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La última película de Chaplin

Un Rey en Nueva York, porque “partir es morir un poco”

 

por Karen de Villa

 

En las pantallas de los hogares de Nueva York se observa algo inusual: se está transmitiendo en vivo una cena entre personajes importantes y acaudalados, acompañados por el recientemente destronado rey de un país lejano (uno de esos países que no sabemos ubicar en el mapa). El rey, sin saberlo, está aumentando las ventas de empresas de pasta dental y desodorante, al mismo tiempo que muestra sus habilidades histriónicas al representar el famoso monólogo de Hamlet, “Ser o no ser”. Y es que una aguda publicista le ha tendido una trampa, logrando así un rotundo éxito con esta suerte de reality show publicitario. Igor Shahdov, que huyó con el tesoro de su nación Estrovia (que, por cierto, significa “¡Salud!”) se ha quedado sin dinero pues su primer ministro fue más listo que él, así que es mejor aguantar la humillación, pues un par de comerciales más no le caerán mal a su bolsillo.

Un Rey en Nueva York (1957) fue la última película que hizo Chaplin con su dream team: él mismo a cargo del guión, la dirección, la producción, la composición musical y el papel protagónico. El planteamiento resulta no sólo interesante, sino sorprendentemente actual. El rey ladrón es cobijado en Estados Unidos y se mantiene como el personaje de moda hasta que muestra señales de buena voluntad, pues le da asilo a un niño buscado por la policía por ser hijo de supuestos miembros del Partido Comunista, entonces el rey es acusado de prácticas antiamericanas. Es así como se hace presente la tristeza y rabia del propio Chaplin frente al exilio al que fue condenado, pero además se trata de una declaración política madura: un agudo discurso anarquista es pronunciado por el niño (su hijo, Michael Chaplin). Este filme es una crítica a la paranoia del gobierno americano, al boom de la publicidad televisiva de los años cincuenta e incluso a la ridícula obsesión de la sociedad por su apariencia física.

Cuando el rey llega a Nueva York no encuentra lugar alguno en el que pueda escuchar a sus interlocutores, los sonidos estridentes están en las calles, los cines y los restaurantes, el silencio ha quedado atrás… Charlot ya se fue, pero Chaplin tiene mucho que decir, aunque quizás, como dijo Freud, “es la eterna representación de sí  mismo y las humillaciones de su vida”, y de qué manera.

Quizás en este último trabajo no encontramos secuencias tan memorables como la del hombre atrapado en el engranaje, o la de los panecillos bailarines, quizás no logra que se nos antoje comer suelas de zapatos, no nos revela por primera vez la imagen del vagabundo mordiéndose el dedo desde la perspectiva de una mujer que ha recobrado la vista, no hay más fade outs de cara al sol. Sin duda Chaplin está en el imaginario colectivo por las películas encarnadas por Charlot, sin embargo vale la pena seguir la pista desde trabajos como Armas al hombro (Chaplin, 1918) y El bono (mismo año y director), hasta este último del que escribo para tener una idea muy clara del proyecto de Charles.

En 1918 Chaplin realizó una gira nacional en nombre del esfuerzo de la guerra, donde presentó Armas al hombro, considerada la primera comedia bufa sobre la guerra, y El bono, un filme propagandístico que buscaba persuadir a la población para comprar “Bonos de la Libertad” y así recaudar fondos para la guerra. En esta última, Chaplin le estrecha la mano a Uncle Sam, quien le entrega dinero a la industria para que ésta se encargue de armar a los soldados y marinos. La libertad (personificada por Edna Pruviance), se ve amenazada por el káiser, sin embargo, al final Chaplin lo noquea con un enorme mazo con la leyenda “Liberty Bonds”. Años más tarde, el mismo Chaplin prohibiría la proyección de estas películas.

Sin duda, Chaplin había sido políticamente correcto con el país que lo recibió en 1910, sin embargo, con el paso del tiempo sus acciones resultaban cada vez más “sospechosas”. En 1922, Chaplin fue considerado por primera vez por el FBI como un “bolchevique de Hollywood”, luego vendría el escándalo por la pensión alimenticia de Joan Barry en 1941, y la aplicación en 1942 de la Ley Mann, que se utilizaba usualmente para perseguir a hombres que mantenían relaciones con mujeres menores de edad (quizás su pasatiempo favorito).

En fin, cualquier pretexto era bueno, incluso se decía que su familia, ya en los tiempos de Oona O´Neill, estaba aprendiendo ruso para escapar a la Unión Soviética. Así que finalmente llegó el exilio después de realizar “ominosas” acciones como co-fundar una productora independiente para evitar la creación de un monopolio, escribir en 1932 un artículo titulado “Solución económica” en donde plantea la distribución equitativa de la riqueza y el trabajo, visitar a Mahatma Gandhi, o ¿por qué no?, pronunciar un discurso que incluía la palabra “camaradas”. Chaplin ya no era el joven migrante que padeció la miseria, para entonces tenía poder mediático y lo estaba usando.

Después del exilio, la carrera de Chaplin no volvió a ser la misma: ya no era un productor independiente y la distribución de sus películas estaba sujeta a factores ajenos a él. Un Rey en Nueva York, realizada en 1957 no se estrenó en Estados Unidos sino hasta 1976 y fue considerada como un fracaso mundial.

Por otro lado, el rey Shahdov, después de ser absuelto de las acusaciones por prácticas antiamericanas en un juicio lioso, decide irse a París para alcanzar a su esposa. Esta vez el final no es tan esperanzador, pues el niño, al querer proteger a sus padres, se convierte en soplón. El rey lo consuela, invitándolo a visitarle en Europa al lado de sus padres. La partida es inevitable y como dice el rey, “partir es morir un poco”, y lo dice desde el propio Chaplin.

 

22.08.14



Mr. FILME


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La letra encarnada de la esencia de F.I.L.M.E., y en ocasiones, el capataz del consejo editorial.....ver perfil
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