi en pleno work in progress casetero por las azoteas, o los mismos arranques, pero como muralista en su celda de Río de Janeiro, con sutil animación incluida; fuera de eso, el amor subversivo.

Y es el amor el que ofrece la mejor secuencia del peliculón éste: el de la misteriosa muerte de la hija de Gloria. Comienza con voz en off y acaba con acción shockeante. Las personajas van danzando por la pantalla a corte directo, o sobre un tenue planosecuencia, sobre el que se parte un pollo enchilado y se sirven papas fritas. Es el momento en el que Andrade la siente cerca. La acción a cuadro crece hasta lo indecible después de que Sergio tira la televisión por la cornisa: ya no es más el maestro de música que trata de encarrilar a las niñas en su estudio, ahora es el criminal que ensaya il tempo de las palabras y la belleza de las reacciones de sus mil esposas para salir bien librado de su aventura mediática.

La película se salva por su honestidad: la materia de la que trata es la vida de una punta de ineptos que no saben para quién trabajan. Lo triste es que en tiempos de llevar al límite el biopic (El último Elvis, Bo, 2012; Buscando a Sugarman, Bendjelloul, 2012), o traspasar realidades monstruosas incendiándolo todo al paso del cine (El acto de matar, Oppenheimer, 2012; El lobo de Wall Street, Scorsese, 2014), se siga pensando en función de lo que alguna vez hizo José José recreando la vidorria del gran Álvaro Carrillo en 1988 para René Cardona Jr. (Sabor a mí), o ya de plano asumir que la fórmula música pegadora/historia enternecedora (Selena, Nava, 1997) lo puede hacer todo entre los espectadores que sí cantan, sí quieren bailar viendo aquello, pero no son tontos.

 

09.01.14

Josefina Gámez Rodríguez


@PepitaGamez

Maldecida por la conjunción de sus padres, está destinada a desgarrar filmes para ganarse la vida, mientras gusta de prostituirse como divertimento cultural. Si de rostro bizantino, su maquinaria torácica pasa atrevidamente por lo más vanguardista....ver perfil
Comentarios:
13.01.15
Lucasta dice:
Existen unos signos que se llaman puntos, úsalos. A lo mejor así usas menos oraciones subordinadas y se hace mas legible tu redacción. Sugar Man es un documental, no una biopic. Tenue se escribe así, no «ténue». De nada, iNTHeLEkTuAl. ☺ï¸
13.01.15
Josefina dice:
Gracias, útil, oficiosa y bien limitada (de palabras) Lucasta. La tilde y otros gazapos desaparecieron en mi ensayín, a ti te sigue faltando una en tu abrupto telegrama. También de nada. Dos cosas, más: 1. ¿Quieres discutir sobre lo que es un biopic hoy en día? 2. ¿Para qué me quieres más legible, si así entendiste mi preciso mensagem? Besos.
comentarios.