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Lucy de Luc Besson

Del homínido a la superhembra

por Jorge Luis Martínez Martínez

 

Desde la aparición del primer homínido (llamado Lucy por la canción de los Beatles), hasta la formación de Scarlett Johansson, han pasado aproximadamente 3 millones de años. A pesar de los avances y brutalidades, se ha generado la creencia popular de que los seres humanos apenas ocupamos el 15% de “todo” nuestro potencial. La idea de un superhombre que alcanza el conocimiento total del universo y la omnipresencia de un dios se ha barajeado en la ficción reciente con resultados que van de lo exquisito (el Dr. Manhattan de la novela Watchmen) a lo ridículo (Bradley Cooper en Sin Límites, 2011). Lucy (2014), largometraje número 14 del escritor, director, productor y casi autor francés de 55 años, Luc Besson, navega con pericia y un poco de pena entre ambos puertos.

En la ciudad de Taipéi, la guapa gringa rubia homónima del  ancestral homínido, Lucy (Scarlett Johansson, de lo vulgar a lo estoico), es engañada por su gañán galán contrabandista Richard (Pilou Asbaek), para entregar un maletín con cuatro bolsas de poderosa droga azul al enigmático y violento yakuza, Mr. Jang (Min Sik-Choi), quien la utiliza como mula para transportar dicha carga; no sin antes ser encapuchada, encerrada y pateada en el vientre hasta que el contenido de la bolsa se desgaja en sus tripas y la convierte, así nomás, en la primer mujer capaz de alcanzar el 100% de su capacidad cerebral. Lucy utilizará sus crecientes habilidades para sacar la bolsa, llamar a su madre, visitar a su amiga, viajar a Francia, repartir balazos y madrazos, levitar asiáticos y controlar la materia, con el objetivo de encontrar las demás bolsas, no morir y transmitir sus conocimientos vía USB. Para todo ello, contará con el auxilio del científico de hipótesis no comprobadas, Norman (Morgan Freeman, eterno), y el confundido pero noble policía Pierre Del Rio (Amr Waked).

La falacia pseudocientífica se vuelve no sólo eslogan sino premisa. La película se articula con base en la idea de “alcanzar-el-cien-por-ciento”: comienza mostrando la reproducción de las células, para pasar en tres segundos a primerísimos planos y campo/contracampo de Lucy con su novio, a la par que se nos muestran imágenes de la chita que cae en la boca del león (montaje de atracciones, San Eisenstein). El recurso dinamiza el relato, pero se repite y cansa. Sucede, una vez comenzado el periplo de su protagonista, que el director se decide por colocar imágenes de la naturaleza para ilustrar tal o cual dato y así justificar un discurso presuntamente científico; mientras que la empoderada rubia realiza las proezas más increíbles (levitar personas, codificar señales wi-fi, descomponerse en el aire), intertítulos negros indican su progreso-porcentaje a lo largo de la cinta.

Sin embargo, lo importante aquí no es el trasfondo científico, sino la construcción de un potente personaje femenino. La ciencia ficción es auxiliar: estamos en el terreno de la acción, los golpes, las pistolas, los autos que se vuelcan y los chorros de sangre que empapan: La pulsión agresiva, que le dicen. Y es aquí donde Luc Besson sigue siendo un crack. No sólo productor de notables franquicias (Nikita, Taxi, El Transportador, Taken, y todos sus derivados con Liam Neeson en papel de rudo veterano), sino creador de por lo menos tres de los personajes femeninos más importantes de la década de los noventa: la adicta vuelta agente especial, Nikita (Anne Parillaud en Nikita, 1990); la lolita de padres asesinados y amigo matón, Matilda  (Natalie Portman en El Perfecto Asesino, 1994) y la pelirroja quintaescencia de la humanidad, Leelo (Milla Jovovich en El Quinto Elemento, 1997). Mujeres casi descontextualizadas, vulnerables, cuyo repentino y traumático llamado a la acción (el asesinato de un policía, la orfandad, una bolsa de drogas que estalla en el intestino) las convierte de repente en máquinas de matar, maestras del disfraz, seres angelicales en los que se manifiestan la fragilidad y el crimen, la inteligencia y la brutalidad, el amor y el abandono. Arquetipo de sensualidad andrógina en ajustados cueros. Un legado que comienza con la mercenaria del 90 y se extiende hasta Jessica Hyde (de la serie británica Utopia); encontrando en Lucy su amasiato con ese otro gran mito: el del superhombre que se sitúa de sopetón en el punto más alto de las habilidades humanas.

Lo sorprendente de Lucy es que se trata, de hecho, de una película bastante inteligente. Si bien cierta torpeza se filtra a través de inconsistencias argumentales, personajes planos y diálogos acartonados, la película como un todo funciona gracias a su estructura general (comienzo vertiginoso, final casi abierto). La presencia de actores notables (Freeman y Sik-Choi, el Oldboy de Park Chan Wook), el equilibrio entre acción y un mínimo de reflexión (entre más avanzo, menos humana me siento), los constantes y a ratos explosivos beats de Eric Sierra, así como las inherentes cualidades estéticas de esa musa de Coppola, Allen y Vermeer: Scarlett Johansson.

Sin embargo, es una película inteligente no por sus cualidades internas sino por las externas. Se trata de un producto de entretenimiento perfectamente diseñado: producción francesa para mercados internacionales, presencia de actores reconocidos, dosis de ciencia ficción y cine de gánsteres para revestir una trama plagada de acción. El cine de Besson se opone a la erudición de la Francia de Cannes y Godard. Es cine para entretener, ganar dinero y producir más cine… pero no es mal cine. Por el contrario, está tan bien armado desde su base que podemos hablar de cine de autor. Un autor capaz de dar forma a sus fantasías adolescentes más vistosas. ¿Cine comercial? ¿Cine chatarra? Las connotaciones peyorativas desaparecen si tomamos en cuenta que de ese torpe romanticismo bessoniano iniciado en los noventa se desprendería buena parte del mejor cine-acción posterior, extendiendo su influencia a Quentin Tarantino (Reservoir Dogs, Pulp Fiction, Jackie Brown), Nicholas Winding Refn (Pusher, Drive, Only God Forgives) o los hermanos Wachowski (Bound, The Matrix).

¿Y quién dijo que el cine estaba para razonar? Es más, ¿quién dijo que estaba hecho para contar historias? El cine es imagen y es sonido. Es sensación. A la figura de Lucy atravesando la anaranjada niebla con pistola en mano no hay nada que argumentarle. Basta con observar, reclinarse y divertirse. Si estas condiciones son aceptadas, el viaje vale la pena. Porque, después de 3 millones de años de evolución, 90 minutos de Scarlett Johannson no se le niegan a nadie.

 

26.08.14



Mr. FILME


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La letra encarnada de la esencia de F.I.L.M.E., y en ocasiones, el capataz del consejo editorial.....ver perfil
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