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Finsterworld


por Iranyela López

 

Finsterworld, o de la crudeza de nuestra especie al horno

Gabriel Gaytán-Ariza

 

Parte de la 13ª semana de cine alemán, la película Finsterworld (Frauke Finsterwalder, 2013) es la pedicura desempolvada en las callosidades de sus habitantes, una elástica distensión en la psicosis social alemana (o de cualquier parte del mundo),  que corta, lima y pule hasta hurgar al plano detalle y profundo del circuito interior de  sus vidas ordinarias enfocadas e iluminadas de modo naturalista por el pendiente ojo-lente del cinefotógrafo, Markus Förderer.

El filme evoca los episodios satíricos y grises del realizador Roy Anderson (véase Tú, que estás vivo, 2007) en la conducta de sus personajes. Incluso también guarda parentesco con las estructuras narrativas del austriaco Ulrich Seidl (Días perros, 2001) que captura con su cámara un mundo cotidiano sin filtros. Pero, por otro lado, podría acercarse a la oleada de cineastas cuya obra fílmica es “seductora y desagradable” al mismo tiempo, como los tonos abatidos de una sociedad deshumanizada,  alienada, insensible y fría que elabora el cineasta finlandés, Aki Kuarismäki (La chica de la fábrica de fósforos, 1990),  e incluso, temáticas universales de la vida cotidiana que trascienden cualquier parámetro generacional como las del cineasta-filósofo austriaco, Michael Haneke (El observador oculto, 2004).

Finsterworld se desplaza a través de una errática locomoción de situaciones agridulces que pudieran parecer absurdas y artificiales pero que brotan de forma natural en la confusión, el egoísmo y la insatisfacción de ciertas acciones en las vidas ligeramente interconectadas de sus personajes. Un guión acompasado sobre el sinsentido de nuestra lógica emocional, como esa tonadilla espantosa y monótona que se queda pegada en la memoria pero que nadie puede evitar tararear.

Tenemos, por un lado, a la archiegoista e insatisfecha novia, Franziska (Sandra Hüller, Réquiem, 2006), quien ambiciona concebir un documental que se pueda leer con un lenguaje sociológico a la altura de Seidl o Haneken.  Por otro lado está Tom (Ronald Zehrfeld, Barbara, 2012), el novio sensible que intenta comprenderla desde su perspectiva oso-felpuda de evasión onírica que le permite consentir su afanosa existencia.

Se suman al coro: Claude (Michael Maertens), el podólogo afeminado que hornea galletas con el polvo cansado y áspero de su longeva amiga-clienta; Frau Sandberg (Margit Carstensen, Las amargas lágrimas de Petra von Kant, 1972), la seductora anciana que teme a la  rancia vejez de mirarse en el destierro;  Dominik (Leonard Scheicher),  el adolescente de lentes de pasta, que observa la vida bajo la mucosa de los comics,  enamorado de su mejor amiga con estilo parecido pero emocionalmente menos inocente que él; Natalie, la amiga del colegio (Carla Juri, Zonas húmedas, 2013) con lentes redondos, de pelo largo y boina, que tolerará las insulseces prematuras del “burgués y el otro”, sus compañero de escuela; Maximiliam Sandberg, el adolescente burgués (Jakub Gierszal) con bufandita, subversivo, encaprichado por culpa de sus “malos padres” que le dan todo y el amigo Jonás (Max Pellny), cómplice sin voz ni voto que no sabe si quiera escribir un reporte escolar;

Importantes son los padres Sandberg, que aun teniendo un acaudalado estilo de vida no se permiten subir en automóviles pomposos, fabricados por posibles nazis alemanes. Ella, Inga Sandberg (Corinna Harfouch, El perfume: Historia de un asesino, 2006), que prefiere parar en cualquier punto de la carretera antes de pisar una gasolinera enclenque ante un asalto y él, George Sandberg (Bernhard Schütz, Alto en el camino, 2011), que sigue un poco alterado por cosas del pasado.

Lehrer Nickel (Christoph Bach), el tolerante y sensible profesor que guía a los colegiales a una práctica al aire libre en los campos de concentración, previniendo durante el trayecto de los posibles efectos traumáticos. Y por último, el sensible individuo del bosque (Johannes Krisch), que disfruta de la naturaleza y la incomunicación, que muy a la John Silver (La isla del tesoro, Robert Louis Stevenson) carga sobre su hombro su Capitán Flint que es un ave negra y no un loro.

Finsterworld es una retórica del día a día que condimenta los estados de ánimo, casi colapsados, en el comportamiento insípido de las relaciones de una sociedad contemporánea. Refiere una Alemania envuelta con deleitosos paisajes que revisten con su frondoso y verde follaje un duro pasado histórico. “En el universo hay un misterio pero lo olvidamos muy rápido” dice Claude, el pedicurista. Quizá en el terreno de la vida somos astronautas del abismo[1], bailarines de rodeos, como una llama que explota o se apaga en los callejones sin salida, un sinfín de decisiones que muchas veces se resuelven con la ingenua intuición de nuestra experiencia.

 

21.08.14

[1] Mario Santiago Papasquiaro, Aullido de Cisne: Absoluto amor, El este del paraíso, 1996, p. 123

Iranyela López


@Iranyela
Meliflua, desorientada, cloroformizada con la polifonía de las palabras, el aullido del sonido y la hilaridad de los sentidos. Su andar se guía con el trazo cartográfico de sus retinas hacia un punto de fuga.....ver perfil
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